Masoquista

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Una vez leí que la vida trataba con certeza de escapar del dolor y perseguir el placer.

¿Qué pasa si yo nunca me esforcé en hacerlo?

¿Qué ocurre si yo nunca escapé del dolor?

Vivo en él y el vive en mi como sangría en la copa.

Lo anhelo, lo empujo a mi cuerpo como la sangre que fluye en mis venas, venas que anhelan el roce del cinturón.

La mano en mi cuello aprieta, me asfixia.

No huyo, no corro.

Tropiezo y miro al dolor a los ojos, el me recibe y entonces me abraza.

Nos enamoramos y nos encontramos en una noche de llanto.

Él es mi manto, mi vela y mi medicina.

Dependiendo de su abrigo, dependo de su trigo.

He prometido entre susurros ajenos a los míos escapar de él, del dolor, he sido una mentirosa.

Fingiendo, pretendo que no lo extraño en la alegría desechada.

Soy una masoquista.

Pues en lágrimas ahogadas con los labios presionando, la sangre hirviendo y las piernas temblando.

Sonrío, sonrío porque lo amo, amo el dolor como él me ama a mi.

Masoquista, me llamó.

Y no espero que tú o otros acomplejados lo entiendan.

No necesito que lo comprendas.

En mi mente el me ayuda a imaginar, me pienso con el actuando y otras manos conmigo jugando.

Incluso en el sufrimiento es mi amigo, es mi maestro.

Me enseña a saber cómo sentir el dolor.

Masoquista, empiezo a necesitarlo.

Todos me sonrien, la felicidad quiere tomarme.

Yo corro, reniego, lloro en hambre de tortura.

En la madrugada me sueño, los brazos atrapados, la boca callada y las cuerdas en el cuello.

Lloro, grito, lloro.

Pero no siento.

No hay remordimiento.

Lo disfruto, luego despierto y me encuentro en qué ha sido un lejano sueño.

Masoquista, no me encuentro.

Me chocó con unos ojos alegres, llenos de vida, cariño y romance, un color rosado a base de mi propio prejuicio.

Intento conectarme con ellos, abrazarlos.

Me sofoco, corro de nuevo al dolor y me ato a otro.

Con los ojos rotos y las manos peligrosas, el ego al tope y las ganas de lastimarme.

Y ahí, justamente ahí me encuentro.

En el lastimar mi piel.

Imagino la vela, los gritos.

No me oculto, el llanto del mar salado se ha vuelto mi refugio.

Para mí, lujo.

Masoquista, he mencionado que encuentro una calidez en la tristeza.

Una caricia en los moretones y un beso suave en el golpe, en la bofetada.

Masoquista, nunca esperaré que me entiendas tú, romance.

Si el romance, el amor, la vida, tiene un comienzo, también tiene un final.

El inicio son rosas, el camino es limpio e inhalas con frescura.

Ahí no estoy.

El final es espinoso, oscuro y te cortas con los filos.

Ahí ruego estar.

Estar mal y atada en la penumbra del existir me hace sonreír, me hace querer vivir con más ganas.

Masoquista, ¿por qué huir?

Puedo vivir, puedo mentir y encajar.

Mientras en las noches en mi soledad solo añoro manos que me puedan amordazar.

Tal vez estoy mal, tal vez nunca estuve bien.

No me importa, a veces doy igual.

Si es enfermedad no deseo mejorar, no deseo cambiar, no deseo escapar.

Masoquista he de ser.

No quiero el sol, prefiero el sótano, prefiero llamar a eso amor.

Prefiero no enfrentar la realidad y poderme esconder en brazos, no preocuparme.

Cuando te acostumbras al dolor ya no hay miedo, no hay temor, no hay arrepentimiento.

¿Qué es lo peor que le puede pasar una chica que ya está rota?

El dolor me ha hecho pedazos, pero no tengo miedo.

El dolor me ha hecho pedazos, pero no hay temor.

El dolor me ha hecho pedazos, pero no hay vuelta atrás.

Así que no, no quiero lo normal.

Quiero la oscuridad, encontrar ese cinismo en la mirada rota de aquel chico y escapar.

Me quiero lanzar, sin importar si me van a atrapar.

Pues es que ya no importa, soy soledad.

La libertad es la cárcel de la mente, del cuerpo y del corazón.

Pretender que no hay salida, quedarme sin razón.

Solo así soy libre.

A mordiscos y arrebatos.

Quítame el aire, nunca me ha importado respirar.

Masoquista.

-Rouse.

LAS CARTAS DE AMOR QUE NUNCA SE ENVIARONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora