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Farah caminaba por los senderos serpenteantes del invernadero de Alfea, envuelta en una paleta de colores vibrantes y fragancias embriagadoras. Las flores danzaban con gracia al ritmo de la brisa, pero la mente de Farah estaba atrapada en un torbellino de pensamientos. Ben, su leal amigo, aguardaba en un rincón apartado del invernadero, donde la luz del sol se filtraba entre las hojas, creando un juego de sombras y destellos dorados.

El invernadero, un refugio de la naturaleza encantada, ofrecía un telón de fondo surrealista a la conversación que estaba a punto de desarrollarse. Farah, con su corazón agitado, se acercó a la mesa de madera repleta de pipetas, tubos de ensayo y demás artilugios, donde Ben la esperaba pacientemente.

—Ben, necesitaba hablar contigo —anunció Farah con su voz resonando entre los susurros de las hojas.

Ben asintió comprensivamente y gestó un gesto para que se sentara a frente a él. Farah, aunque agradecida por la presencia de su amigo, se sentía como si estuviera al borde de un abismo emocional, temiendo la profundidad de la conversación que se avecinaba.

—Daphne y yo... tuvimos una discusión —confesó Farah, su mirada perdida en las intricadas formas de las hojas a su alrededor.

La preocupación se reflejó en el rostro de Ben, y su expresión se tornó aún más seria.

—¿Qué sucedió, Farah?

Farah inhaló profundamente, sintiendo el peso de las palabras que iba a pronunciar.
—Nos hemos estado evitando, Ben. Evitando lo que realmente está sucediendo entre nosotras.

Ben observó a Farah con detenimiento, su mirada aguda captando la complejidad de la situación.
—Farah, llevas mucho tiempo luchando contra tus propios sentimientos. Desde que Daphne llegó a Alfea, he visto cómo te esfuerzas por mantener las cosas bajo control.
—Es complicado, Ben. Hay expectativas, responsabilidades. No puedo simplemente seguir lo que siento sin considerar las complicaciones —respondió Farah, sus palabras llevando consigo el eco de un dilema profundo.
Ben frunció el ceño, su comprensión mezclada con una determinación tranquila.
—Sé que hay obstáculos, pero también sé que no puedes seguir engañándote a ti misma. ¿Vas a sacrificar tu propia felicidad por lo que los demás esperan de ti?

Farah desvió la mirada, sintiendo que las palabras de Ben resonaban en el núcleo de su conflicto interno.
—No quiero hacerlo, Ben, pero... Hay demasiadas complicaciones.

—Farah... ¿Realmente piensas que podrás seguir adelante sin enfrentar lo que sientes por Daphne? —cuestionó Ben, con su voz llena de franqueza y apoyo.
Los ojos de Farah mostraban una mezcla de miedo y anhelo.
—No sé qué hacer, Ben. Me siento atrapada entre lo que debería hacer y lo que quiero hacer.
—Entonces, ¿por qué no intentas ser honesta contigo misma y con Daphne? La verdad duele, pero vivir en la mentira duele aún más. No puedes seguir esquivando la verdad, Farah —aconsejó Ben, su tono impregnado de una sabiduría serena.
Farah asintió lentamente, agradecida por la sinceridad y la comprensión de su amigo.
—Lo pensaré, Ben. Pero no es tan fácil como parece. Hay tanto en juego.
—Farah, entiendo que estás preocupada. Pero, ¿alguna vez has considerado que Daphne podría sentir lo mismo? —preguntó Ben, su mirada reflejando una mezcla de empatía y esperanza.

Farah bajó la mirada, sumida en sus pensamientos. —No lo sé, Ben. Esa incertidumbre me aterra. ¿Y si lo que siento es unilateral? ¿Y si Daphne no comparte estos sentimientos?

Ben asintió con comprensión.
—Entiendo tus miedos, Farah. Pero también creo que estás subestimando la conexión que comparten. ¿Has considerado hablar con ella abiertamente sobre esto?
—No sé cómo reaccionaría. Tenemos responsabilidades, Ben, y nuestras vidas están marcadas por las expectativas de los demás. Si me rechaza, si todo se desmorona... —Farah titubeó, sus palabras atrapadas en la telaraña de su propia ansiedad.

Ben puso una mano reconfortante en el hombro de Farah.
—Farah, el miedo a ser rechazado es natural, pero también es una barrera que debes superar. La verdadera felicidad a menudo implica enfrentar nuestras mayores inseguridades.

Farah miró a Ben, buscando en sus ojos la sabiduría que siempre parecía poseer.
—Pero, ¿cómo superar ese miedo, Ben? ¿Cómo me atrevo a decirle a Daphne lo que siento si no estoy segura de cuáles son sus propios sentimientos?

Ben le ofreció una sonrisa alentadora.
—No hay garantías en el amor, Farah. Pero la verdadera valentía radica en arriesgarse, en ser honesto contigo mismo y con los demás. Daphne merece saber la verdad, y tú mereces la oportunidad de vivir una vida auténtica.

Farah absorbió las palabras de Ben, dejándolas resonar en su corazón. El invernadero, testigo de confesiones y secretos compartidos, parecía susurrarle que el tiempo de la verdad había llegado.

—Lo pensaré, Ben. Pero necesito tiempo. No puedo simplemente lanzarme a lo desconocido sin estar preparada —dijo Farah, su voz revelando una mezcla de determinación y vulnerabilidad.
—Te entiendo, Farah. Tómate el tiempo que necesites. Solo recuerda que mereces la felicidad, incluso si eso significa enfrentar algunas dificultades en el camino —aconsejó Ben, levantándose del banco y extendiéndole la mano a Farah.

Farah asintió, agradecida por la amistad y el apoyo de Ben. Mientras veía a su amigo alejarse por los senderos del invernadero, sintió que el peso de la verdad y las decisiones difíciles se asentaban en sus hombros.

El crepúsculo teñía los pasillos de Alfea con tonos suaves y mágicos. Farah paseaba sola, sumida en un silencio que solo era interrumpido por el tintineo distante de las risas de las estudiantes en el comedor. Su mente era un laberinto de pensamientos, cada esquina repleta de la incertidumbre que la acosaba desde la conversación con Ben.

Caminó por los corredores iluminados por antorchas parpadeantes, sus pasos resonando como un eco de su propia indecisión. Se detuvo frente a un ventanal que ofrecía una vista panorámica de los jardines de Alfea. Las estrellas comenzaban a titilar en el cielo nocturno, como luciérnagas mágicas que solo intensificaban su sentimiento de vulnerabilidad.

La charla con Ben seguía grabada en su mente como un hechizo persistente. El consejo de su amigo resonaba en sus oídos, una sinfonía de palabras que la instaban a enfrentar sus sentimientos. Sin embargo, cada paso que daba le acercaba más a un territorio desconocido y a la incertidumbre que lo acompañaba.

Ingresó al aula donde impartía clases a las jóvenes hadas. Los rostros expectantes de las estudiantes la recibieron con entusiasmo, pero su sonrisa ocultaba la tormenta interna que la envolvía. Mientras explicaba los principios mágicos, su mirada divagaba, perdida entre las estrellas de su propia confusión.

Una estudiante levantó la mano con una pregunta, y Farah, obligándose a concentrarse, respondió con un tono profesional. Sin embargo, el hilo de sus pensamientos se había enredado en el nudo de su corazón, y la incertidumbre persistía incluso en el aula que solía ser su refugio.

Después de las clases, Farah se refugió en su despacho. La luz tenue de las velas creaba sombras danzantes en las paredes, simbolizando la danza caótica de sus propios pensamientos. Hojas de pergaminos llenas de anotaciones mágicas y libros antiguos testigos de sus años en Alfea parecían esperar respuestas que ella misma no tenía.

Decidió pasear por el jardín de Alfea, donde las flores mágicas emitían su resplandor característico. Los senderos de piedra la llevaron a través de un paisaje encantado, pero la belleza a su alrededor no lograba disipar la niebla de incertidumbre que la envolvía. ¿Debería seguir el consejo de Ben y arriesgarse a confesar sus sentimientos por Daphne, o debería mantenerse en la seguridad de lo conocido?

La brisa nocturna acariciaba su rostro, y Farah se sumía en sus pensamientos mientras se perdía entre las sombras y luces de Alfea. El eco de la conversación con Ben resonaba en su mente como una melodía inacabada, y sus propios sentimientos, como hojas al viento, la llevaban en direcciones inciertas.

En el comedor destinado a profesores y altos cargos, Farah se sentó a la mesa sin apenas tocar la comida. Las charlas de los demás y el murmullo animado creaban un telón de fondo, pero ella estaba absorta en un diálogo interno. La copa de vino frente a ella se volvió un reflejo de la indecisión que la embargaba.

La noche en Alfea avanzaba, y Farah se encontraba en un cruce de caminos, entre la seguridad de la rutina y la incertidumbre de lo desconocido. Mientras observaba el cielo estrellado a través de las ventanas del comedor, se dio cuenta de que, al final, la única respuesta que buscaba estaba dentro de sí misma.

DAPHNE (Farah Dowling)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora