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Argentina miraba la ventana de su cuarto. El otoño colorea el ambiente sobre la capa fina del anterior invierno ruso, observaba frenético como el viento hacía bailar las hojas del suelo. Entre sus manos había una hoja, una que parecía estar hace tiempo entre sus dedos, plasmado en ella la razón de su tristeza contagiosa. Alejandro, su único amigo, estaba en otro país. Fue llevado a un lugar llamado "Berlín".

"No estaré para cuidarte, debes escapar, ir a Moscú, mi esposa y mis dos hijas te podrán acoger hasta que pueda volver"

Aquella parte de la carta aún sonaba en su cabeza. Escapar. Salir de aquella jaula que lo aprisionó desde que era un niño. No sabia como lo haría pero la curiosidad lo invadía, tantas cosas por descubrir...

El sonido de las llaves y alguien entrando hicieron que ocultara la carta, había llegado.

Salió de su cuarto y fue hasta la cocina donde aromas invaden todo el espacio, de espaldas estaba él acomodando las compras, solo lo miro, en su mente recordó los añares que pasaron juntos, los momentos y la historia de cómo terminó allí.

"Tenías un año cuando te pusieron en mis brazos. Fines de 1975, cuando te entregaron a mi. Tu madre no pudo cuidarte y tu padre murió en el frente de guerra. Vi lo destacable que eras entre los niños, tus cabellos castaños y ojos dorados eran lo más hermoso que pude haber visto, Augusto, fue tu nombre. En las penumbras de la guerra y el mundo cuide de tí desde entonces. Éramos nosotros dos...y nadie más."

"Nosotros dos...y nadie más"

Su voz y el momento eran difíciles de olvidar, el en sus piernas mientras lo escuchaba. Su voz era suave, algo que lo tranquilizaba. Su duda se puso en trance...¿Debía escapar?

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Los soldados estaban en aquella instancia, el fuego mantenía a los hombres a simple vista y los reunía. Algunos estaban hablando, fumando o solo disfrutando de una buena comida. En un tronco de madera se encontraba Alejandro, tapado hasta la nariz y con su sombrero dejando ver sólo sus ojos. Estaba abrazándose, mientras aún pensaba en la locura que hizo. En la adrenalina de ver a su amigo saltar aquel muro y escapar de todo. La imagen de él corriendo en la oscuridad de la calle hasta convertirse en una simple figura sin forma lo dejó sin más que pensar en su amigo pero más fue su problema al matar uno de los suyos, el recuerdo del fusil sonar y la sangre en el muro lo dejaron sin comer por días, pero...¿Qué más pudo haber hecho? ¡Iban a matar a Antón! y sin agregar que pudo quedar preso si aquel oficial lo delataba.

Las alarmas sonaron y los perros ladrando dieron a entender la ausencia de un soldado, ahora era odiado por todos los del grupo, no solo por huir sino también por creer que mató a uno de sus compañeros.

Cerró con fuerza los ojos y tragó duro intentando olvidar sus pensamientos.

Sintió algo en su hombro y saltando del susto ya tenía una de sus manos en aquella arma. Su vista se suaviza viendo un compañero ofreciendo un trago, el cual, negó.

Pensó en las cartas que escribió para sus seres queridos intentando olvidar el olor a alcohol impregnado en su ser. Augusto vino a su cabeza y la carta que rememoró en su mente. La idea de que fuera descubierto o que la carta hubiera llegado a otras manos no ayudaban en su paciencia.

_Август... _. Dijo por lo bajo _будь осторожен... _.

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_Debo irme... _,

No era sorpresa para Argentina que siempre se fuera, pero a esas horas de la noche lo dejaban con la duda. Desde que llego al hogar estuvo triste, sus ojos de color oceano estaban perdidos, distantes...hacian que un lugar fuera más frio de lo que era. No quería preguntar, sabía que recibiría una mirada de odio o una excusa típica de él.

El menor solo asintió y se dirigió a su habitación. Donde se rodeará de peluches y con luces prendidas a lo loco. Además de odiar la soledad odiaba la oscuridad.

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La luna iluminaba con frenesí aquel árbol. Frente a él estaba U.R.S.S.

Unas letras en el tronco hechas con cuidado y remarcadas con delicadeza marcaban el nombre de su amigo y de él. Augusto y Leónidas.

El lugar era distante, desolado, y él expresaba tristeza en su máximo resplandor.

Las hojas caían de aquel árbol sobre él, lo sentía como un abrazo, y las primeras lágrimas resbalaban. Una punzada en su pecho bastó para que se arrodillara en aquel suelo. Saco sus manos de los bolsillos lentamente, como si les costará salir de su acogedor lugar.

Apretaba con fuerza el césped. En un susurro replicaba su nombre. Lo recordaba sonriendo, sus cabellos en el viento, como su hablar eran la melodía de cada mañana...

_Por favor...te necesito _. Sonaba rasposo, doloroso, como si lo arañaban.

Se paró a duras penas. Debía volver, al fin y al cabo, era una simple persona...alguien que tarde o temprano moriría.

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