32 - La melancolía de una despedida

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Frío y oscuridad, nada más se vislumbraba en el horizonte.

¿Era aquello lo que había tras la vida?

Una pregunta que siempre se había planteado, pero para la que jamás hubiese imaginado tal respuesta.

Quería llorar, pero sus ojos ya no tenían lágrimas. Quería gritar, pero su garganta ya no emitía sonido alguno.

Un infinito vacío lo había engullido todo, incluso a ella misma.

(...)

Mientras los sirvientes de palacio andaban distraídos corriendo de un lado para otro, una pequeña niña aprovechó para colarse en los aposentos donde descansaba el cuerpo de la joven.

Al entrar, su primer instinto fue correr hacia ella y llamarla, pero enseguida supo que no obtendría respuesta. A pesar de su juventud, la muerte no era algo a lo que ella fuese ajena. Había visto morir a sus padres y hermanos, e incluso ella misma había sucumbido a su penumbra en varias ocasiones. Aun así, su corazón se encogía cada vez más al observar a la muchacha postrada bajo sus pies, hasta el punto de no poder contener el llanto.

— Rin, ¿qué haces aquí?

Hidéyo se agachó hasta quedar a la altura de la niña y, al ver el mar de lágrimas que recorría su rostro, la abrazó con fuerza.

— Debes ir a prepararte, no queda mucho para el ocaso.— habló nuevamente la yokai

La niña asintió y, tras limpiarse la cara con la manga de su kimono, abandonó la habitación. Hidéyo cerró las puertas de la estancia y permaneció estática unos segundos.

— Supongo que ha llegado la hora de despedirme... Amane.— era la primera vez que osaba dirigirse a la chica de esa manera, pero sabía que ella así lo habría querido— Espero que hayas encontrado la paz, es lo mínimo que te mereces.

La yokai procedió a cubrirla con una fina sábana de seda perlada, sin poder evitar que esta se empapase con alguna de las lágrimas que ahora brotaban de sus ojos. Tras enderezarse, salió de la estancia y se dirigió a otro de los sirvientes.

— Ya está todo listo. Podéis trasladar el cuerpo al altar.

(...)

Tantos sentimientos encontrados...

Arrepentimiento.

No había podido despedirse.

Rabia.

Prometió proteger su poder y ahora este estaba en manos del mayor mal que había conocido.

Impotencia.

No podía hacer nada al respecto, ya no.

Sentía que en cualquier momento explotaría.

Si la luz del mundo se había apagado, si su corazón había dejado de latir... ¿Por qué sus pensamientos seguían retumbando entre las tinieblas?

(...)

Acompañados de los primeros rayos del atardecer, cuatro amigos cruzaban las puertas que daban paso a la entrada del Castillo del Oeste. Con miradas decaídas y pasos vacilantes, avanzaron hasta adentrarse en los jardines, donde un inuyokai los recibió.

Sesshomaru remarcó rápidamente que su hermano no se encontraba entre los presentes, pero no quiso preguntar por el motivo de su ausencia, simplemente les indicó con una extensión de su brazo que se colocasen frente al lago que ahora quedaba a su derecha. Allí les esperaba Rin, quien forzó una sonrisa al verlos.

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⏰ Última actualización: Aug 06 ⏰

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