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La conozco tanto, que puedo saber si le gusta la comida o no, por la manera en cómo sostiene el tenedor.

MICHAEL

  —¿Cómo te encuentras?  —Me apresuré a acercarme. Sus ojos me siguieron y vi algo diferente en ellos.

  —Tengo frío. Creo que no estoy bien. Algo me duele, no sé qué...

Le palpé la frente, las mejillas y el mentón. Su temperatura estaba templado.

  —No. Tengo el frío que a veces me consume en tu ausencia. El frío que me carcomía en la ausencia de Marcos. Ese frío que nadie puede sentirlo, solo yo...

Intenté abrazarla. Intenté hacer algo para ayudarla. Le tomé de la mano haciéndole saber que no estaba sola.

   —¿Qué hago? Estoy aquí, puedes pedirme lo que sea  —hablé, preocupado y desesperado.

Me sonrió de manera superficial, con esa sonrisa falsa. Se incorporó de su lugar y soltó un leve suspiro.

   —Tengo sed   —emitió y luego sonrió, está vez de verdad.

Después de regresar con la bebida y de ayudarla a beber, porque en ningún momento iba a permitir que beba sola. Me quedé a su lado, cuidando que esté bien.

  —¿No vas a preguntar algo?  —habló después de un momento largo de silencio.

  —¿Cómo te encuentras?  —La verdad no supe que más decir. Me había dicho que tenía frío, pero yo no sabía contrarrestar aquel frío más que con contacto físico y quizá en este momento no sea adecuado eso.

Ella lo pensó un momento.

  —¿Avisaste a los demás que estoy despierta? ¿Por qué no vienen a verme? 

No, no les había avisado. Negué con la cabeza.

   —Michael, deben estar preocupados.

   —No creo. Evan regresó con tu madre a sus asuntos y Leigh con los demás se fueron a explorar la ciudad.   —Llámenme traidor.

Su mirada se alzó a la mía. No mostró nada de emoción, ni en el rostro ni en los ojos.

  —Sigo con frío   —señaló y por el tono de voz, parecía que quería decirme algo.

  —Dime que hago. Es decir, sé que hacer pero eso era antes y ahora...

  —Michael  —me interrumpió y llamó la atención con la mirada—.  Mimi está.

Mimi está. Quería decir que: sí podía tocarla, que el contacto será tolerable.

Hubiese esbozado una sonrisa socarrona. No lo hice. Me di cuenta lo que eso significaba: Alice tenía frío, ese frío que le toca el alma. Va a tocarme el abdomen para... dejar de... sentir frío...

  —Alice ¿estás segura?  —pregunté. Porque no estaba seguro si yo podría contenerme. Una vez que vuelva a tocarme, querré más. Cada vez más...

Pestañeó y lo pensó.

  —Bueno. Si no quieres no tienes que hacerlo. Puedo sentirme bien sin necesidad de tocarte. Claro que no es agradable soportar este frío, pero no es insoportable que digamos...

Reprimí una risita. Alice intentando ¿manipularme? ¡espera! Y todo por querer ¿tocarme?

  —Ya, dime lo que sucede. La verdad  —manifesté. Poniéndome serio.

Volvió a pensarlo. Se incorporó un poco más en la cama y me hizo un lugarcito para yo sentarme a su lado. Cómo buen obediente me senté a su lado.

   —Está bien. Te diré lo que sucede  —comenzó, animosa. Y ya, volvió a ser la chica de siempre, cómo si nunca lo hubieran secuestrado ni intentado matar. Cómo si jamás hubiese pasado por cosas malas. Ella estaba sonriendo y viviendo feliz, cómo si no fuera una Celim. Cómo si no estuviese en la cama de un hospital, recuperándose de una hemorragia cerebral—, tuve un sueño. ¡Pero! No te vas a reír  —advirtió—, antes de despertar estaba soñando ¡no te vas a creer eh! ¡tampoco harás bromas de eso en el futuro! Porque, nunca más te vuelvo a contar nada... Bueno, estuve soñando contigo  —estuve a nada de reír, porque sí.

Te Hice Para Mí Donde viven las historias. Descúbrelo ahora