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Y colorin colorado, tú también te has enamorado. En mi juego has caído. Tu alma a la mía está encadenado.

MICHAEL

Todo estaba bien. Hasta que llegamos al cuatro mes. Ella se iba alejando y no precisamente porque dejaba de quererme. Todo lo contrario, estaba queriéndome más de lo que podía soportar. Tantas veces la pillé viéndome más tiempo de lo debido. La manera en cómo me miraba había cambiando.

Ella me había dicho que no sabría amar. Bien, entonces le enseñé hacerlo. Ella dijo que me haría daño, bien, estuve dispuesto a pasar por eso si al final se iba a quedar conmigo. Estaba haciendo lo que sea por ella. Y el simple hecho de pensar perderla me daba un inmenso escalofrío.

No iba a perderla. Alice está hecha para mí y me encargaré de que no lo olvide jamás.

Siempre observé cada detalle de lo que hace o/y dice. Sé lo que piensa incluso antes que ella. Supe de los miedos que la reprimia al intentar amarme. Sabía bien que precisamente eran esos miedos lo que la estaban alejando de mí. Si supiera que su simple existencia me era suficiente para amarla de una y mil maneras, que no tenía que hacer nada para aprender a amarme, su manera de amar era también la mía.

   —¿Tienes miedo?  —Tomé su mano para acariciarla.

  —Lo que estoy sintiendo e..es demasiado para mí, y ni siquiera es todo, siento que me voy a perder en ti   —avisó, asustada.

Bajó la cabeza, en cambio levanté su barbilla con los dedos, la miré a los ojos.
Observé sus pupilas cómo solo suelo  hacerlo con ella, una oleada de vibración pasó por mi espina dorsal cuándo sus labios me acariciaron el cuello. Utilicé una mano para proteger de golpearse la cabeza en la pared, cuándo la empujé contra ella, para besarla. La amaba, la amaba tanto cómo para dejarla.

Pegué mi cuerpo al suyo mientras la besaba con intensidad. La mano que le sostenía de la nuca; lo cuál también sirvió para evitar que su cabeza se golpee, bajó lentamente por su columna para llegar debajo de las costillas. Bajé los labios a su cuello, los dedos de sus manos se me clavaron en los brazos.

   —Piérdete en mí, Mimi   —susurré dejando mis besos por todo su cuello. Me detuve un momento cuándo llegué a la clavícula para morderla con delicadeza, pero lo suficiente para que pueda sentirlo. Un gemido escapó de sus labios—.  No tengas miedo. Por favor.

No, ella no podía dejarme. Sin embargo supe que lo haría. Yo no iba a poder hacer algo para detenerla. Sus manos me tomaron de las mejillas e hizo que besara sus labios, me besó de esa manera cómo cuándo lo hizo en casa de Marcos, dejándome en claro que ella es mi dueña. Sus manos bajaron con lentitud hasta llegar a mis pectorales. Una, pasó trazandome líneas con la punta de los dedos hasta el abdomen.

   —Te voy a odiar si terminas esto que tenemos   —confesé, acurrucando su hermoso rostro entre las manos.

  —Créeme cariño, hasta yo lo haría  —habló. Y las sensaciones que sentí cuándo me dejó la primera vez regresaron.

Volví a besarla, esta vez con suavidad y con amor, tanto amor.

  —Lo sé, te entiendo, aunque me estás lastimando.   —hundí el rostro en la curva de su cuello—. ¿Por qué, Alice? ¿Por qué, te es necesario terminar con nuestra relación? Si no te pedí nada, yo te quiero a ti, no impor...

   —Te amo, Michael   —susurró, y lo escuché bien.

Me amaba, y ¿qué pensaba hacer?

   —No lo digas, no ¡ni se te ocurra intentar decir lo que piensas hacer!   —Le grité. No quería oírla más.

Te Hice Para Mí Donde viven las historias. Descúbrelo ahora