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No pude evitar lo inevitable. La naturaleza de una Celim es fuerte, pero al parecer no tanto cómo la de un LH.


ALICE

Era mi amigo. Intenté convencerme, me prometi nuestra amistad. Ni siquiera debería estar pensando en esto.

Siempre hablábamos tanto. Desde que regresamos del hospital nos quedábamos hablando tanto rato, todas las tardes. Se le hizo costumbre venir a recogerme a la universidad.

Sabía que tenía miedo que algo similar me vaya a pasar, por eso se empeñaba en estar siempre cerca, cuidándome.

Siempre estaba pendiente a mí, a lo que quería, o a lo que me incomodaba.

Cumplí dieciocho años. No salía por las noches cómo la mayoría de las chicas de mi edad lo hacen. No tenía artistas que admiraba. No tenía ninguna canción favorita que me representaría. Mi vida siempre fue peculiar. Quería espacio. Así que le dije a Michael y Lucy que no, a muchas propuestas. Las salidas con Lucy, las visitas de Michael, todo llegué a negar por un tiempo.

Pasé la parte de mi niñez y toda la pubertad encerrada en un sótano, dónde me entrenaban a controlar o dominar mis habilidades. La única música que escuchaba era el Vals, lo cuál aprendí a bailar por obligación.
El único refugio que tuve era la lectura.
Cuándo salí de aquel sótano para socializar con el mundo externo. Conocí a Marcos. Hizo que creciera esperanzas en mi alma.
Me mostró una felicidad que nunca saboreé. Me pintó de colores el mundo que nunca disfruté. Me obsequió el dolor más grande a mi corta edad.
Supe que los sentimientos eran complicados y quizá, no estuvieran hecho para mí.

Michael estaba llegando muy dentro de mí. Tocaba mi alma y dejaba que ella se acostumbrase a la de él. Hasta que entendí que las cosas no eran simples. En este mundo, todo tenía etiqueta. El bien y el mal programaban la sociedad. El amor era una palabra que casi todos profanaban.

A mis dieciocho años sentía que robaron mi vida. No guardaba rencor a nada ni nadie. Solo, ya quería ser feliz. Y era la manera en cómo pasé aquellas etapas de mi vida, pasando por los laboratorios de mi madre. Hicieron que ahora tuviese miedo a sentir.

Las lágrimas comenzaron a rodar por la comisura de mis ojos. Echada en la cama estaba llorando otra vez. Mis pensamientos llegaban tan lejos que no era fácil sobre llevarlos.

No extrañaba a la Alice que nunca fui. Sin embargo, desde que regresó Michael no podía dejar de pensar en cómo hubiese sido si tan solo yo sería una persona común y corriente. Quizá, entonces sí hubiese podido sentir y vivir los sentimientos. Apenas recordaba a la Alice de tres añitos, a esa Alice que aún no estaba jodida.

Podía verme tan bien y sanita por fuera, en cambio, por dentro me estaba destruyendo. Necesitaba algo, no sabía qué, pero necesitaba.
Me enterré bajó las cobijas y seguí llorando. Sentía frío, demasiado frío dentro de mí.

Fue ahí cuándo me di cuenta que así era dejar que los sentimientos lleguen a ti. Sentirse débil y enferma. Debil; porque Michael estaba aquí, día y noche en mi cabecita. Parecía que estaba controlando mi mente. Enferma; porque lo quería conmigo, cerca. Parecía a la dependencia, pero diferente a la vez...

No supe cómo me quedé dormida.

***

  —Ven   —me hizo la invitación abriendo los brazos.

No lo pensé, me sumergí en ellos. El calor de este era suficiente para sentirme mejor.

Él sabía, sabía que lloraba por las noches. Siempre lo supo.

Te Hice Para Mí Donde viven las historias. Descúbrelo ahora