Capítulo 2

1K 123 20
                                    

Sentía el corazón golpeando contra su pecho y una pequeña gota de sudor escurriendo entre sus clavículas. Se sentía como fuego, como un incendio, pero estaba aterrado, sin poder mover un músculo, sin poder hablar. No podía controlar la necesidad casi dolorosa de ser reclamado por el alfa frente a él, a quien había conocido apenas, pero reconocido con toda su alma. Fueron pocos segundos los que pudo sentir su cuerpos unidos, segundos en los que su alfa lo apretó a su pecho, olfateándolo, tomándolo. Segundos y una eternidad, en los que pudo llenar su ser de su olor penetrante, intenso y, al mismo tiempo, tan, tan reconfortante. Se sintió temblar, hacerse dócil y suave contra él. Cerró los ojos un momento, exponiendo el cuello hacia Louis, dejándose llevar. Su piel en llamas se apagó, de repente, al ser desterrado demasiado pronto del lugar al que pertenecía. Sintió el frío poseerlo, paralizarlo, cuando unas manos sobre sus hombros lo separaron del cuerpo cálido y seguro que ya extrañaba. Deseó haber estado menos asustado, haberse aferrado con más fuerza al cuerpo de su alfa, haber clavado sus uñas, haber probado con su lengua la piel tibia de su cuello. Deseó haber gritado con todas sus fuerzas cuando lo obligó a separarse de él. Lo escuchó decir su nombre, vio sus labios moverse, mientras su alfa se agachaba un poco para verlo a los ojos. No pudo reaccionar, hasta que unos dedos largos se apretaron por segunda vez a sus hombros, haciéndolo regresar al presente.

- Louis, alf...

Antes de que pudiera decir nada más, su alfa lo miró con las cejas juntas y una expresión casi suplicante y, como si su existencia no hubiera estallado en llamas segundos antes, le dio la espalda, caminando lejos de él. Su voz profunda, siguió sonando, hablando de lo que sea, preguntando sobre la cena, sobre los regalos, cada vez más lejos. ¿Es que nadie se había dado cuenta? ¿Fue el único que sintió el fuego? ¿Nadie los vio arder por un segundo?

Sentía que su interior estaba dividido. Su alma le pedía perseguir al alfa y reclamarlo, exigir ser reclamado, su alma le pedía gruñirle con fuerza, por haberse alejado tan pronto, por haberlo dejado solo. Era suyo, Louis era suyo. Su mente, por otro lado, lo empujaba a huir y esconderse en su habitación para siempre, o mudarse con su madre, o irse a cualquier lado, lejos de la humillación de haber sido rechazado por su alfa, de no haber sido suficiente para él. Sentía el alma en pedazos, sentía un vacío y una soledad que no había conocido antes.

Habían vínculos que, teóricamente, eran irrompibles: el de dos personas enlazadas con una mordida, el vínculo entre una madre y su cachorro y, por último, el de las almas destinadas. Sin embargo, muy temprano en su vida, había aprendido que, al menos dos de ellos, eran bastante fáciles de romper. Finn y Eira, su madre, habían estado enlazados los primeros años de su vida. Cuando tenía 5 años, ella decidió que no quería seguir junto a Finn y que regresaría a Gales. Aunque él quería irse con mamá, ella no le dio esa opción. Los primeros meses, hubieron visitas esporádicas. Después, las llamadas de todas las noches se hicieron, lentamente, más y más escasas. Finn era un padre cariñoso y dedicado, pero él mismo estaba viviendo su propio duelo y, muchos, muchos días, Harry se sintió solo. Muy dentro de su pecho, aun sin entenderlo, sufría por el abandono de Eira y la ausencia de su papá.

Acostumbrarse a dormir sin el aroma de su mamá y a despertar sin sus besos fue, probablemente, lo más difícil. Sabía que Finn estaba triste y, muchas mañanas, se quedaban juntos en casa a pesar de no ser fin de semana. Así que, desde su inocencia, intentó poner de su parte. Despertaba a su padre con caricias en sus mejillas, las mismas que Eira no les estaba dando a él. Se vestía solo y arrastraba su pequeña mochila hasta la puerta, mientras su papá hacía el desayuno. Comían juntos, en silencio, salvo por algunas risas que Harry lograba robarle de vez en cuando. Poco a poco, la rutina se sintió menos áspera, más cálida, más cómoda. Al menos por un tiempo.

Algunos meses después, sus padres rompieron su lazo. Eira dijo que quería enlazarse con otro alfa, pero la realidad es que, simplemente, no quería seguir enlazada con él. No recuerda demasiado, salvo respirar el aroma pesado y amargo de Finn, escucharlo llorar muchas noches y sentir el ambiente denso y triste que se instaló en casa durante mucho tiempo. Al romper el lazo con su padre, aparentemente, Eira también se había olvidado de él. Su relación se limitaba a llamadas en su cumpleaños, que lo dejaban llorando cada vez, algunos mensajes aislados y una visita corta una vez al año, en la que Harry pasaba un par de días en casa de Eira, incómodo, intentando sentir cercanía con la mujer que lo había abandonado.

Aun con el frío despertar que tuvo siendo un niño, conservaba la ilusión de que el tercer vínculo, el de las almas destinadas, fuera real. Sonaba como un cuento, como una historia mágica. No conocía a nadie, directamente, que estuviera con su alma destinada. Siempre que hablaba del tema con sus amigos, era sobre estas personas hipotéticas, que conocía algún amigo indirectamente o sobre quienes habían leído en algún lado. Sin embargo, no le hacía dudar ni por un momento de la posibilidad de encontrar a su alma destinada. No lo decía a menudo por vergüenza a que le consideraran ingenuo y, porque a los catorce años, afirmar de forma contundente que crees en "historias de niños", te coloca en una posición muy vulnerable. Pero él lo sabía, lo supo desde siempre, que iba a sentir esa conexión inexplicable y se iba a entregar en cuerpo y alma. Lo que no esperó jamás, es que la entrega no fuera mutua.

Respiró hondo una, dos, tres veces. Su terapeuta le había enseñado a controlar su ansiedad de forma efectiva por medio de respiraciones profundas. Contra el dolor de haber sido rechazado, parecía que respirar hondo no estaba siendo suficiente. Sobre todo, si al respirar, lo único que sentía era el aroma de su alfa. Como pudo, caminó detrás de ellos hacia la cocina y pegó su pequeño cuerpo a la puerta de la alacena, tratando controlar el ritmo caótico de su corazón. Sonrió un par de veces cuando Finn o Emmy se encontraron con su mirada. Intentó entender qué estaba pasando frente a sus ojos, sin conseguirlo. 

Su alfa estaba a punto de meter el dedo al bowl de puré de papas, mientras Emmy le empujaba para evitarlo. Su padre sonreía, divertido con la escena. Un momento tan cotidiano, tan ajeno al incendio que acaba de suceder, que casi le hizo dudar de sí mismo. No pudo dejar de ver a Louis mientras se movía por la cocina, mientras se servía té y lo tomaba lentamente, mientras se quitaba la bufanda, finalmente, dejándola olvidada sobre la mesa. No pudo dejar de verlo mientras felicitaba a Finn por la decoración, ni mientras planeaban el desayuno de la mañana siguiente.

Harry no podía dejar de verlo, pero los ojos azules de Louis no lo vieron ni una sola vez.

Y cuando pensó que no había nada peor que ser ignorado por su alfa destinado estando en la misma casa, Louis le probó lo contrario. No había siquiera subido su equipaje a la habitación, cuando salió como si le urgiera irse de su lado. Se despidió sin mirarle, agitando una mano hacia Emmy. Prometió volver pronto, pero no lo hizo. Era casi hora de la cena y Louis no estaba en casa. Escuchó a Emmy, un tanto confundida, comentarle a su papá que Louis solía pasar todo el tiempo junto a ella en su cumpleaños, que la celebración con sus amigos generalmente era al día siguiente. Lo único que pudo pensar es que su presencia le era tan insoportable, que prefería no estar cerca suyo. Tenía los ojos rojos y los labios inflamados. Había intentado convivir con Emmy y Finn, pero sentía un dolor sordo en el centro de su cuerpo que se expandía a la punta de sus dedos. Un frío que le obligó a ponerse un par de capas de ropa encima para dejar de titiritar. Había terminado por fingir un resfriado como excusa para encerrarse el resto de la tarde, hasta que escuchó pasos lentos a través del pasillo y pudo olerlo, incluso con la puerta cerrada. Sin poder controlarse, salió de su cama y abrió la puerta de su recámara, encontrándose con Louis a mitad del pasillo. Sus ojos azules lo miraron unos segundos, sin expresión, lo saludó inclinando la cabeza brevemente y cerró la puerta.

Durante la cena, Harry estuvo callado bajo la excusa de no sentirse demasiado bien. Louis, por otro lado, estuvo sonriente todo el tiempo, platicando con Emmy y su padre. Claramente, al único a quien no miraba a los ojos, era a él. No iba a dejar que Louis se escapara otra vez, tenían que hablar, no podía ignorarle para siempre. Iba a esperar a que su papá y Emmy estuvieran dormidos para tocar su puerta, para exigirle una explicación. Si no quería reclamarlo, si no le quería en absoluto, al menos tenía derecho a saber por qué. Fue tan evidente que se sentía miserable, que Emmy lo mandó a la cama apenas dio el último bocado.

Louis nunca subió a su habitación. Lo escuchó, de nuevo, despedirse de Emmy y pedirle que no lo esperara despierta. Sin embargo, Harry lo esperó sentado en el suelo de su habitación, frente a la puerta. Durante horas, intentó con todas sus fuerzas no cerrar los ojos y mantenerse atento. Estaba agotado, tenía frío y le dolía la cabeza, pero necesitaba estar despierto. La luz comenzaba a filtrarse a través de sus cortinas, cuando, finalmente, el cansancio lo venció, durmiéndose sobre la alfombra, con las puntas de sus dedos frías y las lágrimas secándose sobre su piel.

No Lie In His FireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora