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—... La hora de la cena es a partir de las 08:00 PM. Todas las tardes a las 06:00 PM le enviaremos alternativas de cena y tendrá media hora para darnos su respuesta. En caso contrario, escogeremos algo del menú que sea de su agrado.

Me encontraba subiendo las escaleras más elegantes que había pisado en mi vida junto a George, quien no paraba de parlotear cosas que en mi cabeza no tenían ningún sentido. Nada en ese momento estaba teniendo un puto sentido.

—... Dada su particular situación, esta semana no tendrá permiso para realizar actividades extracurriculares. Eso significa que Bryan, su chofer, tiene la obligación de traerlo a las 03:00 PM. Por favor, facilite el trabajo de Bryan manteniendo en orden su agenda y llegando a la hora.

—George... George— dije, por fin, tras haber pasado los últimos diez minutos en completo silencio, recibiendo un montón de instrucciones ridículas que olvidé en un segundo. —Dame un momentito que soy lentito. No estoy entendiendo absolutamente nada. ¿Quién diablos es mi padre?

George sonrió complaciente y en sus ojos pude leer: "eres un idiota".

—Entiendo que esto puede ser muy abrumador. Por ahora seleccione las opciones de cena que le enviaremos a su teléfono y acomódese en su dormitorio. Vendré personalmente por usted a las 19:50 para guiarlo al comedor principal, donde podrá conocer a su padre.

Conocer... qué extraña y acertada palabra. Sin duda ya no tenía ni idea quién diablos era Richard Holly.

George abrió la puerta frente a la que nos encontrábamos, y me hizo un gesto para entrar.

Sé que lo que voy a describir no sonará tan impresionante, pero trata de mantener la mente abierta y pensar desde los zapatos de un pobre crío londinense de familia obrera. Porque dentro del cuarto, que era mucho más grande que toda mi piso en Londres, había una infinidad de objetos caros, en última tecnología, de última generación, en la última tendencia. Todo estaba ordenado, limpio, pulcro, como una muestra del centro comercial. Recordé cuántas veces nos fuimos a meter a un dormitorio de IKEA con Tom, solo por la diversión de creer que algo así alguna vez podría ser nuestro.

—Su padre le ha dejado algunos regalos— dijo George tras entrar al cuarto. —Siéntase en la libertad de abrirlos cuando plazca. Dejaré su maleta dentro de su armario, donde también encontrará ropa... más apropiada. Cualquier cosa que necesite, puede marcar a través de ese teléfono al número 000— señaló un teléfono sobre una mesita. —Yo responderé al instante. ¿Necesita algo?

Negué con la cabeza, incrédulo. Estaba cegado.

Era un crío. No estoy diciendo que ahora sea muy maduro y que tenga todas las respuestas. Pero sin duda no volvería a hacer lo que hice ese día. En cuanto George me dejó a solas con todas esas cosas relucientes, me puse como imbécil a publicar historias en Snapchat de mi nueva vida. Y claro que lo hice sin pensar, porque nadie en Londres tenía la más mínima idea que desde ese día en adelante pisaría solo territorio americano.

No tardaron en llegar mensajes de mis compañeros de clase en Londres preguntando qué mierda estaba pasando, lo que me hizo arrepentirme en un segundo de mi arranque de soberbia. No había tenido el coraje para contarles a todos lo que viví. Apenas puedo decirlo ahora, y eso es porque ha pasado mucha agua bajo el puente como para empezar a ocultar cosas.

Fue una reedición del puto vídeo enviado por un tal "@jerrrry__01" que me trajo de vuelta a la realidad y me recordó por qué carajo había llegado hasta allí. Le respondí con una fotografía de mi nueva computadora mientras levantaba el dedo del medio. Sí, lo sé. Muy infantil.

Sonó otra notificación de Snapchat: "@jerrrry__01: ¿La conseguiste chupando vergas?".

Este puto cabrón.

Toc, toc.

—Señor Marcus ¿Se encuentra listo para la cena?

Era George del otro lado de la puerta. Puntual como no había conocido a nadie en mi vida.

—Sí, sí, pasa— murmuré mientras lanzaba lejos mi celular.

George entró con una sonrisa que rápidamente se desvaneció al verme.

—¿Esa ropa usará para la cena?

—Sí— fruncí el ceño. —¿No está bien?

—No, claro... Es solo que si no ha visto a su padre en años, quizá deba verse un poco más presentable ¿No cree?

Mire mi ropa en el espejo, sin entender del todo a que se refería. Llevaba la sudadera que mi papá me había regalado mientras estaba en la Residencia de Servicios Sociales en Londres, y unos pantalones negros rasgados en la rodilla. Claro, no estaba vestido para ver a la reina ¿Pero acaso iba a ver a la reina?

—¿Me cambio de pantalón?

George rodeó los ojos y entró al armario, de donde sacó un pantalón caqui y una camisa celeste planchada a la perfección.

—Póngase esto. Lo espero acá afuera.

Salió del cuarto, antes de que pudiera responder absolutamente nada. Genial. Aquí tampoco nadie escucha una mierda de lo que digo.

Resignado, me cambié de ropa y salí del cuarto.

—Mucho mejo-

George detuvo su frase cuando llegó a ver mis zapatos. Estaba utilizando mis Vans originales de toda la vida. Rodeó los ojos y consultó velozmente su reloj.

—No hay tiempo, por ahora tendrá que bastar— dijo rápidamente y comenzó a caminar. —Quítese esos aretes, señor Marcus.

—Marc— corregí.

—Joven Marc— respondió él, harto.

A veces me sorprendía la velocidad con la que era capaz de hastiar a las personas de mi presencia. Al parecer, con George bastó una tarde tras conocerme y ya era toda una molestia para él.

Todo el mundo contra Marcus Holly #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora