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La última vuelta a la cancha se sintió como el final de una maratón. Quedé con ambas manos en las rodillas, tratando de recobrar el aliento. Mi estado físico jamás había estado bien, pero tras pasar semanas solo viendo la tele en la Residencia de Servicios Sociales, estaba aún peor.

—Bien, águilas— dijo el profesor, refiriéndose a la mascota escolar. —Todo el mundo a realizar su rutina en las máquinas. Tienen cinco minutos antes de entrar al gimnasio.

—Entrenador— interrumpió Benjamin, llamando la atención de la clase. A diferencia mía, él ni siquiera había sudado con el calentamiento. —Marc no tiene pareja de entrenamiento.

Me reincorporé a duras penas.

—Yo no...— jadeé. Quería decir que no necesitaba pareja, pero apenas podía hablar.

—Buen punto, Kingsman— el entrenador miró a la clase, haciendo una pequeña matemática mental. —Somos impar, por lo que ahora habrá un grupo y cinco duplas.

Rodeé los ojos e hice un nuevo esfuerzo por hablar.

—No necesito...— mi voz apenas era un susurro. Mierda.

—Kingsman, Rayford. Están de suerte, Holly se unirá a su trabajo.

Pude ver el rostro de Catelyn desfigurarse ante la noticia del entrenador y a Chris apuntarla riendo. Pero en ese momento me importó una mierda. Estaba muy cansado.

La clase se desintegró camino a la sala de gimnasio y una vez que todos se marcharon, caí derrotado al piso.

—Creí que con el corte de pelo serías más aerodinámico... —escuché de una voz calmada, con un agradable tono de gracia que me obligó a dibujar una sonrisa. Era Ben, caminando hacia mí.

Me tendió su mano para levantarme.

Disfracé mi emoción de enojo, esperando que se fuera lejos. De las mil formas en las que había imaginado que volveríamos a hablar, ninguna de ellas me tenía a mí luchando por traer aire a mis pulmones.

Pero él se quedó allí con su mano extendida, sonriendo como un puto ángel.

—Jódete, Ben.

A cambio de mi actitud de mierda, escuché una melodiosa carcajada, como si tan solo hubiese lanzado un chiste. Mi corazón se desbocó alocado, ingenuo, alegre. Supongo que fueron esas pequeñas cosas que me hicieron caer tan rápido por él.

Ben tomó mi mano y me obligó a reincorporarme.

En la puerta de la sala de gimnasia estaba Catelyn, esperándonos impaciente. En cuanto me vio, rodeó sus ojos y se perdió dentro del salón.

—Vaya comitiva de recibimiento.

—Te prometo que no muerde— respondió tranquilo, como si no pudiera leer la tensión en el ambiente. —Solo dale un poco de tiempo.

—Ajá.

La primera parte de la clase, Benjamin envió a Catelyn al otro lado del gimnasio, excusando algo absurdo que ella ni siquiera cuestionó. Cuando estuvimos a solas se apresuró a aclarar que en realidad solo creía que necesitábamos espacio para calmar las cosas. Intento creer que esperaba que pudiéramos limar las asperezas, y que en cierta forma quería que quedara en su grupo para que eso pasará... Pero por sobre todo, me gusta creer que quería pasar más tiempo conmigo.

Internamente, le agradecí, porque no estaba listo para enfrentarla después de lo que pasó en la cafetería, aunque siendo honesto... tampoco estaba listo para lo que vería a continuación.

No tengo otra excusa más allá de declarar lo obvio: soy un idiota, porque no fui capaz de prever que en una clase de gimnasia sería lógico que vería a Ben hacer ejercicio. Y no me había preparado para esa imagen.

Todo el mundo contra Marcus Holly #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora