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I think you already know

How far I'd go not to say

You know the art isn't gone

And I'm taking our song to the grave


Quince minutos más tarde, me encontraba sobre el automóvil, viajando en silencio junto a Rick al campo de golf.

—¿Por qué llevas esos lentes?— preguntó Rick, tras cortar su importante llamada telefónica.

Suspiré en silencio y desvié la mirada. Si con alguien no quería conversar del caos mental que vivía en ese momento, esa persona era papá.

—Te estoy hablando, Marcus— repitió más severo.

Me quité los lentes de sol de un tirón y le observé enfadado.

Rick casi dio un salto del susto. Mis ojos parecían inyectados en agua, y quemaban igual que como si hubiese usado sal en los lagrimales. Tampoco podía contener las lágrimas, que evidentemente caían por mis mejillas hasta perderse en la oscura polera polo de golf que George me obligó a usar.

—Actúa como un hombre, Marcus. No puedes llorar por cada pequeña cosa que no sale cómo esperabas.

Volví a usar los lentes en silencio, y me acomodé en mi asiento para alejarme lo más posible de Rick.

—Sí, señor— respondí en un susurro.

Rick no me había escuchado cuando le dije que no tenía por qué ir a la estúpida colecta ese día, y parecía que tampoco le importaba explicarme bien qué diablos quería. Para mi suerte, ni siquiera se molestó en indagar por qué estaba llorando.

—Nos perderemos la misa— reclamé, tras mirar el reloj en mi mano.

Rick sonrió, como si hubiese dicho un chiste.

—¿Desde cuándo a ti te preocupa ir a misa?

Era justo. Si algo, siempre había intentado evitar ir a la Iglesia los domingos.

—¿Puedes explicarme por qué vamos al campo de golf un domingo por la mañana?

—A jugar.

—Yo no juego golf.

—Bueno, ahora lo harás. Y no llorando, por favor. No puedes ser tan marica.

Apreté la tela del pantalón entre mis manos, en un inútil intento de canalizar mi ira. Había una pequeña voz en mi cabeza que me decía que aún tenía tiempo de saltar del auto en movimiento. Claro, me rompería todos los huesos, pero no llegaría jamás al puto campo. Y no existiría ninguna posibilidad de ver de nuevo a Ben.

Sin embargo, la otra voz en mi interior solo gritaba el nombre del chico de ojos azules, en un intento desesperado de no borrar el sabor de sus labios, ni el sonido de su voz, susurrando en mi oído.

Incluso después de todo estaba anhelando volver a tenerlo a mi lado. Jamás me había sentido tan idiota por alguien. Estaba absorto en mis sentidos, en mis emociones, incapaz de poner algo de razón al agujero en mi pecho, donde alguna vez estuvo mi corazón, y ahora solo estaba la imagen de él.

De Ben, sonriéndome al llegar a la Academia. Su cabello cristalizado con la bruma del mar bajo el muelle. Sus ojos, achinados, riendo de forma sincera. Su voz, susurrando suavemente mi nombre. Y sus labios, en contacto con los míos, deseando tocar aún más.

Joder.

Papá no tardó en traerme de vuelta a Tierra, hablando de reglas e instrucciones, en un intento de que absorbiera la mayor cantidad de conocimientos de golf en el viaje al campo. Pero mi cerebro bloqueó todo lo que me dijo cuando me confesó el porqué estaba tan obstinado en obligarme a jugar: Mis miedos eran reales. Benjamin estaría ahí.

Tras la muerte del abuelo de Benjamin, la presencia del chico de ojos azules en ese evento significaba una oportunidad invaluable para hacer negocios. Como parte de los eventos de caridad de la semana de cuaresma, la Iglesia había organizado ese campeonato juvenil en el campo de golf. No era nada serio para quienes eran jugadores profesionales, pero tenía toda la pomposidad —y el costo— de un evento competitivo. Rick me contó que en cuanto supo que se inscribió Ben, corrió a comprar mi entrada. No porque viera en mí un potencial innato, claro. Yo solo sería el títere que le permitiría tener una reunión informal de una hora junto a los Kingsman. Eso si es que me iba medianamente bien. Se suponía que el juego era sencillo, por lo que Rick confiaba en que podría defenderme por algunos hoyos sin problemas.

Claro, el viejo no tenía la más mínima idea que la sola presencia de Ben me destrozaba por dentro.

No podía creer mi mala suerte, y lo decidido que estaba el destino a hacerme sufrir con el chico de ojos azules. Agradecí en el alma haberme puesto las putas gafas de sol, porque así Rick nunca pudo ver a través de mis ojos la tempestad en mi interior.

Todo el mundo contra Marcus Holly #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora