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Las mañanas de los domingos eran los únicos momentos en los que tenía un poco de libertad en casa. Ya me había acostumbrado a disponer de esas horas para mí, y honestamente ese día las necesitaba más que nunca.

Mis ojos ardían, y mi pecho aún temblaba tras haber llorado como un idiota la noche anterior. No me atrevía a mirarme al espejo, porque estaba seguro de que en reflejo encontraría solo una patética rana de ojos saltones.

Sin saberlo, Ben había depositado en mis manos una carga que no estaba dispuesto a soltar. Ayudarlo significaba caer nuevamente en su juego, y darle la espalda me partiría el corazón. Podía escuchar los gritos dolorosos de mi interior, rogándome que tomara la decisión correcta; y el agujero en mi corazón haciéndose más grande, a sabiendas de que quedaría eternamente vacío sin importar lo que hiciera.

Arrastré mi cuerpo hacia el armario, y busqué entre mis cosas hasta encontrar el frasco que me había dado Charles. Disponía de una hora al menos antes de tener que ir a la Iglesia junto a Rick, y era tiempo más que suficiente para fumar un porro. Necesitaba aliviar de alguna forma el agujero en mi pecho, y si llorar toda la noche no lo había logrado, esperaba que al menos el humo llenara ese espacio.

Tras unos minutos me encontraba listo para saltar al tejado por la ventana de mi cuarto, cuando escuché un familiar golpeteo en la puerta que me detuvo en seco. Era George, y al parecer venía con prisa.

La noche anterior me había obligado a quitar la barricada de la entrada de mi cuarto. George juró que hablaría de mi comportamiento con Rick, y que mi padre pondría un castigo justo a mis acciones. Pero nada sucedió. Me perdí la cena, e imaginé que eso podría ser suficiente.

Vaya que estaba equivocado.

Alcancé a esconder el porro entre mi ropa interior justo antes de que él entrara, y me viera casualmente distraído con el paisaje en mi ventana.

—¡Señor Marcus! ¡Debe vestirse!

Apenas eran las 7:30 de la mañana, pero en esa casa parecía que todos dormían en una cama de clavos.

Casi logró sacarme una sonrisa con sus palabras.

—Es el día de descanso del Señor, George, ¿por qué debería?— bromeé, fingiendo buen humor, pero sin darme vuelta a verlo.

—Su padre le está esperando para ir al campo de golf.

Diablos. Rodeé los ojos y apreté la baranda de la ventana entre mis manos. Por un segundo me vi muy tentado a saltar, aunque eso significara reventarme en el piso.

Me contuve.

—Pues dile que no debo ir hoy. Vendí todas mis entradas ayer.

George respondió con un suspiro, que solo puedo reconocer como el de alguien incrédulo por lo que acababa de decir. Claro que me creía incapaz de hacer una miserable cosa bien.

—El señor Holly le está esperando abajo. No tarde en bajar, sabe que no es un hombre muy paciente.

En cuanto cerró la puerta, lancé un quejido exasperado al cuarto. No tenía forma de zafarme de ir, y estaba seguro de que allí me volvería a encontrar con Benjamin.

Si algo podía ser más cruel conmigo que el chico de ojos azules, era lo inevitable de mi destino a su lado.

Todo el mundo contra Marcus Holly #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora