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Charles me extendió el porro que enroló con una habilidad inigualable. Debía darle el crédito, lo había conseguido a la perfección con una sola mano.

Me entregó el fuego.

—Pero es tu hierba.

—Prueba que no te va a dar vuelta el estómago como la mierda que te vendió el de tercero.

Le sonreí y miré hacia ambos lados, solo para confirmar otra vez que estábamos completamente solos.

Nos habíamos escabullido de la última clase para ir al baño abandonado de prefectos, detrás del gimnasio de la escuela.

—No hay moros en la costa.

—Solo tenía que asegurarme— dije, antes de prender el cigarro y fumar con impaciencia.

Quemaba bien. Y olía mejor.

—¿A cuánto?

—Calma, tigre— respondió Charles. —Aún tenemos tiempo para hacer negocios... Mientras tanto podríamos... no sé... solo hablar.

—¿Hablar? —le miré extrañado, sin dejar de fumar. Él me asintió. —Vale... ¿De qué?

Charles levantó sus hombros.

—De lo que sea... Como... ¿Por qué llegaste a mitad de año a Saint Joseph?

Sonreí de medio lado.

—¿No te diste cuenta el otro día en la cafetería?

Le extendí el porro y Charles fumó por la comisura de su boca, mientras negaba con su cabeza. Le miré incrédulo.

—Estás bromeando.

—No sé si te has dado cuenta, Marc, pero no soy la galleta más crujiente de la academia.

Lancé una carcajada. Claro que no estaba bromeando. Probablemente solo estaba drogado mientras todo ese chisme se desenvolvía a su alrededor.

—¿No has visto el vídeo del niño chupa pollas?— pregunté intrigado, levantando una ceja mientras recibía el cigarro de vuelta.

—¡Sí! —y comenzó a reír. No como si se estuviera riendo de mí, sino como si hubiese recordado un buen chiste. —Qué clásico.

Vaya, de verdad no tenía idea de lo que estaba hablando. Cualquier otra persona ya se habría dado cuenta a esas alturas.

—Pues soy yo.

Charles se volteó a mirarme y abrió sus rojos ojos como dos grandes platos.

—¡BROMEAS!

Negué con la cabeza. Y se abalanzó sobre mí, como si fuese un amigo de toda la vida que acababa de encontrar entre una multitud de personas. Casi perdí el equilibrio.

—¡Qué leyenda, hermano!

«Charles debe ser la única persona en el mundo que me considera una leyenda por ese vídeo».

—¿Por qué no lo dijiste antes?

—Porque... lo dije. El día que nos conocimos. En la cafetería, cuando Bernie encontró el vídeo y luego Cat me trató como la mierda por sentarme con ustedes.

—Claro...— y lanzó una sutil carcajada. —Qué leyenda. Pero eso no responde mi pregunta ¿Qué tiene que ver eso con que llegaste a Saint Joseph?

Aclaré mi garganta y fumé una calada del porro antes de devolverlo a Charles.

—Es un poco más complicado, pero la versión corta es que por ese vídeo me obligaron a vivir con mi papá aquí.

Charles asintió en silencio, como si estuviera pensando en lo que dije. Tardó unos minutos en volver a hablar.

—... Entonces tú... ¿te gustan los hombres?

Hice una mueca.

—Podría decirse que sí...

—¿Y yo te gusto?

Negué con la cabeza, un poco fastidiado.

—¿Por qué todos los heteros creen que le gustan a todos los gays?— dije hastiado, aunque para Charles parecía el mejor chiste. Él solo se rió.

—¡Es una broma!... —se apresuró a aclarar. —Sé que prefieres a Ben.

«Espera ¿qué?».

Volteé en silencio a ver a Charles, quien parecía tan tranquilo como hace unos segundos. En mi cabeza era imposible que lo supiera. En primer lugar, porque no se lo había comentado a nadie, y en segundo, porque había sido extremadamente cuidadoso. No había forma de que se hubiese dado cuenta.

—¡¿Qué?! Yo no...

—Vale, no tienes por qué decírmelo— interrumpió antes de que acotara nada.

Se quedó en silencio.

Aclaré mi garganta antes de hablar, midiendo con cuidado las palabras que iba a decir.

—¿Cómo...? ¿Por qué lo dices?

Charles miró el cigarro con paciencia antes de darle una última calada y apagarlo sobre uno de los lavamanos abandonados.

—Puedo sentirlo... entre ustedes dos. Llámame loco, pero cuando estoy drogado siento una... una sensibilidad especial, algo distinto... Cuando los veo, siento su interés mutuo en el ambiente.

—¿Mutuo?

Charles sonrió al piso y me arrepentí al instante de hablar. Si es que no había sido evidente antes, entonces sí que lo era. Charles no necesitaba más información para comprobar que estaba embobado con Ben.

—No lo escuchaste de mi boca, pero jamás he visto a Ben así. Y lo conozco de hace años.

—¿Así cómo?

—Así como lo miras tú— respondió, clavando su vista en mis ojos.

Tragué saliva con dificultad.

La "sensibilidad" de Charles me había logrado devolver el alma al cuerpo. Aunque fueran las palabras de un pobre diablo drogado, quería creer firmemente que eran reales.

En la cabeza de Charles, tenía una oportunidad con Benjamin, y eso sonaba increíble.

Todo el mundo contra Marcus Holly #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora