21

8 2 5
                                    


De lado a lado, una hilera de amplias ventanas daban la perfecta vista a la bahía. A un costado, una chimenea encendida iluminaba los sofás en la sala de estar y, en la otra esquina, la cocina abierta yacía perfectamente ordenada. Un pequeño pasillo entre ambos lugares daba el camino de salida a la terraza, donde se podía observar mejor aún el maravilloso atardecer frente a nosotros. Sin duda, una ventaja inigualable de estar en un penthouse frente al mar.

—Pasa, Marc.

Di unos pasos, dubitativo, mientras Ben con desplante se paseaba de un lado al otro. Se acercó a la cocina y abrió el refrigerador.

—¿Quieres algo?

Negué con la cabeza, cohibido. Benjamin sacó dos botellas de agua y me extendió una de todas formas. Me acerqué a él y la recibí.

Aun con la mochila al hombro, recorrí con la mirada el gran espacio. Era un apartamento maravilloso, con un delicado estilo minimalista. Sin embargo se sentía frío... demasiado frío para alguien como Ben. Por un momento pensé que nos había llevado a su casa, pero él mismo había dicho que quería que estuviéramos solos... ¿Dónde estábamos?

—Vamos a la terraza.

Benjamin abrió las amplias puertas de par en par y se acomodó unos metros más allá, debajo de una sombrilla entre unos esponjosos cojines. Le seguí y, aun con desconfianza, me senté frente a él.

Nos quedamos en silencio, bebiendo el agua y viendo el atardecer suceder frente nuestro. Cada uno desde su lado del puente, mirando el horizonte en silencio. Nada podíamos decir en ese momento. Yo quería construir el puente, Ben quería construir el puente ¿Por qué nos matábamos cada vez que alguien intentaba hacerlo?

La bruma del océano atlántico entrando por la bahía me recordó nuevamente a aquella noche en el muelle, y deseé con toda mi alma arrojarme de nuevo a ese lugar y revivir una vez más su tacto sobre mi piel. Sentir que genuinamente podíamos conectarnos, que en realidad era fácil tocarnos.

Mierda.

—No te puedo pedir que vivas escondido, tienes razón.

Mire súbitamente a Benjamin. Por muy estúpido que suene, no esperaba que hablara.

—Y lo siento por ponerte en esa situación, y en esta situación también— restregó otra vez su cara con su mano. —En verdad no quería que esto pasara y no sabes con cuántas ganas intenté evitarlo.

—¿Dónde estamos?

Benjamin sacó sus manos de la cara y me sonrió, como si le hubiese contado un chiste. Quiero creer que estaba de alguna forma cautivado por mi inocencia ante la cantidad absurda de dinero que tenía, pero no quitó la agria espina que se clavó en mi piel.

Ben respiró profundo y señaló a sus espaldas.

—Es la casa de retiro de mi familia... bueno, es mi casa ahora.

—¿Y tu familia?

—En Houston.

Fruncí el ceño. Benjamin suspiró y se acomodó en su asiento.

—Puedo empezar explicando esto... — suspiró. —Cuando apareció lo de Maddie... y me ofrecieron comprometerme con ella, quería estar a solas un tiempo. Maddie es genial, la conozco desde siempre y pensé que sería un poco como vivir con una amiga. Pero necesitaba un espacio para mí, así que pedí el edificio.

—¿Todo el edificio?— levanté una ceja. Sabía que era posible, pero aun así me parecía exagerado.

Ben solo sonrió de medio lado y miró hacia el atardecer en silencio. Suspiré hastiado. La cantidad de dinero que tenía la familia de Ben era absurda, incluso grotesca... No podía dejar de pensar en cómo mamá se las arreglaba mes a mes para pagar la estúpida deuda con el Banco Kingsman y aquí estaba el heredero, despilfarrando el dinero.

Qué asco.

—Dime qué es lo que quieres de mí, Bryan me está esperando.

Ben me miró de vuelta, con su rostro pálido. En verdad no se veía bien... como yo, aquel día en el muelle.

—Me encantaría que me creyeras, porque realmente no te quería hacer daño. En verdad solo quería...

—¿Qué?

—Me gustas mucho, Marc. Intenté que esto no pasara, pero no pude evitarlo, y mierda. Qué mal momento todo. No tuve el coraje para contarte qué iba a pasar esa noche-

Me crucé de brazos y miré al horizonte. Claro que su declaración me conmovía. Eran esas palabras las que quería escuchar más que nada en el mundo, pero...

Mi corazón estaba roto.

Él lo había roto.

—No necesito tus disculpas.

Benjamin bajó la vista y suspiró. Pasó una mano por su cabellera, como si eso de alguna forma lo ayudara a tomar fuerzas para continuar. Su vista fija en el horizonte se tiñó con los colores del atardecer.

«No puedo creer que me siga gustando».

—Si no quieres mis disculpas ¿A qué viniste?

Me quedé quieto, asustado. Mierda.

—¿A qué viniste, Marc?

Benjamin se volvió hacia mí, y en su mirada me sentí desnudo. Era como si pudiera leer a través de mí, y bueno, digamos que no era precisamente lectura académica. La respuesta era obvia.

No podía creer lo idiota que era, y cómo siempre Ben encontraba la forma de salirse con la suya.

—Marc, me gustas, y mucho. No te voy a pedir que guardes silencio, porque sé que lo que hice no fue justo. Pero sé que te importo, o si no, no estarías aquí ahora... Solo me gustaría haber hecho las cosas diferentes.

Me levanté, decidido. No podía continuar allí, no tenía sentido.

—No te mientas, Ben. No me importas tanto.

Comencé a caminar hacia la salida, sintiéndome como un idiota. No tenía el más mínimo sentido reunirme con Ben. No sé qué tenía en la cabeza. No había forma de que pudiéramos estar junt-

Sentí la mano de Ben tomar firmemente mi muñeca y voltearme. Su rostro, con una mirada torturada, observando fijamente mis labios. Estábamos tan cerca que podía sentir su respiración agitada golpear mi cara, podía ver que sus pupilas no solo eran azules, sino que también tenían manchas grises y que, en verdad, su piel no era tan perfecta como parecía. Pero incluso ahí, todo en él me parecía bien.

No me di cuenta y Ben había construido todo el puente para llegar a mí. Solo estaba estirando su mano, pidéndome saltar para llegar a su lado.

«Ay, no... ».

Vi su rostro inclinarse a mí y no me pude resistir. Cerré los ojos, como si eso pudiera ayudarme a aminorar el golpe que me iba a dar. Él era una mala idea. Esto era una mala idea. ¿Por qué no puedo detenerme si es una mala idea? Entonces sentí su boca contra la mía y su respiración agitarse conmigo. Mierda. Solté la mochila y extendí mis brazos a Benjamin, deseando probar más de sus labios, de esa adrenalina que me regalaba su presencia. Él sostuvo mi mandíbula y se permitió entrar en mi boca. Un gemido de satisfacción escapó de mí y me arrepentí en el mismo instante.

Maldita sea, me había enamorado del idiota.

Todo el mundo contra Marcus Holly #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora