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El viento golpeaba con fuerza desde el sur, y traía consigo el pesado calor húmedo del pasto, secándose al sol. Hice una nota mental para recordar la desventaja que daba la fuerza del viento a la hora de realizar mi siguiente tiro.

Para mi propia sorpresa, logré sortear los primeros cuatro hoyos sin mayores problemas.

Estábamos jugando una versión resumida del putt-putt, por lo que el evento tenía seis hoyos en lugar de los dieciocho que usualmente se conocen. Las reglas eran bastante similares: quien lograba hacer entrar la pelota al hoyo en la menor cantidad de tiros, ganaba el evento.

En total había dieciséis jugadores, divididos en cuatro grupos de cuatro personas, para evitar atestar el campo y permitir que los asistentes siguieran de cerca el juego. El grupo en el que estaba Ben tenía la mayor cantidad de seguidores, como era de esperarse. Después de todo era el tricampeón de la Casa Club.

Hasta ese momento, la tabla me dejaba en el tercer lugar de nuestro grupo de cuatro jugadores. Nada mal para quien acababa de aprender del deporte viendo un tutorial de Youtube.

Para el quinto hoyo, Ben mantuvo su racha de "birdies" sin problemas. El chico que le seguía no calculó el viento, y terminó lanzando la pelota fuera del juego. Con ese punto de penalización, más los tres golpes extras que necesitó para terminar el hoyo, yo podía colarme al segundo lugar en nuestra tabla.

Tomé el palo que me ofreció el caddie, y cuando la voz del altoparlante anunció mi turno, me acerqué en silencio a mi lugar de tiro.

A mi pesar, debía reconocer que lo estaba disfrutando. El deporte exigía que despejara mi mente, y reclamaba toda mi atención para ejecutar un tiro exitoso. Supongo que ese era el chiste: detrás de todo el lujo, solo era otra extraña y muy pomposa forma de meditación.

Lamí mis labios, con tal de asegurarme que el viento continuaba en mi contra. Pero sentí una ráfaga del norte, que me hizo dudar antes de lanzar. Traía un particular olor familiar. Una mezcla de frutas con una impresión de enebro. Una rica fragancia que resultó ser la llave para desbloquear los recuerdos que con tanta fuerza intentaba olvidar.

Era el olor de Ben. Esa era la esencia que envolvía su cuello, y mareaba mis sentidos cada vez que nos besábamos. Era el perfume que me saludaba cuando se acercaba desesperado a mis labios, el aroma que me intoxicaba y doblegaba a su voluntad. Era un arma letal para dejarme a su merced.

Joder.

No pude detener ni corregir mi tiro. Y aunque mi golpe fue torpe, estuvo increíblemente acertado.

Hoyo en uno.

Me devolví a ver el grupo con una sonrisa, mientras desde lo lejos escuchaba el frío y aburrido clamor del resto de los asistentes.

«No tengo dudas, me quedo con el fútbol». Al menos allí una victoria se celebraba como se merecía. Dentro de lo que cabía, el público se estaba volviendo loco. Casi podía adivinar lo que hablarían: "el novato alcanzaba al tricampeón".

Pero mi grupo no parecía impresionado, allí solo reinaba el silencio. Atrás habían quedado las risas entre Rick y William.

Me acerqué a ellos, indeciso, mientras le entregaba el palo al caddie para darle la pista al último chico del grupo.

No esperaba que me recibieran con indiferencia. No sabía cómo reaccionar a lo que estaba pasando.

—... No es fácil lo que estás buscando, Richard— escuché de parte de William, antes de llegar hasta su encuentro.

—Entiendo que es un gran favor...— comenzó papá.

—No es un favor, es un suicidio— interrumpió Benjamin, mirándolo serio.

Todo el mundo contra Marcus Holly #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora