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Desde la banca podía ver el jardín de cerezos floreciendo, y me pareció tan hermoso que solo quería quedarme ahí y concentrarme en su belleza. Había vivido días tan grises que ni siquiera reparé en que afuera podía haber otro color que no fuera el negro.

En ese momento quería ser un cerezo, y que mis ramas enterradas en el piso me sujetaran con fuerza a la Tierra. Quería ser una bonita flor que todos admirarían al pasar. Quería florecer y ser efímero, para terminar en el piso antes de que pudieran odiar mis colores y mi aroma. Quería enterrarme en el suelo y pudrirme antes de ser semilla, porque así nunca tendría que volver a vivir.

Pero yo no era un cerezo. Y jamás podría ser nada de esas cosas. Ante los ojos del resto solo era un marica chupapollas. Eso y nada más.

—¿Puedes dejar de ser la reina del drama y volver a la clase? —dijo la voz que menos quería escuchar en ese momento.

La hermosa postal del jardín de cerezos se vio interrumpida por el maldito sol que era Catelyn Rayford. Le miré sin mover un puto músculo. Absolutamente todo mi ser quería despedazarla.

Ella rodeó los ojos y se sentó a un lado mío, obligándome a moverme.

—¡Vale! ¡Tú ganas! —dijo, alzando sus manos al aire en un gesto de burla. —¡PERDÓN! Uy, qué sensible.

Esta vez ni siquiera me molesté en mirarla, solo me quedé allí... inmóvil. Con mis manos cruzadas por sobre mis rodillas y mi cabeza escondida entre los hombros.

No era tan machista como para creer que no podía golpear a una mujer cuando estaba siendo una real hijadeputa, pero sí sabía que de lanzarle un golpe a Catelyn, era mi destino irme de patitas a la calle con la Academia. Y no quería imaginar qué diablos haría Rick conmigo si eso pasaba.

Además, que no tenía nada que pelear. ¿Qué le iba a decir? Porque mintiendo no estaba. Sí, era un chupapijas, y no tendría nunca cómo ocultarlo. Había un puto vídeo en internet para que toda la maldita posteridad se enterara de aquella vez que una verga casi me atravesó el cuello.

Solo un maldito chupapijas.

—Bueno... Chau.

Catelyn se levantó de la banca.

—¿Y qué? —pregunté de la nada, tomando por sorpresa a la chica de cabellos dorados.

La escuché detener sus pasos y voltearse. Levanté mi vista y la vi allí, paralizada, confundida. De seguro no esperaba que le dijera nada. Asustada ya no parecía la misma pendeja petulante y ricachona de hace unos minutos. Me alegró sentir que por fin no era la niñita rica de papi. Ahora era como cualquier mortal más.

Y si algo tenía, era el poder de molestar a cualquier otro mortal.

—Soy un maldito chupapijas ¿Y qué?

Ella retrocedió un paso que me apresure en adelantar.

—¿Por qué mierda te importa?

Intentaba mantener la vista, aunque sus pupilas rodeaban el lugar en busca de cómo escapar. Estaba acorralada.

Negué con la cabeza y volví a acortar nuestra distancia.

—¿En qué demonios te afecta?— dije, sonriendo de medio lado. Estaba disfrutando su expresión de pánico. —Si algo es seguro es que ni en sueños te tocaría a ti, no tienes pija qué chupar.

—No... yo..-

—¡Dime la puta verdad! ¡¿Qué mierda te hice?!

Ella me miró aún más aterrada.

Todo el mundo contra Marcus Holly #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora