Días de primeras canciones.

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Omnisciente 

Recomendación musical: War of Hearts - Ruelle.


Cuando cruzas a alguien en la calle, existe la posibilidad de que jamás lo vuelvas a ver en tu vida, pero, así como puede ser un extraño ahora, en el pasado pudo serlo todo para ti, no me refiero a una vida presente, sino, en una vida pasada, en la que probablemente la que estes cursando ahora, sea una vida karmica, o tal vez, la segunda oportunidad de algo que fue bello o también, tomentoso. 

La verdad es agridulce, puede llegar a ser lo que más esperas y lo que menos quieres escuchar al son del tiempo, cuando por fin aclaras tus dudas, desenlazas tus pensamientos o sospechas, es como si una maya de densa textura y color se callera de tus ojos, dándote la luz directamente en la cara, cosa que a veces llega a ser molesta, tanto como liberador, es, cuestión de situaciones, situaciones que varían de mentes, mentes que dependen de, corazones. 

En los días de las primeras canciones, cuando Eywa comenzaba a crear el mundo de Pandora en todo su esplendor, está ya se había encargado de crear los clanes, pero, la diferencia con la pandora del presente era que ninguno de los Na'vi o podían contactar con sus ancestros, pues, no existía ningún lugar como la caleta de los ancestros o un Kelutral. 

Solo podían tener conexión con ellos a través de las Tsahíks o de las historias que se contaban de sus antepasados. 

En el clan de Omaticaya, existía una Tsahík, la segunda en la generación, llamada Atokirina, quien estaba casada con Dairem, el Olo'eyktan del clan, como era de costumbre en pandora, su matrimonió había sido arreglado, por un arreglo entre los jefes de la aldea que era la familia de la chica y la del chico, quien provenía de una familia de guerreros sabios. 

Atokirina ni siquiera tenía interés alguno en casarse, apenas tenía diecisiete años, sobre todo, con un chico que apenas conocía, ella, no quería, pero, no tenía opción alguna mucho menos. 

Desde que se había dado la noticia de su compromiso, ella lloraba todas las noches, hasta que se casaron y tuvo que guardarse sus lágrimas para no exponer su dolor ante los ojos de aquel chico, quien, era un cascarrabias y al parecer, tampoco se quería casar con ella. A la joven no le quedó de otra, más que intentar seguir con su vida como siempre, aunque no era fácil.  

Ella estaba acostumbrada a correr, saltar, disfrutar de la naturaleza y de todo lo que conllevara ser libre, no, no tener que llegar a la choza para estar con alguien que ni siquiera le hablaba para saludar o para saber cómo estaba, era simplemente frustrante ver como seguramente su vida se iría ahí, con un futuro heredero que tenía que dar y ya.

Como de costumbre, durante las mañanas, la chica salió de su choza para poder ir a el bosque donde montaba su Ikran y salía a darle un paseo más un poco de comida, la única diferencia de todos los días al de hoy, era que ella había preferido ir a las orillas del bosque, donde, el mar comenzaba, pues, ahí la brisa corría con más fuerza, mucho más fresca y relajante a los pulmones. 

Se preguntaba miles de cosas mientras preparaba su ritual de Tsahík del diario, con el que se comunicaba o estrechaba lazos con Eywa y se mantenía al día con sus dones, pues, desde pequeña ella había tenido visiones, de hecho, ella no era nacida de una Na'vi. 

La tsahík de en eso entonces, que era su madre, no podía concebir, no había podido tener hijos con el Olo'eyktan, eso causo que una enorme tristeza llegara a ella, un día en medio de una crisis, salió al bosque en busca de algo que la distrajera, o algo que ya de plano, terminara con su vida y de paso con su sufrimiento, pero, cuando más te sientes asfixiado, lo único que puedes hacer es respirar, lo bueno de tocar fondo, es que lo que mejor que puedes hacer, es subir.

EMUNÁ/ KIRI Y AONUNGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora