CAPÍTULO 1

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Mariela trenzó mi pelo castaño con delicadeza, como siempre lo hace. Reíamos mientras nos arreglábamos para ir a cenar juntas, esa noche nuestros papás decidieron comer en mi casa, pero aún así nos arreglamos para la familia.

—¡Hasta que llegan! —Dice el papá de mi amiga.

—Bueno che, para todo hay que estar arreglada. —Digo y ambas sonreímos.

—Mujeres. —Responde él y rueda los ojos.

—Qué pesado papá, nunca me dejas ponerme bonita vos. —Se queja Mariela al lado mío. La ayudo a servirse la comida mientras la miro un poco apenada de su situación.

Ella no tuvo madre que la guíe, en cambio yo sí y quisiera enseñarle lo que es tener una, trato de corregirla con un par de cosas que tiene ella, me agradece y todo, pero después su papá... como que lo arruina todo.

Al vivir con el padre siempre resultó medio bruta con la apariencia y la verdad que con lo pilla que la tiene, pobre mi Mariela. Ojalá pueda vivir conmigo, aunque sé que en la vida no se puede todo.

—¿Para que después lo pendejos de la canchita o cómo se llama ese que te anda atrás siempre?

—¿Carlitos? —Respondí por ella, riendo.

—Ese. Es un pesado ese pibe, no lo quiero ver más, y menos si estás así de pintarrajeada Mariela. —La señala y me mira, como si estuviera advirtiéndome de algo.

Mis padres se sientan frente a mí y todos comenzamos a comer.

Entre charla y charla, se me ocurrió una idea que iba a ser muy difícil de llevar a cabo sabiendo cómo son mis papás.

—Se me prendió la lamparita. —Levante un dedo y todos miraron hacia mi dirección.

—¿Qué? —Dice la morena a mi lado. Me acerco a su oído y le susurro lo que pensé, ella simplemente niega con la cabeza y la cara seria.

—¿Por qué no? ¡Dale! —Hago berrinche.

—Juli, no te van a dejar. —Sigue negando y ocupa su boca con un pedazo de milanesa. Eso fue a propósito para no responderme seguramente, la conozco.

—Pa —Llamé y planté mi cara de perrito mojado —. Ma.

Mariela pone una mano en mi hombro y empiezo a dudar. Casi dieciséis años me la pasé preguntándome cómo sería visitar ese lugar. Estoy bastante grande para ver las cosas que pueden esperarme.

—¿Puedo ir al fuerte apache? A la casa de Mariela. —Junto las manos. Mi mamá se acaricia el puente de la nariz y me papá abre la boca sorprendido.

—No. —Un. Rotundo. No.

—Por favor. —Rogué.

—No, Julieta. —Repite mi papá.

—¿Pero por qué? Ya estoy grande. —Empiezo a discutir.

—Julieta, no es no y vos ya sabes por qué. —Mi mamá pone su mano arriba de la mía —. Otro día hablamos, no hagamos esto enfrente de ellos. Vas a amargar mi noche y la de ellos ¿ok? Córtala nena.

Eso último no fue muy amigable.

Me paré de la silla y me fui arrastrando los pies.

—¡Juli! —Mariela me grita desde su lugar.

—Deja Mariela, la próxima que esté de buen humor hablamos mejor.

—Dale, Juli, tampoco es el fin del mundo que vos no vengas a mi casa. —Aparece atrás mío.

—No, boluda, no puede ser que estuve años esperando a ser mayor y encima después no me dejan. —Me quejo. Toda mi vida estuvieron prometiéndome que cuando tenga la suficiente edad podrían llevarme un día a conocer, nunca a quedarme más de unas horas porque podría ser una masacre.

𝐕𝐞𝐧𝐞𝐧𝐨: 𝐃𝐚𝐧𝐢𝐥𝐨 𝐒𝐚́𝐧𝐜𝐡𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora