Cuando llegamos a la casa, mis ojos, mis sentidos y el sello volvieron a la normalidad. Ya no sentía que estaba perdiendo el control de Nova.
Dejé que Sebastián fuera con sus padres para comprender lo que me estaba pasando. No me había sentido de esta forma desde que mis padres fallecieron hace seis años. Pensé que todo lo tenía bajo control y me asusta saber que no era cierto.
Subí las escaleras para ir a la entrada principal. Al entrar, el eco de mi llegada fue lo único que me saludó; el silencio era tan perturbador.
Mientras subía al segundo piso, mi mente se perdió en los recuerdos. Me apoyé en la baranda de las escaleras cuando sentí que no podía soportar estar de pie.
—Mamá, ¿puedo ir con la abuela?
—Claro, cariño, pero no corras.
Esa vez no le hice caso, corrí hasta el jardín y cuando llegué ahí, no vi dónde pisaba y resbalé. Me asusté y de inmediato empecé a llorar. Recuerdo que mi mamá llegó aterrada por lo que me había pasado, extendí mis brazos para que ella se acercara a abrazarme y así lo hizo.
Tenía cuatro años y ella me cargó como si fuera un bebé. Dejó que llorara en su hombro mientras ella trataba de tranquilizarme. Me hablaba al oído y dejaba caricias en mi espalda.
Sonreí con nostalgia. Esta casa tenía tantos recuerdos que me era difícil no desear que mis padres estuvieran conmigo. Tal vez si le hubiera dicho que se quedará todo sería diferente, pero un Dupont no puede seguir viviendo sin su otra mitad.
En cuanto terminé de subir las escaleras, me adentré en mi habitación para cambiarme y prepararme para las clases de violín con mi tía.
Quité la liga que amarraba mi cabello, tomé el cepillo y lo pasé lentamente por cada mechón. Mientras me miraba al espejo, me di cuenta de que esto es lo que soy ahora, una niña atrapada en un cuerpo de una adolescente que no sabe qué hacer consigo misma.
Mis ojos se intensifican, Nova ha decidido aparecer y eso es una señal de que lo que creía seguro lo estoy perdiendo.
Me tomé mi tiempo para respirar profundamente, recargué mis manos sobre el tocador, dejé caer mi cabeza y cerré los ojos, a la vez que sentí un gran alivio en ellos.
Tenía diecisiete años, se dice que tengo una vida por delante y de cierta forma resuelta, pero si todo sigue como ahora, no sé si pueda mantenerme alejada de la locura.
He leído historias sobre los desertores; Duponts que han decidido abandonar la cordura y aceptar su lado felino. Mentiría si dijera que no lo he pensado, pero aún existen un par de cosas que me atan a este mundo humano, no sé qué haré cuando las pierda.
Salí de mi habitación con rumbo al estudio, pero una puerta entreabierta me hizo detenerme. Di cada paso sin hacer ruido y me acerqué hasta que pude ver el interior.
Sonreí al notar a mi abuela dormida en el sillón que diseñaron para ella. Los rayos del sol pasaban por la ventana y caían delicadamente sobre su piel. En sus manos había un libro, se lo quité con cuidado de no despertarla.
Busqué en uno de los cajones su manta favorita y la arrope. Me senté a un lado de su cuerpo para acariciar sus delicados rizos blanquecinos.
"Puedo seguir siendo fuerte", me dije. Lo último que quiero es traerle más conflictos a su vida.
Por un tiempo ella estuvo enojada con el abuelo, por lo que me hizo sin su consentimiento. Fue atroz ver el dolor en sus ojos, no quiero que vuelva a pasar y menos por mi culpa.
Dejé un beso en su frente y salí de la biblioteca para retomar mi camino. Baje las escaleras hasta el sótano, necesitaba descargar mis emociones en algo.
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🐈⬛ Oscura maldición 🐈⬛
RomancePor años, la familia Dupont ha resguardado su secreto a base de lágrimas, sangre y sudor. Cada integrante se ha encargado de tener el control de Lambert, la ciudad en donde sus antepasados decidieron quedarse y donde su maldición dio inicio. Al ser...