EPÍLOGO

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***Seraphine***

Treinta y dos años atrás

—Papá, por favor, no hagas esto. No quiero casarme. Quiero ir a la escuela, estudiar y luego trabajar.

Sentí mi corazón apretarse mientras miraba a mi padre, con ojos suplicantes. Soy una niña, y el matrimonio infantil no es correcto. Es un acto inhumano y monstruoso. Quiero crecer como otros niños de mi edad, quiero jugar con mis amigos. Quiero viajar y conocer el mundo. Comencé a llorar desesperadamente mientras él informaba a mis tíos, sus hermanos, que había cerrado un buen negocio, y que el señor pagaría una buena cantidad de dinero por el matrimonio.

Mi padre es un hombre de semblante austero y autoritario, parece decidido a no ceder a mis súplicas. Me miró con desdén, como si su voluntad fuera absoluta e incuestionable.

—¡Papá, por favor!

—Cállate, niña insolente. Aquí no mandas tú. Está decidido y punto. —Dijo con su voz resonando en la sala con una severidad gélida y mis tíos añaden diciendo que mi padre debería ser más severo conmigo porque una niña nunca debe ir en contra de la voluntad del padre.

—Mamá, por favor, ¡haz algo! —Imploré, con lágrimas comenzando a brotar mientras mi voz salía áspera.

—Tu padre ya ha decidido, Seraphine. Te casarás, te guste o no. —Responde mi madre sin mirarme a la cara.

Comienzo a llorar amargamente, y para empeorar mi dolor, mi padre sin compasión comienza a golpearme con un cinturón, dejando marcas en mi cuerpo. Mi madre y Abel intentan venir a ayudarme, pero mis tíos los impiden.

—Hija mía, no cuestiona. Hija mía, hace lo que yo mando. Esta audacia es resultado de la educación que estás recibiendo de las monjas francesas —argumenta sin dejar de golpearme—. Debes saber que a partir de hoy se acabaron tus clases. Una mujer no necesita estudiar. Comienza a aprender a ser una buena esposa, para eso naciste. —Declara y continúo llorando mientras recibo los golpes.

Me encogí cubriendo mi rostro con los brazos para evitar ser golpeada con el cinturón.

Abel no deja de gritar suplicándole a nuestro padre que pare o me matará a golpes. Mamá también suplica llorando, diciendo que me casaré, entonces él no necesita seguir golpeándome. En este punto, prefiero morir que tener que casarme. Mi padre es cruel, no le importa nuestro dolor. Lo único que le interesa es el dinero.

Sigo llorando, ya sintiéndome débil, cuando escucho el ruido de la puerta, abriéndose con las voces de mi abuela y mis otros tíos hermanos de mi madre que entran apresuradamente para socorrerme. Siento un par de manos levantándome del suelo, abro los ojos lentamente y veo que es el guardia de la casa parroquial quien me dice que estaré bien. Hay pelea entre los hermanos de mi padre y los hermanos de mi madre.

Mis ojos se vuelven pesados y termino desmayándome en los brazos del hombre que me carga.

Despierto abriendo los ojos poco a poco, sintiendo mucho dolor en el cuerpo. Solo quiero ser feliz como una niña normal. Únicamente quiero ir a la escuela y jugar con mis amigos. No quiero dejar de estudiar. Aunque con lágrimas, abro los ojos y encuentro a mi abuela Zuri a mi lado.

—Abuela.

—No llores, mi amor, ya pasó. Tu abuela cuidará de ti.

—Abuela, no quiero casarme. No permitas que eso suceda.

—Y no sucederá, Seraphine. Mañana viajarás a Francia con la hermana Seraphine. El monstruo de tu padre no podrá encontrarte allí.

—¿Es verdad? —Pregunto emocionada, esperando que no sea solo una broma para calmarme.

Madame LeBlancDonde viven las historias. Descúbrelo ahora