prólogo

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Prólogo
Red.

──¡Red! ¡Red! ¡Te juro que no fui yo! Jamás te traicionaría. ──Grita desesperado mientras se agita con fuerza.
Sonrío disfrutando la imagen que tengo frente a mi, Lucio está amarrado a una mesa de madera con una disco de cierra entre sus piernas, amenazando a cortarlo en dos, mi dedo pulgar hace presión en el botón que activa el disco con afiladas y relucientes puntas.
Sus gritos son música para mis oídos, la mesa empieza a moverse acercándolo hacia el filo que gira a gran velocidad, todos los presentes observan como su sangre empieza a esparcirse por todo lados marchando desde paredes, suelo y trajes.
Su cuerpo empieza a ser separado, su piel se desprende, sus órganos quedan expuestos y deja de ser divertido cuando muere.
Recibo un pañuelo para limpiar lo rostro de su asquerosa y sucia sangre.
──Espero que a ninguno de ustedes se les ocurra traicionarme. Limpien está mierda.
***
Las mujeres se mueven a mi alrededor, figuras que bordean la periferia de mi dominio. Ellas, las sirenas de estas calles urbanas, son más que fachada; son el envoltorio delicado de mi mensaje para el mundo. Poca ropa cubre sus cuerpos, una táctica cuidadosamente calibrada. Su piel al descubierto no es más que un espejismo de vulnerabilidad. Son mis centinelas, mis guerreras, cada curva, un mapa de mi territorio conquistado.
Ellas no hablan. No tienen que hacerlo. Sus tacones golpean el piso como tambores de guerra, ritmos que susurran promesas y amenazas. El lobo se rodea de su manada, pero en mi caso, la manada está vestida para matar.
Me detengo un instante frente al espejo, mi corbata cuelga perfectamente alrededor de mi cuello. Los ajustes finales son rituales, prácticas sagradas en mi templo de poder.
──Veamos si esta noche la fortuna nos sonríe. ──murmuro, y aunque mi voz es sólo para mí, las mujeres reaccionan como si escucharan las intenciones detrás de mis palabras. En nuestra simbiosis, yo les concedo mi protección, y ellas me entregan su lealtad feroz.
Con un último vistazo, me aseguro de que la armadura de mi apariencia esté impecable. No hay lugar para errores, no en mi mundo. La noche nos aguarda, y aunque yo sea el rey, ellas son mis consejeras, moviéndose en las sombras donde ni la luz de la luna se atreve a brillar.
El timón del deportivo vibra bajo mis dedos, un zumbido apenas perceptible que compite contra el rugido del motor. La ciudad de Nueva York está despierta, viva, similar a un organismo que nunca duerme, y esta noche, las calles son venas por donde fluye la adrenalina del peligro y el dinero.
Hablo por teléfono, mi voz se mezcla con el ruido de tráfico. Los asuntos nunca esperan, menos los míos.
──Está hecho. ──digo, con la seguridad que da el poder. Los neones titilan a través del parabrisas, esparciendo susurros de luz sobre el tablero. El olor a cuero me envuelve, un lujo que siempre me he permitido.
De repente, ella aparece... Su nombre me vendrá después, pero en ese instante es sólo una sombra que toma forma, una figura que desafía mi mundo de certezas y tratos cerrados.
Piso el freno con una violencia que tiene eco en la sinfonía de los neumáticos sobre asfalto. El coche responde como siempre, una extensión de mis decisiones, y se detiene a escasos centímetros de su fragilidad.
Su rostro dulce, su cabello negro azabache y esos intenso pero tan expresivos ojos azules llaman mi atención, lleva varios bolsos encima, pareciera que huyese de algo…
Nuestros ojos se encuentran a través del parabrisas, un canal transparente cargado de preguntas sin respuesta. Hay reproche en esa mirada, como si conociera cada uno de mis pecados, como si comprendiera el precio de los negocios que solo por teléfono se pueden hablar.
El corazón se me acelera, no por la cercanía de un desastre, sino por la irrupción de lo imprevisto. De todos los escenarios que mi mente criminal ha anticipado, jamás apareció ella.
Después de una pausa que parece colgar del tiempo,  sigue su camino y yo me quedo con el aliento suspendido. La imagen de su silueta cruzando ante mis faros quedará grabada en mi memoria, un recordatorio de la fragilidad de la vida… y del destino que, a veces, toma la forma de una mujer que hace que un mafioso frene en seco.
Cuelgo el teléfono. No hay más que hablar, no ahora. Tengo negocios pendientes, es verdad, pero la aparición de ella ha tejido una nueva red de posibilidades. Quizás, solo quizás, esta noche Nueva York ha presenciado el nacimiento de una historia que nadie, ni siquiera yo, podría haber predicho.


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