Capítulo 28
Athenea Jones
Pensar.
Desde el asiento trasero de la camioneta, observaba cada calle y cada luz difuminada por las gotas que se deslizaban por la ventana, como si tratara de memorizar el camino o quizás de despedirme de algo que ya no sabía si volvería a ver. Tony conducía en silencio; su perfil era una estampa rígida contra el flujo constante de las luces de la ciudad. No era hombre de muchas palabras, pero ese silencio parecía aún más pesado, cargado de un significado que yo aún no conseguía descifrar.
La camioneta se detuvo frente a un edificio cuya fachada no me era ajena, pero tampoco me resultaba enteramente familiar bajo el manto de la noche. Tony se bajó primero y me abrió la puerta.
──Todos los arreglos se han hecho. ──dijo con su voz grave, que no parecía esperar ninguna respuesta, ──. bajo las órdenes del jefe. ──Palabras que flotaron en el aire como un acertijo que mi mente cansada no podía resolver.
Subimos hasta el apartamento, no iba a dejar de seguirme hasta que estuvise dentro del apartamento, lo sabia. con el ceño fruncido en una mezcla de confusión y curiosidad. Tony se detuvo frente a la puerta, sacó unas llaves de su bolsillo y las entregó a mi mano temblorosa.
──Es todo tuyo. ──dijo.
El tenía las llaves de mi apartamento.
Abrí la puerta y un olor dulce, el de la pintura fresca, me envolvió. Casi de inmediato, los cambios saltaron a la vista: muebles nuevos, modernos y elegantes, ocupaban el espacio con una presencia casi arrogante. La sala estaba dominada por un televisor de pantalla plana, más grande de lo que nunca había tenido. La cocina, que antes contaba con lo básico y algo desgastado, ahora relucía con electrodomésticos de última generación que parecían nunca haber sido tocados.
Pero fue al entrar a mi habitación cuando el aliento se me quedó atrapado en la garganta. La sencilla cama que había ocupado ese espacio había sido reemplazada por una más grande, con un colchón que invitaba a sumergirse en él y olvidarse del mundo. La ropa de cama era nueva, de un suave algodón que prometía sueños sin turbaciones.
Todo, desde las paredes recién pintadas hasta el menor de los detalles, hablaba de una cuidadosa planificación y de un gasto que yo no había anticipado. Sentí como si una mano invisible me hubiera arrebatado mi vieja vida y, en su lugar, me ofreciese una nueva, hecha a medida de alguien que no estaba segura de merecerla o incluso de quererla.
Me dejé caer en la cama, el colchón cediendo perfectamente bajo mi peso. La sensación era de lujo, de confort, pero también de un inmenso vacío. ¿Qué buscaba Red al transformar mi espacio de esta manera? ¿Era un regalo, una recompensa, o quizás algo más siniestro, un anzuelo dorado o una jaula cuidadosamente disimulada?
Mientras la noche caía sobre la ciudad y las primeras estrellas empezaban a asomarse, entendí que, para bien o para mal, mi vida acababa de tomar un giro del que ya no había vuelta atrás. Pero a pesar de todo lo que había en este apartamento, yo solo pensaba en sus palabras.
──Es lo mejor. ──habían sido las palabras de Red, cortantes como el filo de un cuchillo no bien afilado. Su mirada, que era directa, se había desviado ligeramente, como si temiera que yo pudiera leer en sus ojos el verdadero motivo de su decisión. ¿Lo mejor para quién?, me preguntaba mientras luchaba por contener la mezcla de emociones que bullían en mi interior.
Estar aquí, en mi espacio ahora extrañamente ajeno a pesar de sus paredes familiares, era un reflejo de la distancia que él quería poner entre nosotros. ¿Era por mi protección? ¿O acaso era su forma de protegerse a sí mismo de algo que ni siquiera podía articular?
Las razones podían ser miles, y mi mente no dejaba de darles vuelta, cada una punzando más fuertemente que la anterior. Quizás al final, reconoció el peligro de mezclar sus demonios con mi vida.
Cada pulseada en mi corazón se sentía como un eco distante del ruido que era estar a su lado. Aquí, en cambio, reinaba una calma que no era pacífica, era forzada, cargada de preguntas y dudas que me acosaban sin tregua.
Por un lado, la razón me susurraba que su decisión era correcta.
****
Es de día, y Julián me ha insistido tanto en salir de casa que finalmente accedo, y nos encontramos en una cafetería que queda a un par de cuadras de mi apartamento, en el camino que hago caminando no puedo evitar buscar con mi mirada el deportivo de Redgar, pero en ningún momento lo veo, y eso me desilusiona un poco.
Al llegar al lugar Julián y yo, nos abrazamos y luego nos sentamos en la mesa; pedimos nuestros platos y Julián, sin rodeos, comenzó a hacerme preguntas sobre Redgar.
──No puedo dejar de pensar en ese tipo, Athenea. No puedo evitar sentir que esconde más de lo que muestra. ──mencionó Julián con una expresión preocupada.
De repente, Julián sacó su teléfono móvil y comenzó a deslizar sus dedos por la pantalla, buscando algo en internet con una mirada fija en el dispositivo. Al cabo de unos segundos, giró la pantalla hacia mí y me mostró una noticia que había encontrado.
──¿Has visto esto? ──preguntó Julián, con los ojos brillantes mientras señalaba un artículo sobre un grupo mafioso irlandés conocido como los “Kane”.
Observé la pantalla atentamente y leí la noticia que mencionaba a los Kane como líderes en el contrabando de armas y el lavado de dinero, superando a los italianos en su propio terreno. A pesar de que la noticia era de hace unos meses, me sentí sobrecogida por la revelación. Los Kane son conocidos por su brutalidad y despiadada forma de manejar sus negocios, y la idea de que Redgar fuese el líder de ese clan de mafia, era realmente inquietante y hacia ciertas todas mis sospechas, esas mismas que yo intentaba alejar.
──Temo por ti. ──Elevo mi mirada hacia Julián. ──. Es él.
──Él no es peligroso.
──Athenea acaso no estás viendo.
Él no entiende, él no ve lo que yo veo, lo que yo siento cuando él está cerca, es sórdido lo sé, sentirme segura con alguien como él.
──Ya no quiero hablar de eso, Julián. Solo olvídalo.
──¿Olvidarlo? ──Insiste con su mirada fija en mi. ──. Te ha estado siguiendo, y los hombres que han intentado sobrepasarse contigo han aparecido muerto, Athenea. ──Suelta aturdiendo mi mente, bajo la cabeza y niego.
No quiero escucharlo más.
──Lo siento, Julián.
Me levanto tomando mi pequeño bolso, y salgo tan rápido como puedo de allí escuchando los gritos de mi mejor amigo. No necesito escuchar de nadie lo que es Redgar, y lo peligroso que puede llegar a ser.
Camino con rapidez evitando ser alcanzada por mi mejor amigo, y en ese empeño de huir de la realidad y de una verdad que me negaba escuchar en voz alta, mi cuerpo choca con el pecho de un robusto hombre. Los rayos intensos del sol me obligan a cerrar mis ojos, y me excuso en repetidas veces, pero su voz se lleva mi atención.
Me sentía como si el suelo se me abriera debajo de los pies. Era el oficial que había estado en mi casa y en mi trabajo días atrás.
Tom Hills.
──¿Estás bien? Pareces aturdida. ──dijo con preocupación, no lleva el uniforme, va de ropa casual.
Mis pensamientos estaban nublados.
──Si, lo siento, oficial.
──Dime, Tom…
Asiento, y sujeto con fuerza mi bolso.
──Athenea si deseas puedo llevarte a tu casa, mi auto está allá. ¿Quieres?
Y no sé porqué, pero acepto.
Estoy huyendo, y quizás no con la persona correcta.
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Red
RomansaÉl no ofreció rescates ni promesas vacías. En cambio, me reveló un mundo donde mi dolor podía transmutarse en una forma distorsionada de placer. Sus perversiones, presentadas como un regalo envenenado, me empujaron más profundo en el abismo, pero fu...