capítulo 37

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Capítulo 37
Red

La luz tibia de la lámpara de noche proyectaba una danza suave en las curvas de Athenea, acostada a mi lado. Sentía su mirada fijamente sobre mí, preguntas anidadas en su respiración entrecortada, a la espera de ser liberadas.
Athenea se removió bajo las sábanas, un gesto suave, casi imperceptible.
──Redgar. ──empezó, su voz como un hilo de seda en la vasta oscuridad. ──. ¿Qué somos? ¿Cómo vamos a manejar todo esto?. ──es la pregunta que rondaba nuestro mundo, un eco silencioso que resonaba a través de nuestras acciones no dictadas.
Con un movimiento, me volví hacia ella, dejando que la sombra me enmarcara. Hacía falta más que oscuridad para ocultar lo crudo de mi verdad.
──Athenea. ──dije, mi voz teñida con la firmeza del granito. ──. Tú eres mía. No de ellos, ni del mundo. Eres de mía y solo mía. ──Mi confesión colgaba en el aire, un decreto lanzado al viento de la noche.
Ella inhaló profundamente, sus ojos buscando en los míos el significado de esas palabras.
──Pero nadie puede saber de mi. ──susurró, La vulnerabilidad se entretejía con la defensa, una armadura forjada por incertidumbre.
──Es para protegerte, porque lo que tengo contigo, Athenea, lo que nosotros tenemos, es demasiado valioso para exponerlo al mundo que nos quiere devorar. ──Mis dedos encontraron los suyos, enlazándolos en una promesa silenciosa. ──Todo lo que soy, lo que he construido, va a dañarte de maneras que no imaginas quiero alargar tu protección el mayor tiempo posible..
Noté cómo el peso de las palabras se asentaba en su pecho, cómo ventilaba el aire del entendimiento. Le sostuve la mirada, permitiendo que la intensidad de mi afirmación se mezclara con la suavidad de la noche.
──Necesito que tú aceptes quien soy. ──Continué. ──. que entiendas que mi mundo es duro y sin concesiones. Que entiendas que mi posesión sobre ti es tanto un ancla como una vela.
Athenea se acurrucó contra mí, su cabeza encontrando el hueco de mi hombro.
──Sí. ──Susurró, y su voz era la ordenación del caos, ──. soy tuya, Red. Y yo también quiero que estés en mi vida, no importa que tú oscuridad me rompa.
──No puedes decir eso, sin tener una mínima idea de lo que soy capaz, y de lo que hago.
Eleva sus ojos hacia mi.
──Ayúdame a conocerte mejor. Tengo tantas preguntas sobre ti… ¿Por qué te llaman Red? ¿Cuándo es tu cumpleaños, cuántos años tienes? No sé casi nada de ti. ──dijo, su curiosidad era como la luz de estrellas distantes, brillando con el deseo de conocer. ──. Ayúdame.
Sonreí, no una sonrisa que pudiera ver en la oscuridad, sino una que podía sentir.
──Athenea. ──Comencé sabiendo que mis respuestas alterarían la trama misma de nuestro entrelazado destino. ──. Me llaman Red, porque la sangre que ha corrido por mis manos, Mi cumpleaños es el día menos esperado, el veinte de noviembre, y tengo treinta y seis años; treinta y seis inviernos y veranos que me han moldeado en quien soy hoy ante ti.
Ella se movió ligeramente, como si el conocimiento recién adquirido la instara a verme bajo una luz nueva, a tratar de descubrir los matices ocultos en la penumbra que nos rodeaba.
──Es extraño. ──confesó ella con un suspiro. ──. viajar por la vida de alguien a través de pequeños fragmentos de información.
──Quizá. ──respondí. ──. pero no hay misterios entre tú y yo, Athenea. Todo de ti ya lo conozco; conozco tu edad, tu cumpleaños, y cada gesto que realizas, que eres extremadamente puntual, y que pronto quizás tú luz se pierda en mi mundo. ──Mis palabras salían como un eco de la intensidad de mi vigilancia.
Ella se tensó, una leve vibración de alarma o tal vez maravilla.
──¿Desde hace cuanto me vigilas?
──Desde que llegaste a New York. Te envié a investigar; quería saberlo todo sobre ti. No es solo curiosidad, Athenea, es preservación. Conocerte es protegerte.
Athenea se quedó en silencio, absorbía mis palabras, pesándolas.
──Eso es… intenso. ──murmuró finalmente.
──Es mi naturaleza. ──dije.
Ella se acercó más a mí y pude sentir el calor de su curiosidad mezclado con aceptación.
──Cuéntame más, entonces. Si me conoces tan profundamente, sorpréndeme. ──Me desafía Athenea, su voz un murmullo de expectación.
──Tú madre murió cuando eras una niña, quedaste al cuidado de tu padrastro. ──Athenea se tensa en mis brazos ──. Te he visto dormir… sueles murmurar palabras cuando sueñas, que aún no descifró. Más de una vez he querido despertarte pero me mantenía en la distancia, porque tú estabas prohibida para mí. 
Siento sus manos en mi pecho, el calor de su tacto, un tacto tímido que enciende hasta mis deseos mas oscuros.
──Athenea…
──Dime… ──Gruño cuando su toque sube hacia mi cuello. ──. Puedo pedirte algo.
──Lo que quieras, tú puedes pedirme el mundo si así lo deseas.
──No dejes que me maten.
──Eso no pasará.

****

Despierto. El reloj marca las 3:17 a.m., la noche se apoderan de la habitación en susurros de oscuridad. Athenea duerme, su respiración acompasada es lo único que se escucha en esta inmensa habitación donde el lujo y el silencio compiten por la supremacía. Su cabeza descansa sobre mi pecho, brazos enredados en un abrazo que me encadena tanto como me reconforta, algo difícil de admitir. Con la delicadeza, deslizo mi brazo de debajo de ella y salgo de la cama. Un instante de frío me recibe, suspiro.
Los pisos de mármol son fríos bajo mis pies descalzos mientras busco mi camisa una tela suave. La deslizo sobre mi torso sin cerrarla.
Dejo la seguridad de la habitación, cruzando el umbral hacia el mundo que me espera. La mansión duerme también, pero con un ojo abierto, vigilante. En el descenso por las escaleras, siento el eco de cada paso, un recordatorio de la soledad que viene con el poder, aunque esa soledad al parecer ha quedado atrás.
No enciendo luces. Mis ojos ya conocen cada recoveco, cada sombra proyectada por la luna que se cuela por ventanas tan altas que rozan el cielo. El susurro de las voces a lo lejos no me es ajeno; hay siempre alguien despierto aquí, siempre la seguridad esta atenta.
Paso por el salón de música donde los instrumentos yacen en descanso, por el vestíbulo adornado con obras de arte que valen más que lo que muchos verán en vida. Me detengo un segundo, sólo uno, en la puerta de mi despacho, un santuario de decisiones y secretos.
Al final del corredor, encuentro la escalera que desciende. El aire cambia, se vuelve más frío, más pesado. Es el aroma de lo concreto, de lo tangible: mi colección. Los deportivos lucen como bestias dormidas, pero sus motores están listos para despertar y rugir.
En la salida del estacionamiento, Tony. La luz juega con la sombra dura de su rostro; un hombre hecho de los mismos abismos en los que me muevo. Me acerco y su gesto es inmutado, quizás una sombra de algo más en su mirada.
──Ya están todos aquí.  ──dice, con una voz que no admite duda ni miedo. Extiende el arma, un reflejo tenso y familiar en mis manos. Siento su peso, el balance, la promesa de poder y decisión.
La hierba fría, empapada, roza entre mis dedos de los pies mientras avanzo, Tony y mi equipo de seguridad pisando en silencio tras de mí. No hay chatarra de palabras innecesarias entre nosotros; cada hombre sabe su papel.
Nos dirigimos al cobertizo, a pocos metros de la casona. Es grande, casi como un hangar, y dentro, se encuentran el resto de mis coches, están ocultos bajo lonas grises, protegidos.
Al fondo, se perciben murmullos de la pequeña oficina incrustada en el cobertizo, una habitación bañada en el azul de las pantallas de seguridad. Es el territorio de los vigilantes, del clan de la mafia Irlandesa. Mis hombres. Están aquí. Al abrir la puerta, cada figura se pone de pie por respeto o por miedo, difícil distinguir. Con una seña del arma, les indico sentarse. Obedecen, y en el silencio que sigue, mi voz no es más que un gruñido gutural.
──¿Qué pasó con el cargamento de armas?
Nikkos se pone de pie, la tensión le tensa la voz.
──Jefe, nos interceptaron, fue un caos. Dispararon primero, respondimos, pero tuvimos que abandonarlo todo, solo recuperamos una parte de una de las camionetas. Matamos a varios pero también perdimos hombres.
Mis músculos se contraen, cada palabra es un golpe a mi calma.
──¿Eran policías? ──pregunto.
Tony interviene con su hipótesis incierta.
──Creo que sí.
Frunzo el ceño ante la duda.
──¿Crees que sí? ¿Desde cuándo se basa nuestro negocio en creer?
El carraspeo de Nikkos rompe el tenso silencio.
──Iban encapuchados, jefe. Pudo ser el FBI buscando sacarnos del juego.
Sin decir palabra, me giro y el arma en mi mano cobra vida con un estruendo sordo; un cuerpo cae, enviando mi mensaje. La amenaza hecha acción.
──24 horas. ──digo a los que quedan en pie, con la voz que no admite réplica. ──Tienen 24 horas para recuperar mi cargamento. Sino, la sangre de cada uno de ustedes correrá así.
El mensaje es claro, el plazo es absoluto.
Todos salen de mi vista, Sólo Tony se queda… arruinó mi noche con Athenea, lo sabe.
──Red…
Me giro a verlo, se tensa cada músculo de su cuerpo lo grita. La sangre del hombre que yace en el suelo comienza a deslizarse por mis pies descalzos.
──Tenemos dos opciones. La mafia italiana o el FBI. ──Elevo una de mis cejas.
──No quiero opciones Tony, quiero que me digas quién mierda fue. ──Gruño. ──. Limpia este desastre. ──Ordeno, marcando mi andar. 

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