capítulo 44

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Capítulo 44
Athenea Jones
La mafia.

Cuando Redgar me tomó de la mano para guiarme a través de las paredes de lo que solo podría describir como el epítome de un imperio construido en sombras, sentí un escalofrío recorriendo mi columna. No era miedo, no exactamente. Era una mezcla de anticipación y, osadamente admito, admiración. Había crecido con historias que pintaban a la mafia con pinceladas de violencia y traición, un mundo donde la leyenda y la realidad se mezclan en una danza mortal. Pero aquí estaba yo, atravesando el umbral de lo que parecía ser nada más que una oficina corporativa típica, con Redgar a la vanguardia.
A primera vista, nada de este lugar gritaba ilegalidad. Las paredes adornadas con arte moderno, el suave murmullo de conversaciones filtrándose desde las salas de reuniones, Era desconcertante, casi cómico, cómo todo parecía tan mundano. Yo había esperado algo más… teatral. Sin embargo, la presencia de Redgar, con esa aura de peligro que lo envolvía como una segunda piel, me recordaba constantemente que estaba lejos de la normalidad. Me repetía a mi misma recuerda la mesa de Carpintería, y estoy segura que detrás de estas paredes se ocultan más cosas así.
Mientras avanzábamos, él no soltaba mi mano, su agarre firme pero no opresivo. Ese gesto, tan protector y al mismo tiempo posesivo, enviaba olas de calor a través de mi ser. No pude evitar preguntarme qué secretos se escondían detrás de esas puertas cerradas, qué tratos se estarían cerrando en ese mismo momento. Redgar era un hombre de negocios, sí, pero de aquellos cuyos negocios desafiaban las leyes de hombres y morales.
A que se dedicaba específicamente, no lo sabía. Solo entendía que él no dudaba en hacer de verdugo.
──Athenea. ──comenzó, su voz un susurro cargado de un poder que me obligaba a escuchar. ──. todo lo que ves aquí está cuidadosamente orquestado. Cada persona, cada documento, cada decisión… todo sirve a un propósito mayor. ──Sus palabras, aunque suaves, llevaban un peso de veracidad ineludible.
A pesar de la apariencia ordinaria de este lugar, estaba consciente de que me encontraba en el núcleo de una red vasta y compleja de actividades ilegales. Redgar no era solo un hombre de negocios; era el arquitecto de un imperio que operaba en las sombras. Y aún así, al estar a su lado, observándolo moverse con una seguridad que rozaba lo arrogante, no pude evitar sentirme atraída por él. Su naturaleza oscura, las historias de sangre que seguramente manchaban sus manos, todo contribuía a su magnetismo.
Era evidente que seguir a Redgar, dejar que me guiara a través de este laberinto de poder y peligro, era arriesgar mi propia vida. Pero en ese momento, mirándolo navegar su imperio con tal destreza, cualquier pensamiento de precaución se desvaneció. Estaba, por falta de una mejor palabra, cautivada. Y aunque una parte de mí se alarmaba por esta fascinación hacia un hombre tan peligrosamente complejo, otra parte estaba demasiado intrigada como para alejarse.
Su oficina, a pesar de sus aires de normalidad, guardaba el aura de un terreno solo conocido por aquellos que transitaban los límites de la ley. Mientras me acomodaba en el asiento, me permití una mirada más detenida alrededor, buscando algo que rompiera la fachada de corporatividad. Mis ojos se toparon con una pared que, a primera vista, parecía decorada con un diseño abstracto, pero una inspección más cercana reveló su verdadera naturaleza: una impresionante colección de armas de todo tipo. Me tensé al instante, la realidad de en dónde estaba y con quién se asentaba más profundo.
Antes de que pudiera sumirme en mis pensamientos, Tony entró en la habitación. Su mirada se posó en mí brevemente, evaluadora, antes de dirigir su atención a Redgar.
──Tom Hills llegó a primera hora al barrio chino. Parece que la estaba esperando. Y no sólo eso, él comenzó el tiroteo. ──informó, con un tono que sugería la gravedad de la situación. Observé a Redgar jugueteando con un bolígrafo, su rostro impasible. Para cualquier observador casual, él parecería completamente tranquilo, desinteresado incluso. Pero yo sabía mejor. La quietud con la que manipulaba el bolígrafo no era más que la superficie calmada de un océano antes de la tormenta.
Sabe mi rutina.
El aire pareció volverse más pesado. 
──¿Qué hacemos? ──Soltó Tony.
──Tráeme a su maldito compañero. ──musita Redgar con calma.
──Y… tenemos a Giovanni. ──una sonrisa que apenas alcanzaba sus ojos se dibujo en los labios de Redgar, juro que en ese instante pensé que estaba al lado del diablo.
──Es hora de enviar la cena a la mafia italiana. Prepáralo.
El subtexto de sus palabras me golpeó con una fuerza abrumadora. No estaba simplemente hablando de una represalia; lo que se avecinaba era una declaración, un mensaje que resonaría a través del inframundo. A pesar de la tensión palpable, no pude evitar admirar la astucia y determinación de Redgar, incluso cuando se disponía a mover piezas en un juego mortal que podría tener repercusiones inimaginables.
Estar a su lado, en ese momento, era como mirar dentro del corazón de un volcán a punto de erupcionar. La batalla que se gestaba dentro de él era tanto contra sus enemigos como contra su propia naturaleza, una danza de fuego y estrategia que lo definía tanto como lo consumía.
Y allí estaba yo, a su lado, empujada inexorablemente hacia el ojo de la tormenta. La tensión de la situación era palpable, pero decidí quedarme. Por razones que aún trataba de entender, quería ver cómo se desarrollaba esta guerra, cómo Redgar maniobraba a través de ella. Había algo fascinantemente complejo en él, en este mundo al que me estaba adentrando, algo peligrosamente atractivo en estar tan cerca del fuego sin quemarse.
Tony asintió con una seriedad que presagiaba la tormenta que se avecinaba, y salió de la habitación, dejándonos a solas una vez más. En el silencio que siguió, pude sentir el cambio sutil pero inconfundible en el aire. Estábamos en el umbral de algo grande, algo que podría cambiar el curso de nuestras vidas para siempre. Y en ese momento, comprendí que no había vuelta atrás.
──Es hora de mostrarte que tan feo puede ser mi mundo. ──susurra conde determinación para girarse a verme. ──. Vamos…
Me extiende su mano y se que lo está por mostrarme tal vez cause pesadillas en mi, o incluso quiera huir de él pero es ahora o nunca, así que entrelazo mis dedos con los suyos. Siguiendo a Redgar por el complejo laberinto de sus oficinas, el sonido de nuestras pisadas resonaba en los pasillos. Me encontraba en el corazón de su operación, cada paso revelaba más de la dualidad de su mundo.
Detrás de una puerta, el hormigueo en mis oídos no tardó en identificarse como el zumbido de máquinas contando dinero. Montones de billetes desfilaban a través de sus bocas mecánicas. Redgar, notando mi fascinación mezclada con una pizca de horror, se inclinó hacia mí.
──Este es el alma de cualquier negocio, Athenea. La diferencia es cómo cada uno decide llenar sus arcas. ──susurró, casi como si compartiera un secreto oscuro.
No tuve tiempo de responder antes de que nos moviéramos hacia otra habitación, donde un grupo de hombres se dispersaba en una nube de humo, sus ojos fijos en nosotros. Redgar soltó mi mano tan pronto cruzamos el umbral, un gesto que parecía disolver cualquier pretensión de normalidad. Los hombres, que hablaban y reían antes de nuestra llegada, callaron de golpe, sus miradas bajaron en respeto o era temor, cuando él se posicionó frente a ellos, dominante.
──Ella es Athena. Mi mujer. Y. A partir de hoy está bajo protección de toda la mafia. ── su voz imponiendo orden sin esfuerzo.
Un murmullo de reconocimiento recorrió la habitación. Una figura se separó del grupo, su mirada fija en mí no se oscureció por la sorpresa. Era el hombre del jardín, aquel cuya presencia me había marcado aquel día. Su mirada era de que debía huir.
De yo debía huir.

Antes de poder procesar su presencia aquí, Redgar rompió el silencio nuevamente, su mano encontrando su camino sobre mi hombro en un gesto posesivo.
──El es Nikkos, maneja mis finanzas y es mi primo. ──continuó, señalando hacia el hombre.
Nikkos dio un paso adelante, su mirada aún sobre mí.
──Un placer, Athenea. ──dijo, no extendí mi mano porque él no lo hizo y creo saber el porqué.
“Hacer lo que hago con todo aquel que te toca, Athenea. Matarlo”
Redgar apretó ligeramente mi hombro, un recordatorio silencioso de su presencia y protección.
──Espero que entiendas la importancia de lo que ves aquí, Athenea. ──dijo Redgar, volteándose hacia mí mientras su atención se desviaba del grupo a nosotros. ──. No todos tienen el privilegio de caminar por estos pasillos. Los que salen vivos de este edificio es porque son parte de mi mafia.
──Lo entiendo. ──aseguré, aunque mi voz tembló levemente bajo el peso de su mirada.
──Bien. ──respondió, su expresión suavizándose por un momento. ──. Es un mundo complicado, pero estamos juntos en esto. Siempre.
Los hombres comenzaron a dispersarse lentamente, retomando sus tareas o conversaciones. Nikkos permaneció por un momento más, observándonos antes de asentir hacia Redgar y retirarse.
Mientras caminábamos de regreso al corazón de su emporio, cada paso me adentraba más en las sombras de su mundo. Este recorrido, esta introducción, había solidificado mi lugar a su lado no solo como su compañera, sino como parte de su vida, un mundo tejido con riesgos, poder y lealtad inquebrantable.
──¿Todo está bien? ──preguntó Redgar, su voz interrumpiendo mis pensamientos.

──Creo que esto es solo el principio, ¿no es así?
──El principio, Athenea. ──repuso él con una sonrisa reflexiva. ──. De muchas cosas.
El eco de unos gritos desgarradores rompió el murmullo constante que hasta entonces había llenado el ambiente. Instintivamente, mi paso se detuvo, congelada en el sitio, obligando a Redgar a hacer lo mismo debido a que aún me llevaba tomada de la mano. Él pareció imperturbable por un momento, como si aquellos gritos no fueran más que parte del paisaje sonoro habitual de sus días. Sin embargo, yo sabía, en lo más profundo de mi ser, que él también escuchaba lo mismo que yo; los gritos de alguien sometido a un dolor inimaginable.
Se giró hacia mí, sus ojos encontrando los míos. En su mirada, vi un atisbo de la severidad que este mundo suyo exigía.
──Ese es Giovanni Gambi. ──confesó con una voz sorprendentemente serena. ──. Un soldado de la mafia italiana que desafió a su jefe, y las reglas que nosotros establecimos.
Tragué duro, sintiendo cómo mi garganta se estrechaba ante sus palabras. La realidad de su mundo, tan cruelmente distinta de cualquier cosa que hubiera conocido antes, me golpeaba con una fuerza avasalladora.
Intenté encontrar mi voz, algo que decir que no sonara trivial o ingenuo en el contexto de aquel horrible sonido de fondo.
──¿Y qué… qué pasará con él? ──pregunté finalmente, temiendo la respuesta pero necesitando entender completamente.
Redgar sostuvo mi mirada, evaluando tal vez qué tanto estaba realmente lista para escuchar.
──Será un ejemplo. ──dijo con firmeza. ──. Un mensaje a cualquier otro que considere traicionar nuestros acuerdos. No podemos permitir desafíos a nuestra autoridad… no si queremos mantener el equilibrio.

La frialdad en su lógica me heló el alma, pero al mismo tiempo, una parte de mí reconocía la brutal necesidad de su posición. En un mundo donde la lealtad y la traición eran moneda corriente, las medidas para preservar el orden debían ser extremas.
──¿Cómo… cómo puedes soportarlo? ──Las palabras apenas me salían, un susurro entre nosotros.
Él me observó por un momento, y algo en su expresión cambió. Por primera vez, vi la carga que llevaba, el peso de cada decisión, de cada vida tomada o salvada por su palabra.
──Porque debe hacerse. ──respondió simplemente. ──. Y porque sé que no estoy solo en esto. Ahora, más que nunca, necesito a alguien a mi lado que entienda el peso de estas decisiones… incluso si no las apoya todas.
Sus palabras me envolvieron con una mezcla de temor y determinación. Atrapada en la gravedad de su mirada, comprendí que mi lugar a su lado no era solo como espectadora, sino como parte de su mundo, con todas sus sombras y sus raras luces.
Con los gritos todavía resonando a lo lejos, un nuevo sentido de propósito se instaló en mí. A su lado, en este mundo donde cada elección podía ser la diferencia entre la vida y la muerte, comenzaba a ver la lógica en la locura. Aunque parte de mí anhelaba alejarse, otra, más fuerte, resuelta, entendía que mi destino estaba irremediablemente unido al suyo.
Así, con una mano aún tomada de la suya, me obligué a dar un paso adelante. Hacia él, hacia esos gritos, hacia nuestro complejo y oscuro futuro.

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