capítulo 7

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Capítulo 7
Athenea Jones
La calefacción.



La calefacción dañada no sólo me hacía pasar noches de frío cortante, sino que activaba mi alergia, y hoy era uno de esos días donde mi nariz goteaba sin pudor.
Tenía que buscar algo que me hiciera sentir mejor, ya que trabajaba en la noche y no podía darme el lujo de faltar por una simple alergia, tomé el poco dinero que tenía guardado en una de mis pequeñas tazas, conté los billetes y sentí que quizás debería guardarlo y podía vivir con la nariz goteando un rato más pero la verdad es que, sino compraba el medicamento, mi jefe me haría quedarme en la cocina y eso implicaría una noche sin propinas.
Sin más que pensar, guarde el dinero en el bolsillo de mi pantalón y sacudí mi abrigo para deslizarlo por mis hombros y ponerme en marcha, no había dormido casi nada e imagino que eso tenía mucho que ver con mi malestar.
El aire frío de la farmacia me golpeó al entrar, un recordatorio intangible de que estaba aquí por un simple paquete de antihistamínicos.
Cubrí mi cuerpo lo más que pude, aunque ni así deje de sentirme expuesta, extiendo mi dinero al farmacéutico y le pido el medicamento sorbiendo mi nariz, no debo de verme muy bien ya que su mirada esta llena de preocupación.
──Le daré algo más fuerte. ──Susurra y asiento con amabilidad, siento una cercanía innecesaria, me giro para ver a un hombre mayor intentando agarrar uno de los caramelos que yacen en el mostrador pero por encima de mi, haciendo contacto con mi cuerpo de manera imprudente.
──¿Disculpe? ──Murmuro casi sin voz.
Me sonríe de una manera tan retorcida que siento náuseas.
Se mueve de manera sugerente mientras pega su pelvis a mi cuerpo, lo empujo con fuerza llena de indignación y las ganas de llorar y gritar se apoderan de mi Pero entonces lo sentí, una presencia casi magnética detrás de mí, un campo de fuerza que me obligaba a girar. Ahí estaba él.
Nuestras miradas se entrelazaron, él con su altura desafiando el espacio reducido de la farmacia y su rostro portando la cicatriz invisible del poder. Por un momento, el resto del mundo parecía desaparecer, disolverse en la insignificancia. Golpeo al hombre con fuerza haciendo que esté cayera sobre un estante.
Yo no podía moverme o articular alguna palabra, Era el mismo hombre que me observaba en el restaurante, con su fino abrigo y toda su rectitud.
Él farmacéutico llega apresurado y preocupado por lo que sucede, quién me defendió se gira hacia el encargado.
──Es un abusador. ──Yo me queda petrificada ante lo que veo, su voz ronca y gruesa se ha anclado en mi memoria para siempre.
──Llamaré a la policía. ──Murmura el encargado, que se gira a verme con el rostro lleno de preocupación. ──. ¿Estás bien?
Asiento con un cúmulo de emociones, quien está frente a mi se queda observando al hombre que yace en el suelo inconsciente y con sangre en sus labios.
──¿Estás bien? ──No fue el sonido de su voz lo que llegó primero a mis oídos, sino un cambio en la energía del entorno. Un peso en el aire, como un frente frío que presagia la tormenta. ──. Te hice una pregunta, Athenea.
──Si. Estoy… bien.
Cada músculo en su cuerpo parecía tallado en granito bajo la luz cruda de los focos de la farmacia. Su presencia sola bastaba para dibujar una línea divisoria invisible entre mí y el atrevido que había osado tocarme.
Por un instante breve, demasiado breve, nuestros ojos se encontraron, y en sus profundidades vi chispas de una furia controlada que no se dirigía hacia mí, sino en defensa mía. Había una promesa en esa mirada, una promesa de protección, y algo más, algo que se leía como un reconocimiento como dos adversarios en un campo de batalla que encuentran un respeto mutuo a pesar de las espadas levantadas.
Estaba paralizada, luchando contra la ola de alivio y temor que me golpeaba.
──Debería matarlo. ──Susurra helando mi sangre, acomoda su abrigo y me da una mirada intensa y oscura que para ser sincera calma mi corazón agitado. Se gira sin más y camina hacia la puerta con elegancia y calma, como si nada hubiese sucedido.
Se fue como había llegado, una fuerza de la naturaleza imposible de contener. La puerta se cerró tras él y por un segundo, me permití respirar.
El silencio de la farmacia me envolvió entonces, frío y vacío, un escenario extrañamente tranquilo después de la tormenta de emociones que había sido su presencia. Me quedé parada allí, rodeada de estantes y productos, un paquete de pastillas en mi mano temblorosa, el cual no recordaba como había llegado allí. Él ya se había ido, pero la sensación de su presencia se quedó conmigo, un recordatorio palpable de que ahora, inexorablemente, nuestras vidas estaban entrelazadas.
Este encuentro, esta conversación tensa y cargada, había cambiado algo. No estaba segura de qué era, pero una cosa era cierta: nada volvería a ser igual de ahora en adelante.
Doy un paso hacia atrás alejándome del cuerpo del hombre que permanece en el suelo y comienza a despertar de su inconsciencia.
El farmacéutico me observa, y me notifica que la policía viene en camino, yo sencillamente no quiero estar aquí, no deseo estar aquí, intento alejarme de la situación pero al dar varios pasos me detengo de golpe notando algo que me ha dejado con las piernas temblando.
¿El sabe mi nombre?
¿Cómo lo sabía?
Me giro hacia la farmacia que permanece en la distancia y no hay nadie, solo transeúnte ajenos a lo que acaba de suceder, puedo escuchar las sirenas de las patrullas acercándose, así que aceleró mi paso pensando en su voz, en su rostro, y en el hecho de que sabe mi nombre.
Aceleró más  buscando huir de la sensación que recorre mi cuerpo y con ello llegar lo más rápido que puedo al edificio donde vivo estar dentro de mi mundo conocido no era suficiente para disipar del todo esa sensación pero me sentía segura.
Abro la puerta de mi apartamento, y paso los seguros con manos temblorosas pero algo en particular llama mi atención.
Calidez.
La calefacción estaba funcionando, una corriente de aire templado que me recibió como un abrazo inesperado. Me detuve en seco, en parte por la sorpresa misma, pero en mayor medida por la confusión. Los inquilinos de este piso, incluyéndome, habíamos estado luchando con tuberías dañadas desde hace meses, una lucha que habíamos librado en soledad debido a la inexistencia de fondos comunitarios para tal reparación.
La comodidad del calor que me rodeaba era un misterio que aún no estaba dispuesta a penetrar. Con pasos cautelosos, me acerqué a la pared y puse la palma de mi mano contra el panel del termostato. La ligereza en el pecho que acompañó el suspiro que solté era extranjera, una mezcla rara de agradecimiento, confusión y una pizca de esperanza renacida.
Dedicí explorar el apartamento, tomando cada esquina y rincón en un recorrido silencioso, como si temiera que el hechizo se rompiera si hacía demasiado ruido. La pregunta de cómo, de por qué, me perseguía con insistencia. ¿Había llegado finalmente la ayuda para nuestras tuberías? ¿O había una razón más siniestra detrás de este regreso fortuito del calor?
Al final, era una incógnita que no podía resolver en ese mismo momento. Pero, por ahora, decidí disfrutar de esa calidez que había sido negada durante tanto tiempo, permitiendo que me envolviera como un manto seguro en una noche de incertidumbre.
Una incertidumbre que venía acompañada de un encuentro inesperado y de una calidez de hogar que no imaginaba.
¿Qué está pasando?


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