capítulo 30

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Capítulo 30
Athenea Jones
Las sombras.



Me despierto y mi corazón se destroza contra mi pecho como las olas durante una tormenta. Hay una sombra en la oscuridad, una silueta recortada en la orilla de mi cama, que deja pasar un débil resplandor urbano. Hay alguien sentado en mi cama.
Un grito se enreda en mi garganta, pero se desvanece tan pronto como mi mente registra quién es. Redgar. Su presencia es como una contradicción viviente, un ser compuesto de noche y peligro, pero también de una rara forma de seguridad. Pero, ¿cómo ha entrado? Y entonces lo sé… las llaves.
Es extraño cómo mi cuerpo responde antes que mi mente. Debería gritar, debería correr, pero algo en él irradia una calma que se filtra en mis venas. Mis temblores cesan y un calor inexplicable me envuelve, un calor que no debería venir de él, pero viene.
Hay una historia en su silencio, un cuento escrito en la quietud con la que me observa. Algo dentro de mí se rompe un poco al pensar que no es la primera vez. Que ha estado aquí, viéndome dormir, y yo sin saberlo. Me pregunto cuántas noches ha estado en esa esquina de sombras, cuántas respiraciones ha contado.
Soy un libro abierto de traumas y miedos, y él es una página que no comprendo, una que habla de sangre y luchas, de supervivencia en estados puros. Redgar no concuerda con el patrón de mi vida; él es fuego y yo soy hielo temblando de temor.
El sentido común me grita que huya, que alguien como él solo puede arrastrarme a las profundidades de un infierno del que he luchado por escapar. Pero sus ojos son faros en la tormenta, y en este instante, en este terrible y dulce instante, decido no moverme.

──¿Por qué estás aquí? ──La pregunta es susurrada, pero la respuesta es cruda en los retazos de luz y oscuridad que bañan la habitación mientras mi mente guerrea entre el deseo de sentirme protegida y el instinto de huir.
La habitación es una cápsula del tiempo, cada segundo un latido, cada latido una decisión que se pospone. Y Red, un guardián o un demonio, tal vez ambos, se sienta en el borde de mi cama, y de alguna manera, aunque sé que debería temerle, me siento más segura con él aquí que con él en cualquier otro lugar.
Y me odio un poco por eso.
──¿Por qué es mi culpa? No puedo descifrar nada.
Está ahí, inmóvil en la sombra, un bulto indefinible en la oscuridad de mi habitación. Mis ojos, ajustándose a la falta de luz, descifran su figura; hombros tensos, la cabeza ligeramente inclinada. Su perfil es una sonata en siluetas, cada línea y cada sombra es parte de una melodía que resuena con una tensión inconfundible.
──¿Por qué haces esto? ──pregunto, con una voz más firme de lo que siento. Hay un cambio en el aire cuando se tensa aún más, como si mi pregunta fuera la llave que podría desbloquear todo lo que ha estado guardando.
Lo siento, incluso en la oscuridad, siento la lucha que se despliega dentro de él. La lucha entre la verdad que omite y la sinceridad que podría romper el precario equilibrio entre nosotros.
──Has sido sincero conmigo hasta ahora.  ──digo, palabras que flotan en el aire como una ofrenda. ──. Necesito que sigas siéndolo.
Hay un suspiro, y aunque es apenas audible, en la quietud de la habitación resuena como un grito. Redgar se mueve, y el suave roce de su ropa contra las sábanas es el preludio de su confesión.
──Athenea… eres mi debilidad. ──Su voz es un hilo de conexión en la oscuridad, una admisión de vulnerabilidad que no esperaba. ──. Y aunque no tenga sentido, aunque cada fibra de mi ser me diga que no debería… tengo esta necesidad de estar aquí, de protegerte.

La sinceridad de su tono me golpea, pesada y cálida, empujándome a confrontar el caleidoscopio de emociones que se agitan dentro de mí. Pero luego añade algo más, algo que desata un frío rincón de miedo en mi corazón.
──Pero al estar cerca de ti, también te hago una presa fácil. Tengo muchos enemigos, y eso… eso me está matando.
La ironía de sus palabras no se pierde en mí. Redgar, un hombre de sangre y oscuridad, temiendo ser la causa de mi perdición. Y aún así, aquí está, su presencia es tanto una amenaza como una promesa de seguridad.
En un universo paralelo, él sería solo un hombre y yo solo una mujer, libres de esta tensión de peligro y protección. Pero en este universo, él es Redgar y yo, yo soy su punto de quiebre.
Cierro los ojos, intentando darle sentido al caos que ha traído a mi vida. Y cuando los abro, la oscuridad no se siente tan opresiva, porque, por primera vez, entiendo que ni él puede escapar de lo que sentimos. El hombre que podría hundirme en lo más profundo del infierno, es también el que, contra todo pronóstico, elige ser mi guardián.
Quizás, por ahora, eso sea suficiente.
──¿Entiendes en la disyuntiva que me encuentro? ¿Ponerte en peligro o Alejarme? 
Suelto las sabanas al escuchar su confesión.
──¿Por qué yo?
──Desde que te vi, algo cambió. ──admite él, y su voz es un fenómeno desconocido, suave donde espero dureza. ──. No fue una decisión, Athenea, fue un instinto. Algo en ti llamó algo en mí que ni siquiera sabía que existía.
Yo me debato, no con él, sino conmigo misma. Con el conocimiento de que ser vinculada a él es como llevar un faro a mi cuello en un mar infestado de tiburones, que cada enemigo de Redgar podría verme como el blanco perfecto para alcanzarlo.

Pero no quiero huir. No cuando su presencia es el único guardián fiable que he conocido, no cuando en sus ojos encuentro una ferocidad que es, inexplicablemente, reconfortante.
──¿Y qué pasa con tus enemigos? ──Intento sonar neutral, pero mis palabras son teñidas con ansiedad ante la idea de los riesgos que su mundo implica. ──. Si supieran de mí…
──Intentarían matarte. ──Suelta sin más. ──. Pero no lo harán. ──Es tajante, firme; un rey en su tablero de ajedrez prometiendo la caída de cualquier osadía contra su reina. ──. He movido cielo y tierra para mantenerte a salvo, y no permitiré que nadie te haga daño.
Sus palabras destilan poder y un peligro controlado, me hacen sentir como si estuviera en el ojo de un huracán, con la tempestad exterior incapaz de tocarme. Redgar, con su código impenetrable, ha hecho de mi seguridad su ley.
Confío en él. Es una realidad tan peligrosa como liberadora. En el mundo de Redgar, soy la presa más fácil, y sin embargo, aquí, en la oscuridad de mi habitación, bajo su vigilancia, nunca me he sentido más segura.
Las sombras se mueven con nuestra respiración, y en esta noche, en este momento, elijo el peligro conocido que se sienta conmigo. Elijo la protección que ofrece su sombra. Elijo la confianza en que, contra toda razón, él hará lo que sea necesario.
──Haz lo que tengas que hacer.  ──murmuro hacia la oscuridad, hacia él. ──. Porque sé que lo harás de todas formas.
Y en la quietud, siento su afirmación, tan sólida y silenciosa como la tierra bajo los cimientos de una fortaleza.
Su mano se extiende lentamente a través de mis sábanas, buscando el calor de la mía y la consigue.
La sensación que me recorre es apabullante, él me toca y no huyó de su tacto. No huyó de la leve caricia de su pulgar.
Sé y comprendo que hay amores que son demasiado incendiarios, que consumen más que iluminan. Pero por otro lado, cada fibra de mi ser se rebelaba contra la idea de la separación, contra la realidad de un mundo que se tornaba opaco y monótono sin su presencia. Quería estar allí para cuando las máscaras cayeran y las verdades ocultas salieran a la luz. Pero ¿y si al final, esa verdad era que él no creía que yo pudiera ser parte de su mundo sin quemarme en el proceso?
¿Y si ellos me destruían?


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