capítulo 14

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Capítulo 14
Red


Cada paso que doy resuena con una promesa, una promesa de justicia distorsionada que solo yo puedo enderezar. Ha pasado una semana desde aquel incidente en la farmacia, cuando Athenea, valiente pero vulnerable, fue acosada por esa escoria, un hombre que ahora me debe una deuda de dolor.
Athenea… su nombre se mece en mi mente como una melodía silenciosa en medio del caos. Ella no lo sabe, no puede saberlo, la carga que su sonrisa ligera y su mirada confiada han colocado en mis hombros. No se trata solo de protección; se trata de balancear la balanza, de asegurarme de que la justicia no siga siendo una moneda devaluada en este mundo roto.
Fui yo quien pagó su fianza, cada billete una burla a la palabra “libertad”. La justicia no cobra precio, pero la venganza, oh, la venganza es un arte que se paga con las monedas oscurecidas del alma. Sé que hay un precio, uno que eventualmente tendré que saldar, pero eso no importa ahora. Lo único que importa es el encuentro inminente, la conclusión inescapable de esta sombría partitura que he compuesto en las noches sin sueño que siguieron a su agresión.
Al salir de la farmacia esa noche, la rabia era una serpiente enroscada en mi pecho, pero el frío calculador de la venganza necesitaba su momento. Paciencia, me dije, respirando profundo el aire viciado de la ciudad y permitiendo que la serpiente se desenroscara y guiara mi mente hacia un plan implacable.
Y ahora, aquí, caminando por calles que languidecen bajo el peso del crepúsculo, me dirijo hacia el destino que he tramado para él. Sé que está solo, la misma soledad que intentó forzarle a Athenea. A cada paso me hago las mismas preguntas ¿Es justicia? ¿Es simplemente venganza? La respuesta se desliza de entre mis dedos como sombras al amanecer. No importa, porque el calor de mi cólera ha sido templado en la helada determinación.

Hoy, él descubrirá que hay deudas que incluso el dinero sucio de la fianza no puede saldar. Y yo… me convertiré en el cobrador.
La oscuridad y yo nos fundimos en un abrazo tan familiar como el filo de un viejo cuchillo. Cada sombra parece susurrarme que esta es la noche, que la danza de la justicia y la venganza está por comenzar. A medida que la distancia se acorta, mi mente repasa el plan una y otra vez, como un mantra, como un hechizo que invoca la fortaleza necesaria para lo que debe hacerse.
La calle está prácticamente desierta, apenas iluminada por la luz mortecina de las farolas que luchan contra la niebla. Sus pasos, los del hombre por el que Athenea sufrió, deberían ser oídos pronto. Según mis cálculos, volverá a su refugio después de una noche de excesos, confiado en la impunidad que su dinero y su influencia le compran.
De repente, lo veo. Es solo una figura en la distancia, pero no hay error posible. La misma silueta que se grabó en mi memoria aquel día, el mismo caminar arrogante. Siento cómo mi pulso se eleva, cómo mis manos se tensan. Pero me obligo a mantenerme en calma; la ira es mi aliada, pero solo si permanece bajo mi control.
Él no nota mi presencia; está demasiado sumido en su mundo de depredador coronado. Está cazando… está en busca de otra víctima.
Al girar en un callejón, sigo sus pasos, manteniendo la distancia justa. El eco de sus pasos en el pavimento es como un tambor que anuncia el juicio que yo mismo he decretado.
Es en ese callejón, un lugar escogido por su oscuridad y su silencio, donde aprieto el paso, donde me revelo de las sombras que han sido mi manto. Él se detiene al oírme, tal vez una sombra primitiva pasando por su corazón corrompido, un sutil reconocimiento de que algo en la noche ha cambiado.
──¿Quién eres? ──pregunta, con esa voz que es ahora una cuerda tensa de sorpresa y desdén.
──El eco de un mal que regresa para reclamar su precio. ──respondo, y cada palabra es una losa fría y definitiva.

No espero a que comprenda, porque no hay nada que entender. La confrontación es breve, en ella no hay honor ni ceremonia, solo hay sangre.
Clavo mi cuchillo en su abdomen haciendo personal está venganza para verlo arrodillándose a mis pies, lo pateo para hacer que caiga al suelo, grita pero nadie saldrá a ayudarlo, todos temen a la noche, todos huyen de los gritos y nadie tiene el valor de dar su vida por quién no conocen.
Le arranco el pantalón mientras se retuerce luchando por mantenerse con vida.
──Las escorias como tú, deberían probar un poco de si mismos. ──Susurro.
Deslizo la afilada cuchilla por su pequeño y arrugado miembro en un solo moviendo este queda en mis manos, se lo muestro y lo lanzo al basurero mientras sus gritos de desespero hacen felices a mis oídos, es un cántico de gloria para mí.
Su sangre baña mis manos, y es una satisfacción que aumenta mi presión sanguínea, y que me hace alucinar del éxtasis.
──Ahora… tus bolas.
Sujeto con fuerza esa parte de su cuerpo y se los arranco, está casi desmayado pero lo despierto dándole una cachetada certera.
──Despierta, es hora de cenar… ──susurro haciendo que abra su boca para meterle lo que queda sus largas y viejas bolas en su boca mientras se desangra ante mis ojos.
La imagen es más que placentera…
Intenta respirar pero se ahoga con parte de su ser.
──Nos vemos en el infierno.
Una vez terminado, me alejo, dejando atrás el callejón que guarda secretos en su silencio. Siento una gran satisfacción. Sé que lo que he hecho no cambia el pasado, no sana las heridas de Athenea ni limpia la mancha que aquel incidente dejó en su alma.
Camino de vuelta a la nada desde donde vine, con la sensación de haber cerrado un círculo vicioso. Quizá ella nunca sepa lo que hice esta noche, y quizá sea mejor así. Porque mientras yo cargo con este peso, ella puede seguir adelante, libre de esta oscuridad.
Y en esa libertad, en esa posibilidad de un mañana sin la sombra que yo he absorbido, encuentro la única luz en este camino que elegí… un camino manchado de venganza, donde la justicia es tan elusiva como la paz en mi corazón. 
Subo a mi deportivo aparcado a unas cuadras, y el vibrar de su motor a mis espaldas se roba una sonrisa de mis labios.
──Dulces sueños, Athenea.

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