capítulo 20

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Capítulo 20
Red


No acostumbro a que me digan que no. La vida tiende a correr más suave cuando las piezas encajan a la perfección en el tablero que he montado. Pero Athenea… ella es diferente. No es una pieza rebelde; es un juego distinto, uno que nunca he jugado. Y eso me intriga tanto como me frustra.
Athenea no sabe quién soy realmente, ve en mí una figura envuelta en el rigor de trajes caros y el vago aroma del poder.
Va a mi lado en total silencio, sumergida en sus pensamientos.
──¿Has cenado?
Niega.
──Iremos a cenar. ──Suelto haciendo que por fin voltee a verme, es impresionante como sus ojos llegan a incomodarme.
──Preferiría irme a casa.
──No lo harás sin comer. ──yo no estaba allí para aceptar un no por respuesta.
Nadie podía verme con ella, no quería que se le vinculará conmigo, estaba demasiado manchado de sangre como para dañarla a ella con ello. Asi que moví mis fichas a mi antojo para reservar un privado en la clase de restaurante al que no va cualquiera, donde si digo que bajen la mirada deben hacerlo.
Camina algo indecisa, puedo notar al escudriñarla con mi mirada que su abrigo está desgastado, y que sus zapatos están por dejar de servirle, la puerta de vidrio oscuro se cierra detrás de mi.
Ella se sienta con nerviosismo y observa todo como si fuese irreal. Cuando al fin habló, su voz cortó la tensión con naturalidad.

──Un policía vino hoy. ──dijo, su mirada clavándose en la mía con una mezcla de pregunta y desafío. ──. Pregunto por quién me llevo al trabajo.
Mi rostro permaneció impasible, pero bajo la mesa, mi mano se cerró en un puño. La pregunta no era si la policía me estaba buscando, sino cuánto sabía ella. Si estaba asustada o simplemente curiosa.
──Y ¿qué le dijiste? ──pregunté, manteniendo mi voz tan serena como lo estaría el mar antes de una tormenta.
──Mentí. ──respondió con una simpleza que era tan desconcertante como encantadora. ──. Aunque no entiendo porque lo hice.
Sonreí, pero no de alivio, sino de reconocimiento. Ella era una encrucijada, y cada instinto protector que había ignorado durante años rugió dentro de mí. No podía dejar que se viera envuelta en mi mundo, pero algo en el fondo me decía que ya era demasiado tarde para advertencias.
──¿Por qué siento que debo mentir sobre ti?
──Porque quizás debas hacerlo. ──Susurro sin más. . ──. No todos son quienes parecen ser.
──¿Quién eres tú realmente?
──Alguien dispuesto a protegerte de quien sea. ──Traga grueso.
──¿Haciendo lo que sea?
Asiento.
──¿Fuiste tú? ──Pregunta con temor, puedo notar como tiembla su labio.
──No preguntes cosas de las cuales las respuestas no sean las que deseas, Athenea.
Hunde su rostro en sus manos.
──¿Por qué yo?
──No lo sé. Sólo se que por algún motivo no puedo dejar de protegerte. 
Eleva su rostro dejado al descubierto sus ojos azules, tan intensos y tan expresivos que me tensan. 
El murmullo de conversaciones ajenas se desvanecía en el fondo, tan distante como mi mente de estas trivialidades. La observaba; ella, sumida en sus pensamientos, desconcertada y ajena a la tormenta que se avecinaba. Nunca me había permitido estudiarla de cerca, a temor de memorizar cada detalle, pero esta noche, me concedí esa tortura como último lujo.
La delicadeza de sus manos, el modo suave en que fruncía el ceño absorta, un mechón rebelde que oscilaba con cada inclinación. La belleza de Athenea se encontraba en esos fragmentos de humanidad que yo había rechazado hace mucho tiempo.
Un camarero irrumpió en mi contemplación, deslizando platos ante nosotros con una coreografía ensayada. Los olores se elevaban, prometedores, pero el sabor amargo de lo que podría venir para ella eclipsaba cada aroma.
¿Cómo podía explicarle que su seguridad se había convertido en mi pensamiento dominante? Que mi vida, esparcida en las sombras de la ciudad, podría ser el vórtice que la arrastrara lejos de las luces que tanto merecía. Cada risa de ella era un destello que no podía permitir extinguir.
Mis enemigos eran sombras también, expertos en leer entre líneas, en analizar cualquier cambio en mi rutina. Y yo había roto todas mis reglas por ella. Cada encuentro, cada mirada robada, la convertía en blanco.
──La cena está exquisita, ¿no te parece? ──Su voz.
Asentí, aunque mi apetito había quedado sepultado bajo el peso de las decisiones. No había espacio para la comida cuando el banquete de las consecuencias se desplegaba frente a mí.
──Tienes una mirada… ──dijo con una inclinación de cabeza, intentando leerme. ──Como si estuvieras luchando contra el mundo entero.
Sonreí. Si tan solo supiera que era al mundo entero al que intentaba protegerla. Decidí, en ese instante, que esta sería la última vez. Por su bien.

──Solamente estoy pensando en lo afortunado que soy por compartir esta cena contigo. ──mentí, y de cierto modo, era la verdad más pura que había pronunciado en años.
Se sonrojo, haciendo que ese gesto se vuelva una adicción para mí y soy lo peor que existe en este mundo cuando se trata de adicciones.
No termina su plato, y yo no he tocado el mío si quiera.
Es hora de irnos, y vuelvo a seguir sus pasos danzantes con hipnotismo.
El lujo del restaurante se desvaneció en el espejo retrovisor, sustituido por la crudeza de calles que conocían mejor la desesperanza que la promesa. La tracción del coche mascaba el asfalto, un aullido suave comparado con los gritos que se atascaban en mi garganta.
Al aparcar cerca del edificio de Athenea, un esqueleto de concreto consumido por la fatiga de soportar vidas olvidadas, el silencio se tendió entre nosotros, denso como niebla. Ella se mantuvo inmóvil, expectante, como quien aguarda a que el cielo nocturno se fracture en revelación.
Quería hablar. Contarle de las sombras que danzaban tras de mí, de los peligros que acechaban en cada rincón oscuro. Admitir que en el ajedrez de mi existencia, ella había pasado de peón a reina sin mi consentimiento, moviendo piezas en un tablero que yo había creído controlar.
Pero entonces, el silencio se rompió. No por mí, sino por ella.
──No diré nada, Redgar. ──murmuró, cada palabra una caricia que calmaba y quemaba a partes iguales. ──Continuaré mintiendo por ti.
Mi mundo, siempre tan regido por el control férreo, se estremeció. No por el miedo a ser descubierto, sino por la profunda conexión que esas palabras tejieron en la oscuridad. Su lealtad era el vértice de mi debilidad y mi fortaleza.
Tragué el nudo de responsabilidad que me oprimía.
──No deberías tener que hacerlo. ──respondí, la voz más ronca de lo que pretendía. ──No por alguien como yo.

Una sonrisa melancólica se dibujó en sus labios, vislumbrada a la luz de una farola titilante.
──Quizás, pero es mi elección. Mentir por alguien a quien no conozco, y que no vea.
──Así será. ──dije finalmente, asintiendo con una solemnidad que sentí hasta los huesos. ──. Pero estaré ahí, cada paso del camino, aunque no me veas.
Ella asintió, sus ojos portales de una fortaleza inesperada, y con un último toque que prometía más que palabras, salió del coche.
Esa noche, decidí que si bien el próximo paso era alejarme, cada sombra mía sería un escudo invisible en su entorno. Athenea nunca estaría sola, porque mi promesa era ahora un juramento tejido en el silencio de la noche, irrompible como las leyes no escritas de los que reinan en las sombras.


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