capítulo 43

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Capítulo 43
Red.

Un terror profundo se anidó en mi pecho desde el momento en que escuché que Athenea había sido lastimada. No era solo miedo; era un torbellino de furia y pánico que amenazaba con desgarrarme por dentro.
Al verla allí, tan frágil, tan herida, un dolor agudo me atravesó. Esta sentada con su piel palideciendo. Me aproximo en silencio, mi corazón grita, pero mi rostro permanece sereno; no puedo permitirme mostrarle cuánto me afecta verla así. La ira hierve bajo mi piel, una rabia fría y calculadora hacia quienquiera que haya osado dañarla. Pero la contengo, la encierro dentro de mí porque, en este momento, ella es lo único que importa.
Con cuidado, comienzo a curar sus heridas. Cada contacto es un recordatorio de lo frágil que es la línea entre estar aquí y perderla para siempre. Intento ser lo más delicado posible, pero mis manos tiemblan. Estoy más acostumbrado a empuñar armas que a tratar heridas, sin embargo, por ella, aprendería a bordar el mismo cielo si fuera necesario.
Mis dedos rozan los bordes de su camisa, un contacto mínimo, apenas un susurro contra la tela, pero para mí es como si pudiera sentir toda su esencia a través de ese leve toque. Quiero sentirla más cerca, asegurarme de que está real, viva. La necesidad de tocarla, de confirmar que sigue aquí conmigo es abrumadora.
Admito que un miedo visceral se apoderó de mí cuando supe de lo sucedido en el mercado. Es un miedo que no se parece a nada que haya experimentado; es oscuro, es denso, se siente como si quisiera tragarme entero. Ver ahora los pequeños golpes que adornan su piel, palidecida por el dolor y el susto, me hace sentir ese miedo con aún más intensidad. No es solo miedo a que le suceda algo malo, es el terror a perder la única luz que ha iluminado mi oscuro mundo.
Quiero abrazarla, sentir su calor contra mí, dejar que esos temores se disipen con su simple presencia. Pero me contengo, por ahora. Solo acaricio suavemente su piel, dejándome llevar por lo que mi cuerpo y corazón me ruegan hacer, mientras susurro promesas de seguridad y venganza en el tranquilo aire de la habitación.
Prometo protegerla, aunque el precio sea mi propia paz. Porque sin ella, no habría paz para mí de todos modos.
Cuando mis labios se encuentran con los de Athenea, todo lo que he conocido hasta este momento se desvanece. No hay estrategia, no hay batalla, no hay mundo exterior; hay, sin embargo, un deseo abrumador que me consume desde dentro. Es un deseo que nunca había permitido que aflorara con tal intensidad, un anhelo poderoso que se apodera de mí por completo.
Athenea, sin siquiera ser consciente de ello, se ha convertido en mi gran debilidad. Cada vez que estoy cerca de ella, siento cómo mi fortaleza, mi determinación, todo lo que me hace ser quien soy, se pone a prueba. Y ahora, mientras la beso, estoy al borde de un abismo desconocido, pero no me importa caer si la caída es hacia ella.
No hay forma de explicar cómo un ser tan formidable como yo, forjado en la adversidad y endurecido por las batallas, pueda sentirse tan vulnerado por un simple toque, por un beso. Pero así es ahora mi realidad. Temer por Athenea se ha vuelto una constante en mi vida, un temor que penetra hasta lo más profundo de mi ser, más allá de cualquier enemigo o peligro que haya enfrentado antes.
Ella se desarma bajo mi toque, su resistencia se deshace, y sé que es un reflejo de lo que ella hace conmigo. Este intercambio, esta conexión, es más aterradora que cualquier amenaza porque ella ha logrado lo que nadie más pudo: ha derribado mis muros, ha hecho que desee algo más allá de la supervivencia, más allá del poder o la victoria.
Este beso es una confesión, un reconocimiento de mi debilidad y mi temor. Cada momento que paso sin saber de ella, sin tenerla a mi lado, es un tormento. El miedo a perderla sobrepasa cualquier otra preocupación en mi vida. Nunca había pensado que sería capaz de sentir algo así, nunca pensé que estaría dispuesto a rendirme ante nadie o ante nada. Pero aquí estoy, completamente vulnerable frente a ella, completamente suyo.

En este momento, en este instante fugaz de unión, entrego más que besos; entrego parte de mi esencia, mi implacable deseo de protegerla, de estar con ella a pesar de todas las advertencias que mi instinto guerrero me dice. A través de este contacto, le hago saber sin palabras que ella es ahora mi centro, mi casa, mi más grande debilidad.
Tal vez mañana debamos enfrentar de nuevo al mundo, a sus peligros y sus desafíos. Pero por esta noche, en este beso, solo somos Athenea y yo, unidos en un deseo que nos consume, en un amor que, contra todo pronóstico, parece ser nuestra mayor fortaleza.
Abro su camisa, siento su piel quemar bajo la mía. Sus ojos me observan. Paseo mis dedos por su abdomen, se lo adolorida que se siente pero mi cuerpo la necesita. Necesito sentir su piel contra la mía, tocarla, besarla; necesito de su esencia para recordarme a mí mismo que aún puedo sentir, a pesar de las atrocidades que he cometido. Ese impulso me lleva a ella. Y en ese momento, en medio de la habitación que ha sido testigo de tanta muerte, la beso. La toco como si al hacerlo, pudiera redimir cada gota de sangre derramada, y no, no busco perdón.
No soy de los que se arrepiente. No tengo remordimientos.
No soy un hombre hecho para el romance, la ternura no es algo que se me dé naturalmente.  Cuando ella me mira, ve más allá del asesino, del monstruo que soy; me mira con ojos llenos de esperanza, como si realmente creyera en mí, en nosotros.
No necesito ser un hombre romántico, porque con cada toque, con cada beso, le hago sentir que es todo para mí. Y en esos momentos, sé que lo es. Athenea es mi redención, mi nueva realidad, mi luz.
Jadea bajo mi toque, erizando mi piel. Contengo mis ganas de adentrarme en su ser. Ella gruñe haciendo un hermoso gesto con sus labios.
──No hagas así.
──Lo siento. ──Susurra muy bajito. ──. Pero, no quiero que dejes de besarme, ni dejes de tocarme.  No dejes de hacerlo.
Súplica.
Me aferro a su cuello, y la atraigo hacia mi cuerpo, meto mi mano en su entrepierna buscando la humedad que crece en esta, Athenea cierra sus ojos con fuerza.
──¿Me quieres sentir?
──Sabes que si. ──susurra.
──Pero estas adolorida.
Niega con mirada inocente, alimentando mi morbo. Paseo mis dedos por sus labios,  puedo notar la sed que se forma en su boca.
──Separa las piernas Athenea. ──me observa pero no duda, obedece  y su falda se eleva exponiendo sus muslos, mis manos van hacia esa piel que me tiene delirando con tocarla, sigo el camino hasta el centro de su ser, puedo sentir su sexo envuelto en una fina capa de humedad que lleva mi nombre, me meto entre sus piernas, rozando con mis dedos la fina tela que me separa de sentir su calor. 
Athenea deja caer su cabeza hacia atrás, aferrando una de sus manos a mi saco.
──Me vuelves loco. ──gruño hundiendo dos de mis dedos en su sexo. El calor de su ser me abriga.  Entro y salgo de ella dándole el placer que necesita y desea, golpeando su sexo con fuerza. ──. ¿Te gusta nena?
Asiente desarmándose entre mis brazos.
Mi necesidad de ella aumenta y aumenta, logrando que me ciegue y olvidé donde estamos, saco mis dedos de su sexo y los llevo a mi boca para disfrutar de su sabor, bajo el cierre de mi pantalón para liberar la inmensa erección que se ha formado en mi, pasea mi mano por la longitud marcada con venas e intenso calor, la sujeto de sus caderas y la pego a mi.
No hay palabras de por medio, sólo miradas que gritan todo aquellos que ambos callamos, entro en su ser embadurnándome con sus fluidos.
Es éxtasis puro, cierro mis ojos y disfruto de la sensación que eriza todos mis vellos.
Ella; ella es pecado, lujuria, deseo y tormento.
No se cómo haré para protegerla de todo aquello que amenaza su vida, pero así tenga que dar mi propia vida a cambio, lo haré.
Las piernas de Athenea se cierran en mi espalda mientras ambos disfrutamos del  placer que nos da unir nuestros cuerpos.
El sexo siempre es placentero pero con ella es más; su inocencia, su falta de experiencia, su mirada y sus gestos le agregan un plus increíble a esta clase de sexo que compartimos, y sin olvidar su condenada estrechez. La siento en cada puta célula de mi cuerpo.
Me hundo en ella con fuerza, y se abre hacia a mi sin pudor, el placer la embarga de tal manera que su pequeño e indefenso ser, se derrite ante mi. Busco sus labios para saciar mi necesidad de ella, para comprender que un ser tan lleno de luz y vida está dispuesto a apagarse por mi.
Su orgasmo llega, jadea mi nombre oculta en mi cuello, y siento la presión en mis bolas, la tensión que amenaza con volverme mierda y salgo de su cuerpo dejando se sentir si calor para derrame en su pierna.
Athenea a un jadea y respira con dificultad, mientras yo intento calmar la mía, guardo mi erección en mi pantalón, la observo por un leve instante deteniendo mi mirada en sus labios rojos e hinchados.
──¿Quieres probarme? ──inquiero, al principio no entiendo pero luego asiente, tomo mis fluidos con mi mano y los llevo a su boca, y ese lado sucio que embarga mi mente se nutre al ver cómo saborea y traga mi semen.
Me chupa los dedos hasta dejarlos limpios, y si… Athenea, mi Athenea es esa clase de mujer. Dulce pero perversa… 
Busco algo con que limpiar el resto, y lo hago con su mirada en mi.
──¿Qué harás con Tom Hills?
Detengo mi acción.
──Lo mismo que he hecho con todos aquellos que te han puesto una mano encima. Matarlo, Athenea.




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