Capítulo 46
Athenea Jones
La oscuridad.
Hoy ha sido uno de esos días en los que te encuentras a ti mismo reflexionando sobre las decisiones que has tomado, especialmente aquellas que te han llevado a estar sentada en un lujoso pero peligroso despacho, escuchando cómo el mundo gira alrededor del crimen, la ambición y el poder.
Desde que el sol se asomó por la ventana hasta que se ocultó dejando sólo el brillo de la ciudad, he estado aquí, en la oficina de Redgar, un sitio envuelto en lujos y secretos oscuros. No ha sido un día de conversaciones triviales ni charlas amenas; ha sido una inmersión directa en las profundidades de su imperio, un reino sustentado en casinos, millones de dólares, armas y, sobre todo, chantajes.
A lo largo del día, mientras él hablaba por teléfono, yo me convertí en una mera espectadora de su magnitud como mafioso. Escuché con suma atención, cada detalle, cada cifra mencionada, cada amenaza sutilmente velada bajo un tono de negociación. No es sólo el dinero lo que lo mueve; es el poder, el control absoluto sobre sus dominios y aquellos que osan desafiarlo.
Sin embargo, hoy algo ha sido diferente. No hemos mencionado la creciente presión que se siente al saber que el FBI nos tiene en la mira, ni el interés recién adquirido de la mafia italiana en Redgar. Estas amenazas latentes, sin embargo, no hacen más que agregar tensión al aire, una tensión casi palpable que parece ser ignorada deliberadamente.
En el envolvente silencio de la oficina, escucho cómo él, con un suspiro sutil pero significativo, cuelga la llamada. Gira lentamente en su silla para enfrentarme, y puedo ver una seriedad inquebrantable en su mirada que inmediatamente me pone en alerta.
──Debo salir por un momento. ──dice, su voz firme pero cargada de una preocupación apenas perceptible. ──. Permaneceré en el edificio, pero si prefieres, puedo pedirle al chófer que te lleve a la mansión.
Intento leer entre líneas, sopesando sus palabras. Al final, mi decisión es clara.
──Quiero quedarme. ──respondo, mi voz más firme de lo que me siento. ──. Aunque sé que tienes asuntos que atender… asuntos que quizás no sean buenos para mí, prefiero esperarte.
Redgar me observa un momento, como calculando las posibilidades, antes de asentir.
──Está bien. Pero Tony estará al pendiente. ──Sin otra palabra, se levanta y se marcha, dejándome sola en la vasta oficina.
La puerta se abre de nuevo poco después, y Tony entra. Su rostro es una máscara de seriedad.
──¿Necesitas algo? ──pregunta, mirándome con un rigor profesional.
Negando con la cabeza, me levanto, mi teléfono comienza a vibrar en el diván, noto que es mi jefe.
Mi turno ha comenzado, ignoro el aparato y me acerco a Tony. Y
──Eres la mano derecha de Redgar. ──comienzo, mi voz ligeramente vacilante. ──. Dime, ¿crees que yo puedo soportar lo que se viene?
Tony me mira fijamente, luego su mirada se desplaza hacia la cerrada puerta por un instante. Cuando vuelve a mirarme, hay una determinación en sus ojos que no había notado antes.
──Sígueme. ──dice finalmente. ──. Lo descubrirás tú sola.
Siguiendo a Tony, siento que cada paso me lleva más profundo, no sólo en el edificio, sino también hacia algo desconocido y, sospecho, profundamente perturbador. Descendemos al sótano, un lugar que debería serme familiar, el refugio donde Redgar y yo compartimos momentos de relativa paz en medio del caos de nuestras vidas. Pero esta vez, algo me dice que no encontraré consuelo aquí.
Tony no titubea; su paso es firme y seguro. Atraviesa el umbral de la puerta, un gesto simple que se siente como cruzar la línea hacia un mundo completamente diferente. Me invita a entrar, y al hacerlo, enciende la luz. El cambio es inmediato. Un olor fétido, crudo y metálico, inunda mis sentidos, un olor que definitivamente no estaba aquí hace apenas unas horas. Mis ojos se encuentran con una escena que desearía poder borrar de mi mente: un hombre, o lo que queda de él, cuelga del techo. La sangre aún se desliza por su cuerpo magullado y mutilado, evidencia de una violencia que sobrepasa mi comprensión.
Me sobreviene una oleada de náuseas, pero la contengo, obligándome a mantenerme firme frente a este horror. No es el momento de mostrar debilidad.
Es un espectáculo grotesco, una visión directa al abismo de crueldad humana. Y entonces Tony habla, rompiendo el ensordecedor silencio que parecía amplificar cada pequeño sonido, haciéndolo insoportable. “Esto es tortura”, dice, su voz inexpresivamente neutra, un mero hecho, sin un ápice de emoción.
Observo más de cerca, notando los signos de quemaduras entre las heridas, una brutalidad que envía un escalofrío helado recorriendo mi espina dorsal. La realidad de lo que implica estar en este mundo, el mundo de Redgar, choca contra mí con una fuerza abrumadora.
En ese momento, la comprensión me golpea con una claridad escalofriante. Esto no es simplemente un acto de violencia; es una declaración, un mensaje enviado a través del sufrimiento de este hombre. Y aunque mis ojos no pueden desviar la mirada de esta macabra escena, es el mensaje subyacente lo que realmente infunde temor en mi corazón. Este es el mundo en el que he elegido permanecer, un mundo donde tal brutalidad es moneda corriente.
Me doy cuenta de que este momento, este enfrentamiento brutal con la realidad de la violencia organizada, marcará un antes y un después en mi vida. La inocencia, si es que alguna vez la hubo, no tiene lugar aquí. La pregunta ahora es, ¿podré soportar este mundo? Y más importante aún, ¿qué me convertiré en el proceso?
Mientras trato de anclarme a alguna forma de cordura en medio del caos, Tony empieza a detallar la perturbadora realidad de lo que ha ocurrido en este sótano.
──Redgar fue quien le cortó la pierna. ──dice con una voz que intenta mantenerse neutral, aunque las palabras por sí mismas desafían toda pretensión de normalidad.
Me cuesta aceptar esta crudeza como parte de la vida de alguien a quien considero cercano.
──¿Por qué…? ──empiezo a preguntar, pero mi voz se pierde en el eco de mi propia incredulidad.
──Siempre se debe romper un poco el alma para que hablen. ──Tony continúa sin esperar que complete mi pregunta. ──. Nikkos cauterizo la herida. Si se desangraba, toda esta… operación habría sido en vano.
Observo, casi hipnotizada, mientras Tony se mueve hacia las cadenas que sostienen al hombre en una suspensión grotesca. Con unos pocos gestos expertos, las afloja y el cuerpo cae con un golpe sordo al suelo, provocando un estremecimiento involuntario en mí. Los gemidos bajos del hombre herido me golpean más duro de lo que esperaba, y me agarro el abdomen, luchando contra una náusea repentina.
Intento mantenerme firme, mantenerme impasible.
──Ahora lo dejamos descansar. ──dice Tony, observando al hombre con una especie de respeto profesional. ──. Necesitamos que pueda hablar, que nos diga todo lo que sabe. Si no, Redgar puede perder todo, incluso su vida. Y eso debe ser evitado a toda costa. Mi trabajo es cuidar de él y ahora de ti.
Las palabras de Tony me sirven de recordatorio frío de lo que está en juego. No es solo la vida de este hombre desconocido, sino la de Redgar, la mía y la de todos los que giran en nuestra órbita. Me obligo a tragar el miedo y la repulsión para enfrentar la realidad de nuestra situación.
──Dale comida… ──mi voz se quiebra por un momento, pero me obligo a continuar. ──…y haz que hable. ──Mi tono es más firme ahora, un eco de la resolución que veo en los ojos de Tony.
Él me mira, evaluando, antes de asentir una vez.
──Así se hará. ──afirma, y en su respuesta hay una especie de acuerdo tácito entre nosotros, un reconocimiento de las sombras en las que ambos hemos elegido operar.
──Necesito convertirme en una mujer que sea capaz de soportar eso. ──señalo al hombre en el suelo.
──Vas a despertar demonios que creías dormidos. ──musita, me sorprendo cuando lo escucho. ──. Puedo notarlo. Él aún no lo sabe pero no tardará en descubrirlo.
Me tenso, y cruzo mis brazos en mi pecho.
El hombre que yace en el suelo empieza a balbucear palabras sin sentido, dirijo mi mirada hacia él, estira su mano lo más que puede para intentar sujetar mi pies, y lo pateo sin remordimientos y sin titubear.
La puerta se abre, y su aura se siente incluso en la distancia, mi corazón se acelera estrepitosamente, se que es él.
Se detiene bajo la luz.
──¿Qué hace aquí? ──esa pregunta no es para mí, es para Tony. Pero lo interrumpo antes que hablé.
──Yo le pedí que me trajera. ──Redgar desvía su mirada hacia mi, y vuelve inmediatamente hacia Tony.
──Yo la traje. ──dice muy calmado. Tanto que es como que ya sabe lo que le espera.
──Nos vamos Athenea. ──dictamina con tono severo. Da una paso hacia atrás, esperando que pase, y lo hago sin emitir palabra. Puedo escuchar como da unas órdenes a Tony y viene detrás de mi. ──. Sigue derecho.
Salimos hacia el estacionamiento subterráneo, la camioneta ya espera por nosotros, abren la puerta y él se queda esperando que suba, y lo hago. Se sienta a mi lado y la camioneta arranca a toda velocidad seguida por dos más.
La oscuridad de la noche nos recibe, me extiende mi teléfono.
──No vuelvas a mentir. ──espeta.
──Yo…
──No lo hagas, Athenea. ──dice sin mirarme. ──. Ya no quiero escuchar excusas.
Me quedo prendada de su semblante, de su porte y de lo oscuro que es. Se ve muy atractivo molesto para que voy a mentir, todo mi ser desea tocarlo pero me abstengo, su aura es muy pesada.
──Redgar…
Se gira a verme, su energía me absorbe.
──Si Tony te llevo allí, fue por algo. ──suelta. ──. Quieres que te enseñe. Así será.
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Red
RomansaÉl no ofreció rescates ni promesas vacías. En cambio, me reveló un mundo donde mi dolor podía transmutarse en una forma distorsionada de placer. Sus perversiones, presentadas como un regalo envenenado, me empujaron más profundo en el abismo, pero fu...