capítulo 72

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Capítulo 72
Red

Inmerso en la penumbra de nuestro escondite, mis ojos no perdían detalle de cada movimiento mientras mis hombres ensamblaban las partes de lo que sería la obra maestra de nuestra destrucción: una bomba termobárica. La meticulosidad con la que coordinaban cada componente era hipnótica; dos cargas explosivas preparadas para detonar en un sincronizado ballet mortal, unido a un combustible cuya sola función era devorar todo el oxígeno alrededor al estallar. Esta máquina de muerte, con su promesa de fuego y destrucción, era un brutal recordatorio de nuestro poder.

Cuando finalmente la bomba estuvo armada, su presencia en la habitación era como un monstruo dormido, esperando el momento justo para desatar su furia. Fue entonces cuando arrastramos a Hills desde su rincón oscuro y lo colocamos de rodillas frente a la bestia de metal. Me sorprendí a mí mismo con una sonrisa satisfecha al contemplar el cuadro completo.

──Esto va a destruir gran parte del edificio. ──dije, mi voz tranquila pero cargada de anticipación. ──. Imagina el desastre que va a causar. ──Observé cómo sus ojos recorrían la estructura de la bomba, su semblante era el de un hombre destrozado, justo lo que quería. Era esencial para mí debilitar su mente, infundir terror y desesperación hasta consumirlo por completo, para luego reconstruirlo a mi antojo.

Hills bajó la mirada, sus palabras apenas audibles.

──ella también va a morir…

Me incliné hacia él, asegurándome de capturar su mirada derrotada con la mía.

──Ella saldrá de allí. ──aseguré, con una voz que brotaba de la confianza y la seguridad en mis planes. En ese momento, no sólo me regodeaba en la preparación de una destrucción masiva, sino también en el desmantelamiento sistemático de la voluntad de un hombre. No hay tortura más exquisita que aquella donde te adueñas de la mente y el alma de tu enemigo, transformándolos hasta que no quede nada más que una cáscara de su antiguo ser.

Este acto de manipulación, de control total sobre Hills, era la verdadera victoria de la noche, mucho más que cualquier explosión o caos que pudiera seguir. Hacer mío su espíritu, doblegarlo completamente a mi voluntad.

──Ahora… dime ubicación exacta.
Hills me observa, las lágrimas caen por su rostro.

El destino de muchos se jugaba en la frialdad de unos planos extendidos sobre la mesa. Sin un ápice de duda o remordimiento, escanee la distribución del edificio, cada línea y marca adquiriendo un significado profundamente siniestro bajo mi mirada. El ingeniero había sido claro, marcando con precisión la ubicación exacta para el máximo efecto destructivo. Con la punta de mi dedo, señalé el punto clave a Hills, cuya expresión cauta no lograba ocultar el horror que se deslizaba por sus venas.
Con un gesto despreocupado de mi mano, ordené que se lo llevaran. Lo arrastraron por el piso, su dignidad desgarrándose con cada metro que lo alejaba de mí.

──Dénle algo de comer y báñenlo. ──dicté, consciente de la ironía de cuidar de alguien a quien planeaba destruir en todos los demás aspectos posibles.

Los gritos desesperados de Hills reverberaron en la habitación mientras se lo llevaban.

──¡Vas a matar a miles, la vas a matar a ella también! ──su voz, cargada de una mezcla de furia e impotencia, se estrellaba contra las paredes con una intensidad que habría conmovido a cualquier otro. Pero yo no era cualquier otro. Escuché su clamor, registrándolo como el eco de un destino inevitable. La puerta se cerró tras él, sellando su súplica fuera de mi espacio, fuera de mi foco.

Mis pensamientos fueron abruptamente interrumpidos por la vibración de un teléfono. Uno de mis hombres me lo entregó, y la voz de Nikkos llenó el aire, tensa y cargada de noticias que presagiaban más complicaciones.

──Acaba de haber un tiroteo en el casino. ──Mi cuerpo se tensó al instante, cada músculo preparándose para un enfrentamiento inminente. Solo había una persona capaz de desatar tal caos, una pieza vital y volátil en el complicado ajedrez en el que nos habíamos enfrascado: Alessandro.

Mi mente procesaba rápidamente las implicaciones mientras inquiría por los detalles, mi voz tan fría como el acero.

──¿Cuántos? ──La respuesta de Nikkos vino con una carraspera, revelando la magnitud del desastre.

──Van 70. ──Terminé la llamada con un movimiento brusco, lanzando el teléfono contra la pared más cercana, su colisión un pálido eco de la tormenta que se desataba dentro de mí.

Va pagármelas.

Me quito mi saco y ajusto mis armas.
Alessandro, siempre Alessandro, el eterno aguijón en mi costado. 

Maldito idiota.

──¡Nos vamos! ──grito.

La noticia del ataque al casino me cayó como un balde de agua fría. Ese lugar, más allá de ser un establecimiento de entretenimiento, era una pieza clave en mi operación de lavado de dinero. El atentado no solo significaba una pérdida económica significativa, sino también que miles de ojos, muchos de ellos pertenecientes a las fuerzas del orden y rivales curiosos, se posarían sobre el lugar, escrutándolo. Alessandro era un problema que debía liquidar, y estaba decidido a que pagaría por ello.

Sin perder tiempo, me dirigí al estacionamiento donde mi camioneta ya me esperaba, el motor en marcha listo para llevarme directamente al casino. Mientras me abría paso, no podía dejar de pensar en los millones que se movían a través de esos enmarañados circuitos financieros que ahora estaban en peligro de ser expuestos. La puerta se abrió y, para mi sorpresa, Athenea ya estaba allí sentada, con esa mirada determinada que tanto me desconcertaba como me impresionaba.

No dije nada al principio, solo me senté a su lado mientras cerraba la puerta con un golpe seco. La camioneta se puso en marcha, saliendo a gran velocidad hacia nuestro destino.

──No es buena idea. ──fue lo único que logré decir, mi mente aún agitada por las recientes noticias.

Athenea giró su cabeza hacia mí, sus ojos clavados en los míos con una resolución férrea.

──Dijiste que estaba lista. No voy a irme a la mansión a esperar. ──Su voz, aunque tranquila, estaba cargada de una firmeza que me enorgullecía.
No estábamos bien, había tensión entre ambos pero eso no evitaba que ambos sintiéramos la atracción que desde un principio nos unió, ella es todo lo que me importa.

En ese momento, la camioneta frenó de golpe, cortándome el aliento. Mi reacción fue inmediata, extendiendo mi brazo delante de Athenea para evitar que se golpeara contra el asiento de adelante. Antes de que pudiera procesar lo sucedido, vi a través del parabrisas dos motos bloqueando el camino, sus conductores sacando armas con intenciones claras.

──Arranquen. ──ordené con voz fuerte a mis hombres, la adrenalina disparada, preparándome para lo que viniera.

Sujeto a Athenea, y saco mi arma.

En ese momento, la prioridad era sacarla a ella de allí, proteger lo que el ataque al casino ya había puesto en riesgo y enfrentar la amenaza inminente con todo lo que tenía. La batalla contra Alessandro había escalado a un nuevo nivel, y yo estaba más que listo para el enfrentamiento.

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