capítulo 31

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Capítulo 31
Red


En la penumbra de aquella habitación, sentí el roce de su mano en la oscuridad. Una chispa intensa recorrió mi cuerpo, pero soy reacio a demostrar emociones. Siendo serio en todos los aspectos, guardo para mí las sensaciones que ella provoca en mí.
Me acerco a ella en busca de mayor visibilidad en esta habitación cubierta de sombras.
──Gracias por las cosas. ──Puedo ver cómo mueve sus dedos alrededor. ──. Aunque no eran necesarias.
──Claro que lo eran. Es inhumano vivir así.
No logro concebir cómo vive de esta manera.
──Es para lo que me alcanza.
──Eres explotada en ese maldito restaurante, alguien debería enseñarle al idiota de tu jefe lo que es una buena paga. ──suelto, puedo notar como se tensa.
──No vas a…
Niego.
──No pienses en ello. ──No dice nada. ──. Y no preguntes, Athenea. A veces es lo mejor.
El silencio gobernaba la habitación, interrumpido ocasionalmente por el murmullo lejano de la ciudad nocturna que nunca dormía por completo. La oscuridad era casi palpable, pero incluso a través de su pesada cortina, yo podía sentir sus ojos buscando los míos, llenos de una solicitud silenciosa.
──Athenea. ──comencé, mi voz era apenas un susurro, consciente del eco que cualquier palabra más fuerte podría provocar en este espacio tan íntimo. ──. Debo irme.

Ella exhaló; era difícil decir si era de alivio o de tristeza.
──No podrías quedarte. ──sus palabras eran una caricia, suavizándome, desarmándome.
Más que nunca me sentía fuera de lugar, como una sombra entre los vivos, y la presencia de Athenea, tan plena de vida, hacía que mi transitoriedad fuera aún más punzante.
──No puedes entenderlo. ──me escuché decir. ──. nadie puede verme aquí, Athenea. Estar contigo… así… No es posible.
En la tenue luz que se colaba por entre las cortinas, vi cómo su expresión cambiaba, cómo la decepción danzaba sobre sus facciones antes de asentarse en una máscara de aceptación resignada. Era una batalla perdida intentar convencerla, o a mí mismo, de que mi negativa era un acto de distanciamiento noble y no una cobardía disfrazada.
Hasta ahora, siempre me había considerado libre de cualquier atadura, sin rendir cuentas a nadie. Pero Athenea… ella había tejido una tela tan intrincada alrededor de mi voluntad, que por primera vez me descubría enajenado de mi propia esencia. Ella había logrado lo que nadie antes: hacerme sentir manipulado, sin que ella misma pareciera ser consciente de su poder.
──Está bien. ──cedí, finalmente. No una rendición completa, sino un tratado de paz. ──. Me quedaré hasta que te duermas.
Eso pareció confortarla. Se recostó en su almohada y cerró los ojos, sus respiraciones graduales tornándose el nuevo metrónomo de la habitación. Se veía tan serena, tan ajena a la tormenta que se desataba dentro mío.
Me senté en la cabecera de su cama, velando su sueño, atestiguando cómo el caos de mis pensamientos encontró su calma en la observación de su paz. Era un acto de egoísmo, quizás, quedarme allí, saboreando la cercanía prohibida, llenando mi memoria de un momento que, por derecho, no debería existir.
Y luego, en el limbo de las horas antes de que el sol anunciara su dominio, me levanté con cuidado, depositando un último vistazo sobre Athenea antes de sumergirme de nuevo en la sombra de la madrugada. El pesar era un peso tangible en mi pecho, un compañero no bienvenido en mi camino solitario.
Mientras la puerta se cerraba tras de mí, una parte de mí deseó, irracionalmente, ser visto no solo por ella, sino por el mundo que dejaba atrás. Pero eso era un deseo fútil, una fantasía que desvanecía con el primer toque de luz del alba.
Tony estaba esperándome con la espalda recargada en una de las paredes.
Nuestro miradas se cruzaron, comencé a bajar las escaleras con él muy cerca de mi.
──Vigila al maldito de Tom Hills.
──¿Te dijo algo?
──No pregunté. Pero, se porque el maldito está detrás de Athenea.
──Ok.
Bajo las escaleras despacio, sintiendo el peso de cada paso residir no solo en mis pies sino en mi pecho; una compresión extraña que señala la presencia de algo que no pertenece a mi mundo. El concreto desgastado susurra bajo mis zapatos, respondiendo al ritmo firme de mi descenso. No hay vuelta atrás, cada escalón es una transición, un alejamiento físico del único refugio que he conocido últimamente: la presencia de Athenea.
Detrás de mí, sé que Tony actúa con la precisión de un reloj.
──Mantén encendidas las cámaras.  informa de cada movimiento. ──ordena al vigilante.
Llego al pie de las escaleras y la camioneta me espera paciente, el refugio de mis pensamientos y de mis decisiones. Al entrar, el contacto con el cuero frío del asiento trata de anclar mis emociones a algo tangible, algo menos… aterrador que este nuevo mundo de sensaciones que he estado experimentando.
A medida que la camioneta comienza su trayectoria, y nos alejamos del edificio donde Athenea persiste en mi mente, puedo sentir ese caos emocional que he estado evitando. ¿Qué es esto que me perturba? Estoy acostumbrado al control, a las estrategias, no a las embestidas inesperadas de un corazón que no reconozco como mío. Me digo que no debo sentir, que es una debilidad, un peligro para ambos. Pero con cada latido que parece rebelarse contra mi lógica, me doy cuenta de que no es una elección: es una condena impuesta por algo que nunca creí posible.
Es un desorden caótico, mantener todas estas emociones contenidas mientras intento desentrañar las intenciones de Tom Hills. Eso sí que es tangible y necesario. Debo enfocarme en esa investigación, en mantenernos a salvo, en la red de engaños que hemos tejido. Esa debe ser mi realidad, debe ser mi enfoque, porque esa investigación podría significar nuestra salvación o nuestra perdición.
Soy un hombre de mente impenetrable, pero ahora navego por aguas desconocidas, caóticas y profundamente humanas. Mientras las luces de la ciudad se difuminan y somos tragados por la oscuridad hacia mi mansión, me agarro a mi propósito con desesperación, porque sé que si cedo, si me permito sentir, podría perderlo todo. No me he permitido el lujo de los sentimientos, ¿o nunca me he atrevido a ello? La respuesta es un enigma, al igual que todo lo que Athenea ha desencadenado en mí.


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