Capítulo 66
Athenea Jones.
Sin remordimientos.
El jardín nunca me había parecido tan vasto como en ese instante. Mis pies, impulsados por un mecanismo de supervivencia buscaron una salida. El sonido del arma, amplificado por el silencio de la noche, aún resonaba en mis oídos, una vibración continua que se negaba a disiparse. La imagen de Camila, de cómo la bala, con una precisión fría y desapegada, encontró su destino final en su cabeza, se repetía en mi mente como una película en bucle, un espectáculo grotesco del cual era, la ejecutora.
No sé a qué velocidad corrí hacia el exterior, solo sé que cuando el aire fresco del jardín golpeó mi rostro, llenando mis pulmones con su dulzura nocturna, me detuve. Me detuve porque, sorprendentemente, ese aire, ese simple acto de respirar, se sintió como un regalo no merecido. La vida seguía, indiferente, ajena a la violencia que se acababa de ejecutar a sus espaldas.
Red, solo observó, con una frialdad que helaba la sangre, ofreciéndome, de manera perversa, exactamente lo que había pedido: el fin de Camila, su eterno desvanecerse de mi vista. En ese momento, el peso de mis palabras, de mi deseo, nunca había sido más palpable, más real. Y sin embargo, el vacío que esperaba sentir, el remordimiento, la angustia… nada de eso llegó a mí.
Nada.
Camila nunca significó nada para mí, su existencia una mera sombra en el perímetro de mi vida. Pero la facilidad, la falta de peso con la que su vida fue arrebatada, me confrontaba con una realidad que hasta ahora había sido solo teórica: en nuestro mundo, porque entendía que ahora era MI mundo también, el mundo dominado por las reglas no escritas de la mafia, la vida era un hilo fino, fácilmente cortado por aquellos que, como Red, no dudaban.
Esa era la razón de su miedo, el motivo de su insistencia en alejarme. Él conocía el valor, o más bien, la falta de valor que el mundo atribuía a una vida. Y temía por mí, no por lo que pudiera hacer yo, sino por lo que otros, aquellos sin remordimientos ni conciencia, podrían decidir sobre mi destino. Al entender esto, el aire, antes reconfortante, se tornó pesado, cargado con el sutil veneno del miedo y la incertidumbre.
Podía sentir a Red detrás de mí, su presencia era como una sombra, pesada y omnipresente, pero no me giré para enfrentarlo. Los pasos amortiguados en la distancia, el sonido sordo de Tony arrastrando el cuerpo sin vida de Camila, rompían el silencio entre nosotros. Arrastraba su cuerpo como si fuese una bolsa de basura de la cual había que deshacerse.
La noche se había vuelto un testigo mudo de la crudeza de nuestro mundo. Red y yo, parados frente al jardín, compartíamos ese silencio, él me daba el espacio necesario para digerir la escena que acababa de presenciar.
En algún momento, sin que me diera cuenta, Red había dejado de estar detrás de mí para posicionarse a mi lado. No hacía falta mirarlo, su presencia se hacía sentir, imposible de ignorar. Dejé escapar un suspiro pesado, cargado de emociones que no lograba ni quería identificar.
──No me duele, no tengo remordimientos y no me arrepiento de lo que te pedí. ──dije por fin, rompiendo el silencio entre nosotros.
──Lo sé. ──respondió Red con una calma que rozaba lo inhumano. Me giré para verlo, buscando en su rostro algún indicio de duda o hesitación, pero no encontré nada de eso. ──. Debia matarla. ──continuó, y esas palabras me golpearon con una claridad fría.
Observé su rostro mientras él explicaba, su voz firme, sin un atisbo de duda.
──Ella podía, por rencor y celos, ir con Alessandro o con el FBI. ──Las palabras de Red tenían sentido, en nuestro mundo, las traiciones se pagaban con la vida, y Camila se había convertido en un riesgo demasiado grande para ignorar.
──¿Y el personal? ¿Pueden…? ──Comencé a preguntar, pero Red me interrumpió con un gesto de su mano.
──Ellos entienden su labor. Yo soy el dueño de sus vidas, y si desean seguir respirando, me deben su lealtad. ──Su declaración, aunque brutal, era una verdad irrefutable en nuestra realidad.
En el mundo de la mafia, la lealtad era la moneda más valiosa, y Red era el banquero.
──¿Qué viene ahora? ──Le pregunté, mi voz más firme de lo que esperaba.
Red me miró, y en ese instante, pude ver cómo su semblante cambiaba, cómo se volvía más pesado, más oscuro, como si estuviera cargando todo el peso del mundo sobre sus hombros.
──Torturar a Hills y a Gambi. ──dijo con una seriedad que cortaba el aire. ──. Necesito saber la ubicación exacta de Alessandro. Tengo un plan. ──musitó. Era raro ver a Red así, su tono, su mirada, todo en él era una mezcla de determinación y urgencia que raramente dejaba ver.
Presté atención, observándolo, notando cada cambio en su expresión, cada oscurecimiento en sus ojos que hablaba de planes, de decisiones que estaban más allá de lo que yo podía entender en ese momento. Y entonces, él me miró directamente, una mirada que parecía atravesarme.
──Pero necesito saber si estás preparada. ──dijo, su voz un eco en la quietud que nos rodeaba.
──¿Preparada para qué? ──La pregunta salió de mí casi sin pensar. Había una curiosidad, una necesidad de entender, de saber qué esperaba él de mí, qué papel tenía yo en este plan que parecía consumirlo.
──Para ser la mujer de la mafia irlandesa, para ser mi esposa.
Esas palabras cayeron entre nosotros con un peso inimaginable. No era una pregunta, no realmente. Era una declaración, una realidad que Red estaba poniendo frente a mí, esperando ver si yo daba un paso al frente o retrocedía.
Miré a Red, tratando de leer detrás de esa fachada de líder inquebrantable, de ver al hombre detrás del mafioso. Eso implicaba mucho más que simplemente estar a su lado; significaba aceptar todo lo que él era, todo lo que él hacía, y todo lo que vendría después, incluso implicaba ser tan ejecutora como él.
Ser la mujer de la mafia irlandesa no era un título, era un rol, una vida entera de desafíos, peligros, y decisiones que podían, y seguramente lo harían, poner en peligro todo aquello que consideraba moral y justo. Ser su esposa implicaba que más que ser un blanco para sus enemigos, era su punto más débil en la vida, y que lo vendría para mí, no sería fácil.
Nada fácil.
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Red
RomanceÉl no ofreció rescates ni promesas vacías. En cambio, me reveló un mundo donde mi dolor podía transmutarse en una forma distorsionada de placer. Sus perversiones, presentadas como un regalo envenenado, me empujaron más profundo en el abismo, pero fu...