capítulo 57

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Capítulo 57
Athenea Jones.
Entrenamiento



Desde el momento en que el frío metal del arma se posó en mis manos, un cúmulo de emociones se aglomeró en mi pecho, un torbellino que amenazaba con tragarme entera. La muerte de Julián pesaba sobre mí como una losa, un lastre de desconsuelo fatal que amenazaba con hundirme. Su ausencia era un hueco en el aire a mi lado, una presencia de vacío que ninguno podría llenar. Pero en ese jardín, bajo la vigilancia silente de los hombres de Redgar, algo dentro de mí comenzó a cambiar.
El dolor, intenso y crudo, empezaba a surgir, tomando una forma nueva, más feroz. La injusticia de su muerte, una injusticia tan palpable y fría como el acero que ahora sostenía, se convertía en rabia, en una sed de venganza. Aprendí  que en el mundo de Red, la inocencia era un lujo que pocos podían permitirse, y que, a menudo, eran los inocentes los que pagaban el precio más alto. Ahora, ese conocimiento se asentaba en mi razón de ser, dándome una determinación renovada.
Redgar, con movimientos precisos y seguros, tomó otra de las armas que Nikkos le ofrecía. Observé cada uno de sus movimientos, la forma en que su cuerpo se movía con una gracia letal, cada paso un hacia la muerte. Cuando extendió el arma hacia mí, un temblor recorrió mi cuerpo, no de frío, sino de una realidad que se tornaba inminente. Mis dedos rozaron el metal frío y por un instante, mi corazón se aceleró, el miedo se enroscó en mi estómago como una serpiente.
──Debes ser firme. ──dijo Redgar, su voz firme, casi suave. Sus manos cubrieron las mías, una guía en la oscuridad que me rodeaba. ──. Sujetar el arma con fuerza, no puede temblar. Debes llenarte de seguridad.
Y en ese instante, las palabras de Redgar no eran solo una lección en cómo cargar un arma. Eran un mantra para el alma, un llamado a endurecerme, a transformar el dolor y el miedo en una armadura. Aprendí que sujetar el arma no era solo un acto físico, sino un compromiso conmigo misma, con mi causa, con la memoria de Julián.
Mientras mis manos, bajo la guía de Redgar, comenzaban a moverse con más seguridad, una parte de mí empezaba a entender. Entender que este era solo el principio, que cada paso tomado desde ese momento en adelante sería un paso hacia la venganza, hacia la justicia por aquellos caídos. El desconsuelo aún residía en mi pecho, pero ahora estaba acompañado de un fuego nuevo, una determinación de acero.
Sin duda, el camino que me esperaba estaría lleno de sombras y peligros, pero en ese jardín, bajo el sol poniente y el susurro de las hojas, me encontré a mí misma. No como la persona que había sido, marcada por la pérdida y el luto, sino como alguien forjado en el dolor y endurecido por la resolución. En ese momento, sosteniendo el arma, sentí cómo comenzaba a renacer.
Era un momento decisivo, uno que marcaría el antes y el después en mi aprendizaje con Redgar. el jardín nos envolvía con su calma, contrastando fuertemente con la tensión que crepitaba entre nosotros. La instrucción de hoy era diferente, no se trataba solo de cargar un arma, sino de hacerla una extensión de mi voluntad.
Redgar se colocó detrás de mí con una cercanía que, en cualquier otro contexto, habría sido íntima. Pero aquí, ahora, era un maestro guiando a su aprendiz.
──Firme. ──susurró, sus palabras una caricia cálida en mi oído. ──. fija tu mirada en el punto. ──Sus manos me ayudaron a ajustar mi postura; separó mis piernas a la distancia precisa, extendió mis brazos. ──. Ancla tus pies al suelo, ellos son los que te darán el equilibrio.
Sentí su presencia detrás de mí, sólida y reafirmante. Un apoyo no solo físico sino emocional. Inhalé profundamente, tratando de enfocarme en el árbol frente a mí, en el punto exacto que se convertiría en mi objetivo. Sorbí mi nariz, rechazando dar cabida a cualquier distracción, a las lagrimas y al dolor.

──El arma va a intentar hacerte retroceder.  ──volvió a hablar Redgar, cada palabra impregnada de seriedad y de una confianza en mí que aún luchaba por sentir. ──. Debes ser más fuerte. ¿Ok?. ──Su presencia, sus palabras, todo me impulsaba a creer, a ser más fuerte. ──. Y lo eres.
Asentí, una respuesta silenciosa pero firme. Mis dedos se tensaron alrededor del gatillo, el momento entre el antes y el después se estiraba, denso y lleno de expectativas. Y entonces, hice lo que había venido a hacer. Jalé del gatillo.
La explosión del disparo resonó en el tranquilo jardín, un eco súbito y poderoso. La fuerza del arma me empujó hacia atrás, un golpe de realidad que amenazó con desplazarme. Mis hombros se sacudieron con el impacto, y por un instante, el mundo giró peligrosamente a mi alrededor. Pero recordé las palabras de Redgar, “ancla tus pies al suelo.” Y así lo hice, con una determinación férrea me planté, resistiendo la fuerza, negándome a caer.
El retroceso del arma fue una lección vivida en carne propia sobre la física y la fortaleza, sobre enfrentar una fuerza con otra. Me anclé al suelo tal como Redgar me había instruido, encontrando mi equilibrio en la tempestad que siguió al disparo.
En ese momento, algo dentro de mí se desplazó. A pesar de la violencia de la acción, encontré un centro de calma, una fuerza innata que no sabía que poseía. Redgar había sido claro, el arma intentaría dominarme, pero no solo había resistido, sino que me había impuesto. La satisfacción de ese logro, de esa superación, era algo que no se podría expresar con palabras. Enfrenté el desafío que Redgar me puso, y aunque todavía tenía mucho que aprender, algo me decía que esto era solo el principio.
──Otra vez. ──susurro.
──Hazlo. ──musita Redgar. 
La práctica de tiro era mucho más difícil de lo que había imaginado. Las balas se perdían, cada una alejándose de mi objetivo: un árbol que parecía burlarse de mí con su inmutabilidad. Horas pasaron, en las que continué disparando con una determinación que rozaba la obsesión. Mi técnica mejoró lentamente, ajuste tras ajuste, hasta que finalmente logré impactar el árbol. El orgullo que sentí fue un pequeño oasis en un desierto de frustraciones. Mis manos, doloridas y cansadas, no querían saber nada de rendirse. La práctica tediosa pero necesaria continuó.
Redgar, en un cambio de actividad, decidió enseñarme a desarmar un arma. La complejidad de la tarea me absorbió por completo, noté que el sol comenzaba a asomar, signo de una noche entera dedicada al aprendizaje. Pero el sueño no tenía cabida en mi agenda, no cuando tenía tanto por aprender, por mejorar. Desarmar el arma tomó más tiempo del que quería admitir, pero Redgar observaba con una paciencia que me permitía cometer errores y aprender de ellos.
Luego, me guió hasta el despacho, un cambio de entorno que parecía preludiar una nueva lección. No me equivoqué. Tony entró con navajas y cuerdas, un conjunto de herramientas que prometían una lección de otro tipo. La tensión se dibujó en cada línea de mi cuerpo al verlas, pero mi confianza en Redgar se mantenía firme. Sabía que cualquier cosa que planeara, por más que me inquietara, era por mi bien.
Me pidió extender la mano y comenzó a amarrarlas. La cuerda se tensó, yo traté de no mirar. Las quejas amenazaban con escapar de mis labios, pero me contuve. Sabía que este era otro paso en mi transformación, en mi camino hacia convertirme en la persona que debía ser: fuerte, decidida y fría.
Redgar, con una pregunta simple pero cargada de intención, me desafió.
──¿Qué harías? ¿Qué harías para soltarte?. ──Observé el nudo, su solidez un reflejo de mi propia situación. Mis intentos de liberarme solo lograron lastimarme, un recordatorio más de lo que me faltaba por aprender.──. Piensa, nena. Piensa.  ──La voz de Redgar resonó en el despacho, una mezcla de desafío y guía. Observé el nudo, a él, buscando alguna solución. Su consejo llegó como un faro en la oscuridad: mover las manos hacia la parte más estrecha de mi cuerpo, intentar doblar un brazo hacia arriba… Cada sugerencia un camino potencial hacia la libertad.
La lección no era solo sobre cómo liberarme de las ataduras físicas, sino sobre cómo enfrentarme a situaciones desesperadas. No era únicamente la fuerza bruta la que me liberaría, sino la presencia de mente, la astucia, la capacidad de evaluar una situación y actuar en consecuencia. Las ataduras podían ser un símbolo de cualquier desafío que la vida me arrojara, y Redgar me estaba enseñando, de una manera que nunca olvidaría, que siempre hay una forma de superarlos, siempre y cuando uno esté dispuesto a pensar, adaptarse y actuar.
──Intentaré con todos mis medios protegerte pero si llego a fallar quiero que estés preparada. Quiero que puedas soportar todo lo que seguro te harán, van a amarrarte y van a sacar tus peores demonios para atormentarte. Se utiliza la oscuridad para aterrar, el no poder zafarte de un nudo, te llena de impotencia, la electricidad pone tu cuerpo débil,  las drogas… te hacen suplicar por ellas. Humillarte, y los golpes quiebran el alma… a una mujer se le pueden hacer peores cosas, denigrar es lo peor.
Lo observo.
──¿Lo has hecho?
──En este mundo no hay nada que no haya hecho, Athenea. Soy un demonio que camina por la tierra de los vivos y que con todos sus pecados ha descubierto que existe la redención para él, y eso eres tú. Si llegan a atraparte quiero estés segura de algo, voy quemar el mundo entero por encontrarte y voy a matar a todo aquel que intenté impedirme llegar a ti. ¿Lo entiendes?
──Si. Lo sé.
──Jura que me crees.
──Lo juro.
──Necesito que lo creas. Porque la mente te jugará sucio. Creerás que estás sola pero no es así, yo voy a estar haciendo hasta lo imposible por ti. Convéncete de ello. Sigamos.
Sigo sus instrucciones.
──Si tienes las manos amarradas sobre el torso o a los costados, debes mover las manos hasta que se ubiquen en la parte más estrecha de tu cuerpo por ejemplo, directamente delante de ti. Las cuerdas se aflojarán en este punto y lograrás deslizarte para escapar. Si tus brazos están pegados al estómago, el pecho o el torso, debes doblar un brazo hacia arriba para tratar de levantar las ataduras. Si la cuerda está suelta, puedes deslizarla sobre tu cabeza.  Existen mil formas aprenderás y practicaremos las más comunes. ──dice arrodillándose frente a mi. Sus dedos rozan los míos ──. Desátate, Nena.
Aprender no será fácil pero no existe nada imposible para mí.
Nada. 
Mis manos arden pero no pienso desistir. No lo haré.






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