capítulo 25

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Capítulo 25
Athenea Jones
Una verdad.



No entendía muy bien a que se refería con arder con él, pero estaba segura de que no tardaría mucho en descubrir a qué se refería con ello. Él salió de la habitación para darme un tiempo a solas y pensar según él, con lógica.
Me encuentro de pie en el centro de la lujosa habitación de Redgar, rodeada por la opulencia de terciopelos y dorados que parecen susurrar historias de un linaje antiguo y poderoso. Las paredes, adornadas con tapices que relatan leyendas y batallas, me observan en silencio, como si quisieran desentrañar mis miedos más profundos. En un rincón, la chimenea crujiente lanza sombras danzantes que juegan entre la luz y la oscuridad, un eco de la dualidad que he visto en los ojos de él…
El callejón aún late en mi memoria, un recuerdo marcado por el temblor de mi propio pulso. La lógica grita que debería huir, que debería correr lejos de la sombra que Redgar proyecta sobre mi existencia. Él es un enigma, un nocturno guardián cuya alma parece bañarse en penumbras. Y sin embargo, aquí estoy, paralizada no por el miedo, sino por un sentimiento que me desarma y reconstruye con cada latido del corazón.
En él descubro una seguridad que contradice todo peligro. Es un santuario oscuro, pero aún así, el único en el que mi corazón, contra toda lógica, decide descansar. Alguna fuerza invisible, un lazo que no entiende de razones, me ata a este lugar, a su lado.
Hay algo en su forma de protegerme, en su promesa silenciosa de que quemaría el mundo para salvaguardarme, que despierta un fuego propio en mi interior. ¿Cómo puede hacerme sentir tan a salvo aquel que incita el caos en las llamas de mi mente? ¿Qué es este torbellino de emociones que me empuja hacia él, aún sabiendo que podría perderme en su abismo?
Decido finalmente salir de la habitación, buscando esa sensación de seguridad que él me proporciona, ruidos, voces y pasos… es una mansión concurrida. Su imagen proyecta exactamente la inmensidad de su mansión, Cada paso que doy por la vastedad de esta mansión es un eco de mi conflicto interno. Avanzo por pasillos que parecen extenderse infinitamente, como el laberinto de mis propios pensamientos. Y a pesar de que cada susurro de mi conciencia me insta a alejarme, a salvarme, me encuentro buscando su presencia, anhelando ese peligroso consuelo que solo Redgar parece ofrecer.
Sé que debería irme. Sé que cada momento bajo su techo es un paso más en un territorio prohibido y desconocido. Pero aquí, en el ojo de la tormenta, en el corazón de su mundo, es donde, incomprensiblemente, encuentro la paz en medio de la turbulencia. Y aunque el callejón me persigue, la firmeza de su protección me envuelve. Con él, el miedo se transforma en un extraño tipo de libertad.
¿Es este el precio de la seguridad, el calor en la frialdad de la soledad que conocía antes? ¿Es esto amor, o es simplemente una ilusión tejida por la necesidad de sentirme a salvo? No tengo las respuestas, pero sé que, por ahora, elijo quedarme en la inmensa mansión de Redgar, en el ojo de mi tormenta personal.
Me detengo de golpe al notar en la distancia a una mujer esbelta en finos tacones de marca con medias negras que van sujetas a un ligero que puede verse notarse debido a lo corta de su falda, es un traje muy peculiar para alguien que trabaje de aseo.
Ella posa sus ojos en mi, su mirada me recorre como si fuese ese bicho raro que ha entrado a su casa a perturbar la paz que yacia hace tiempo. Es llamada en la distancia y sale sin pensarlo dos veces, siendo fiel obediente al mandato que acaba de dársele.
Acelero mi paso por los finos pisos hasta que llego a una inmensa puerta blanca con leonés en relieves en esta, la puerta se abre e intento huir pero no tengo tiempo nada, mis pensamientos quedan atrás ahora mismos unos ojos oscuros me observan, no me recorre y parece no asombrarse al verme.
──Señorita. Buenas tardes…
──Haz que pase, Tony. ──Se escucha al fondo. ──. Y recuerda lo que te pedí.
──Si, jefe. Pasé… ──susurra haciéndose a un lado.
Mi memoria parece reconocerlo, incluso el tono de su voz se me hace familiar pero aún no ubico exactamente donde eso pasó. Respiro hondo antes de entrar al despacho, un santuario privado donde muy pocos deben haber tenido el privilegio de pisar. El click suave de la puerta al cerrarse detrás de mí resuena como un eco, estableciendo un silencio que de inmediato es reemplazado por el sonido de su voz.
──Adelante, Athenea. ──su tono no es una orden, sino una invitación cubierta de misterio.
Al avanzar, mis ojos recorren la habitación, captando destellos de luz que bailan sobre marcos dorados y superficies pulidas. Obras de arte adornan cada pared, y esculturas de formas y figuras incomprensibles parecen susurrar historias de poder y triunfo. Cada objeto, cada libro en los estantes, cada pieza de este lugar, exhala una historia, un secreto.
Pero es él, en medio de esta cápsula del tiempo y el arte, quien captura toda mi atención.
Redgar se encuentra de pie frente a una ventana amplia, que filtra la luz atenuada de un sol poniente. Su figura se recorta contra la luz, un hombre que parece sostener el peso de un mundo que sólo él entiende. Su traje gris, perfectamente tallado para enmarcar su contorno, habla de su elegancia innata y de su necesidad de control. Control sobre sí mismo, sobre su mundo… ¿sobre mí?
──¿Cómo te sientes? ── su voz es cálida y serena, pero en sus ojos hay algo más, un brillo profundo que no se atreve a mostrar del todo.
Me invita a sentarme en una silla de cuero que parece más un trono que un asiento. Asiento, aún perpleja, aún intentando leer los pliegues de su rostro, esos signos discretos de lo que realmente planea.
──Un poco aturdida, aún.
──Lo imagino. ──No se inmuta, permanece de pie mirándome.
──¿Quién era él…? ──Entiende que me refiero al tipo que salió hace rato.
──Tony, mi seguridad y hombre de confianza.
──¿Él me ha vigilado?
──No. Él fue quien nos trajo a la mansión anoche.
Las recuerdos vuelven, lo veo conduciendo y hablando muy tranquilo con Redgar.
──Ya lo recuerdo.
──¿Quieres irte a casa, Athenea?
Su pregunta me toma por sorpresa, pero la seriedad de su rostro me dice que es algo importante para él saberlo.
──¿Quieres que me vaya? ──No se porqué le respondo con otra pregunta, y lo peor es mi atrevimiento.
Sonríe.
──No te imaginas si quiera la batalla interna que estoy teniendo en estos momentos. ──comienza, su mirada clavándose en la mía. No hay rodeos en su voz, ninguna dulzura. ──. Primero quiero que entiendas algo, ¿En qué crees que trabajo?
La pregunta cuelga en el aire, una ofrenda de sinceridad o quizás una trampa. He notado el aire de autoridad que lo sigue. He visto la sombra de poder que se extiende más allá de los confines de esta mansión, y el lujo que baña cada rincón de su vida.
──Creo… Creo que trabajas para alguien peligroso. ──mi voz es un susurro que apenas se atreve a romper el silencio.
Su sonrisa es suave, pero no alcanza a tocar sus ojos.
──Y si te dijera que yo soy ese alguien peligroso.
El mundo se detiene. La revelación cae entre nosotros, un velo levantado que ahora muestra la cruda realidad. La verdad de su poder, la esencia de su dominio, la raíz de mi miedo. Siempre supe que había oscuridad en él, pero ahora esa oscuridad tenía un nombre, una forma.
Su confesión abre un abismo ante mí, una elección entre huir hacia la seguridad de la ignorancia o sumergirme en la peligrosa profundidad de su mundo. Y mientras las sombras de la noche comienzan a llenar la habitación, una parte de mí sabe que ya es demasiado tarde para retroceder.
──Soy líder de la mafia Irlandesa. Me conocen como Red, en mi mundo, en un mundo donde la sangre corre como agua y donde la oscuridad es nuestro día más soleado. Lo que soy, no va de la mano con lo que eres…


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