Capítulo XXVII

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Todo el mundo grita, retrocede y levantan flechas en mi dirección cuando Balaur aterriza frente al castillo de los Frey.

Suelta un rugido ensordecedor que hace que todos menos nuestros hombres retrocedan, luciendo como si estuvieran a dos segundos de orinarse en los pantalones por ver a la enorme bestia. Una que nadie ha visto en años.

Mi dragón no está feliz de estar aquí, y estoy segura de que si no fuera tan orgulloso ni siquiera me habría traído.

—Gīda—ordeno, palmeando su piel antes de bajar, pisando con seguridad cada cuerda que sirve como escalera

Uno de los hombres me lanza una mirada lujuriosa, pero Balaur le gruñe mostrándole sus afilados dientes más grandes que una espada y eso lo hace mirar a otro lado.

Río, encaminándome a Robb, que me ofrece su brazo.

—¿Tiene hambre o es uno de sus berrinches?—pregunta mirando al dragón que menea su cabeza de un lado a otro antes de recostarse

—Ambos, saldré a alimentarlo cuando los soldados maten a los corderos—me encojo de hombros y asiente, con su madre siguiéndonos un pasó detrás con Edmure a su lado—. ¿Seguro que desea esta boda?—lo miro

—Un hombre cumple con su deber, majestad—es todo lo que dice y me encojo de hombros

Las puertas se abren para nosotros y casi frunzo el ceño con disgusto ante el olor a cebolla y hierro que hay dentro del salón.

Grey Wind camina del otro lado de Robb. «No he tenido tiempo para llevarme bien con ese lobo, pero al menos no ha intentado matarme ni me gruñe»

—Mis honorables invitados—dice Lord Frey cuando llegamos frente a él—. Sean bienvenidos a mi morada y a mi mesa. Les extiendo mi hospitalidad y protección bajo la luz de los siete.

Rechazo la comida que me extienden, pero Robb y el resto toman un poco. «Conozco las tradiciones y reglas, pero dudo que un plato de comida asegure que no van a matarnos»

—Le agradecemos su hospitalidad, mi lord—habla mi esposo—. He venido a pedir disculpas, mi lord. Y a suplicar su perdón.

¿Suplicar? No me habló de esto.

Los reyes no suplican. Por mucho que respeten a los lores, los reyes nunca suplican.

—No suplique mi perdón, majestad—alza la voz Lord Frey—. No fue a mi a quién despreció, fue a mis hijas.

Una fila de mujeres, pelirrojas y castañas, entra al salón y se paran cerca de nosotros.

—Una se suponía que sería reina, ahora ninguna lo será—dice y señala a las castañas—. Ella es Arwyen, mi hija, mi hija Walda, mi hija Derwa... mi hija Waldra—presenta—. Ellas son mis nietas; Ginia y Neila; Serra y Sarra—las pelirrojas bajan la cabeza—, también nietas, gemelas.

»Pudo tener a cualquiera. O a las dos, para lo que me importa—resopla y sigue—. Mi nieta Marianne, mi nieta Freya, mi nieta... ¿Wertha?—la rubia niega—. ¿Waldra?—vuelve a negar—, ¿Waldina?

Por los dioses.

—Soy Merry—se presenta y aprieto los labios divertida por la situación, pero abrumada por el hecho de que presente a sus hijas como si fueran ganado al que vender.

—Bien—dice su abuelo—. Y mi hija más joven, Shirei—la niña baja la cabeza atemorizada—. Aunque no ha sangrado aún. Claramente no tiene la paciencia para eso.

La detallo y la ira se siembra en mi pecho. «Tendría que morir antes que dejar que ofrecieran a mi hija para una boda. Sobretodo tan joven»

—Mis ladys, todos los hombres deben cumplir su palabra, los reyes mas que nadie—dice Robb—. Prometí casarme con ustedes y rompí esa promesa. La culpa no está en ustedes. Cualquiera sería afortunado de tener a alguna.

The queen of fire and ice [Robb Stark]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora