Victoria Eberhardt, hija del legendario cinco veces campeón del mundo Andreas Eberhardt, ha crecido en el vertiginoso mundo de la Fórmula 1. Desde su temprana infancia, ha estado rodeada por el sonido ensordecedor de los motores, el olor a gasolina...
No estaba convencida del todo de pasar el principio de las Navidades en los Países Bajos, pero prefería acompañar a Max a que viniera solo.
Sabía que era la primera vez en años que pasaría las fiestas con su familia, así que sabía lo importante que era este momento para él.
Estaba un poco nerviosa por conocer a su madre, ya que era la única de su vínculo más cercano que no había conocido. He de decir que me tranquilizaba un poco que Eveline también estuviera en la cena.
Estábamos paseando por el centro de Ámsterdam, que estaba prácticamente vacío. Había llovido, hacía frío y apenas quedaban unas horas para Noche Buena.
El aire frío se colaba por mis mejillas, así que ajusté mi bufanda alrededor de mi cuello, tratando de cubrirme un poco la cara.
Me había sorprendido por las casas altas y estrechas que se alzaban a nuestro alrededor, todas decoradas con guirnaldas, coronas y brillantes luces que iluminaban las calles.
Únicamente había venido a Holanda para el Gran Premio de Zaanvort, y nunca había hecho turismo por el país.
Max rodeó mis hombros atrayéndome hacía él mientras caminábamos entre las tiendas.
Estábamos buscando un regalo que Max pudiera hacerle a mi padre, se encontraba bastante nervioso por eso.
Mañana pasaríamos Navidad en Londres y quería causar una buena impresión para tratar de arreglar la conversación con papá.
– ¿Un reloj? – propuso.
–Max, no tienes que regalarle nada – le repetí por décima vez –. Y no, tiene demasiados.
–¿Y si le compro un coche?
–Max, estás tonto – lo miré –. ¿Qué se te pasa por la cabeza para pensar en regalarle un coche?
Él se encogió de hombros.
–O una miniatura a escala de uno de los que condujo con Ferrari.
Me alegraba que Max se esforzara, pero no habría nada que impresionara a mi padre.
–Papá tiene uno de esos colgado en la pared del camino al gimnasio de casa.
–Joder – suspiró frustrado – ¿Tú que vas a regalarle?
–Hace un tiempo encontré una caja llena de fotos, así que las he puesto en un álbum.
Max asintió, escuchándome.
Las había encontrado en el salón, detrás de un mueble lleno de libros. Había fotos de cuando mis hermanos y yo éramos pequeños, de papá compitiendo, mamá embarazada, competiciones de karting de Christopher, nuestras graduaciones...
Sobre las siete de la casa decidimos volver al hotel donde nos estábamos alojando. Max lo había preferido a quedarse en casa de sus padres.
En solo media hora nos arreglamos y pusimos rumbo a la casa de Cata, la madre de Max.
Salimos del hotel, con Max al volante y yo en el asiento del copiloto. La atmósfera en el coche es un poco tensa, y puedo sentir que Max está nervioso por encontrarse con su familia. No es ningún secreto que no está exactamente emocionado por pasar tiempo con ellos, especialmente con su padre.
El silencio entre nosotros es incómodo, así que decido romper el hielo.
–¿Estás bien? – le pregunto, mirándolo de reojo.
Max suspira, con sus ojos fijos en la carretera.
–Sí, supongo – responde con una mueca –. Solo espero que salga bien.
–Saldrá bien – trato de animarme, pero no sé si me lo estoy diciendo más a mí misma que a él.
Agarro su mano que se encontraban en una de mis piernas y la acaricio suavemente con mis dedos, intentando calmarlo.
Nos detenemos frente a la casa, una encantadora estructura de ladrillos con un jardín bien cuidado. Max y yo intercambiamos una mirada nerviosa antes de dirigirnos hacia la puerta principal rápidamente, el tiempo había vuelto a empeorar y las primeras gotas propias de una tormenta estaban apareciendo.
Siento una ráfaga de nerviosismo recorriendo mi cuerpo mientras llamo al timbre.
La puerta se abre y nos recibe Cata con una sonrisa cálida.
–¡Hola chicos! ¡Bienvenidos! – nos saluda, abrazando a Max y luego a mí. Su energía positiva ayuda a calmar un poco mis nervios –. Victoria, Max me ha hablado mucho de ti. Es un placer finalmente conocerte.
–El placer es mío, Cata. Gracias por invitarnos.
Max nos presenta formalmente, y Cata nos invita a entrar. La casa está decorada con encanto navideño, y el aroma de la cena que se está preparando en la cocina es delicioso.
Eveline aparece desde el salón y nos saluda con entusiasmo. Su calidez me reconforta, y devuelvo su saludo con una sonrisa propia.
Entonces, noto la presencia del padre de Max, que está de pie en un rincón de la sala.
–Vic, ya conocías a mi padre, ¿Verdad? – pregunta Max, rompiendo el hielo mientras entramos
Supongo que lo preguntaría por pasar tanto tiempo en el paddock.
Mi corazón da un vuelco al encontrarme con la mirada seria de Jan, el padre de Max. Asiento con una sonrisa forzada, tratando de ocultar la incomodidad que siento en su presencia.
–Claro, nos conocemos – respondo con un tono educado, tratando de mantener la compostura.
–Un placer verte de nuevo, Victoria – dice Jan con una voz fría, estrechando mi mano con firmeza.
No puedo evitar sentir una oleada de tensión entre nosotros, recordando las disputas pasadas que hemos tenido.
Claro que no le encanta volver a verme, y preferiría cien veces más que no estuviera allí.
Mientras nos sentamos a cenar, no puedo evitar comparar la atmósfera con la que crecí en mi propia familia con la que estoy experimentando ahora con la familia de Max.
En mi familia, las cenas son siempre un momento de alegría y conexión. Nos sentábamos juntos alrededor de la mesa, compartiendo risas y anécdotas, y siempre había una sensación palpable de cariño y apoyo mutuo.
Sin embargo, aquí en la casa de Max, es notablemente diferente. A pesar de los esfuerzos de Cata y Eveline por mantener conversaciones animadas, puedo sentir la tensión debajo de la superficie.
Las interacciones entre Max y su padre son especialmente tensas, y parece haber una falta general de cercanía y calidez en el ambiente.
Me encuentro anhelando la familiaridad reconfortante de mi propia familia, donde todos se tratan con amor y respeto, y donde las diferencias se resuelven a través del diálogo y la comprensión.
Cuando estamos por los postres, Jan decide hablar por primera vez en toda la cena.
–Victoria, tengo curiosidad. ¿Cómo es que una persona como tú termina con mi hijo?
Su pregunta me toma por sorpresa, y puedo sentir la tensión en el aire aumentar instantáneamente. Escucho la cucharita que Max tenía en mano caer en el pequeño plato donde se encontraba una porción de tarta.
Trago saliva nerviosamente antes de responder, tratando de mantener la compostura.
–Bueno, supongo que Max y yo nos complementamos de ciertas maneras – digo con cautela, tratando de evitar una confrontación directa –. Max es increíble. Tiene muchas cualidades maravillosas que admiro y valoro.
Noto la mirada de Cata hacia su exmarido, seguramente furiosa por lo que acaba de preguntar. Agarro la mano de mi novio por debajo de la mesa y la aprieto ligeramente.
–¿Y qué planes tienes para tu futuro? ¿O simplemente estás esperando a que Max te mantenga? – dice Jan, con un tono de desaprobación evidente en su voz.
La pregunta me golpea como un puñetazo en el estómago, y siento que el color se me sube a las mejillas por la vergüenza y la indignación. Trago saliva, tratando de encontrar las palabras adecuadas para responder sin perder la compostura.
–Respeto su curiosidad, pero tengo mis propias metas y aspiraciones – respondo con firmeza.
Trato de mantener la calma a pesar de mi creciente incomodidad.
–Soy una persona independiente y trabajo duro para alcanzar mis objetivos, estoy estudiando y pienso graduarme y trabajar de ello.
–¿Independiente? – juzga –. Ha llegado a mis oídos que estás viviendo en Niza, y que el apartamento te lo paga tu padre, igual que el bonito coche que conduces y miles de cosas más.
–Tengo la suerte de que a mi padre no le suponga un problema financiarme las cosas, él me quiere, me respeta, y como todo padre debería hacer siempre busca lo mejor para mí, mi felicidad y mi comodidad – contesto, manteniendo la compostura – si no pudiera permitírselo o no quisiera pagármelo, me lo hubiera hecho saber.
–¿Y estudiar Historia tiene muchas salidas? – cambia de tema al momento.
–Las suficientes que necesito – no entro en muchos detalles, porque sé que diga lo que diga abrirá la boca para juzgarme.
–Está bien, pero espero que no estés planeando depender de él para todo, y asegúrate de no distraer a Max de sus propias responsabilidades.
– ¿Puedes dejar de hablar así de ella? Vic no tiene nada que ver con tus problemas conmigo.
Max, por primera vez en un largo rato, interviene.
–¿Y qué sabes tú de quién es ella realmente? No es como si la conocieras bien. Solo estás encaprichado con ella porque es la hija de un gran piloto. Pero eso no la convierte en alguien digna de ti.
– ¡Eso es ridículo! Victoria es una persona increíble, y yo la amo. No necesito tu aprobación para estar con ella.
–Puede que no necesites mi aprobación, pero sé lo que es mejor para ti. ¿Realmente crees que ella está a la altura de tu carrera, de tus logros?
–¿Por qué tienes que arruinar cada reunión familiar con tu actitud? – Max se ve agotado de revivir situaciones como estas constantemente, y lo entiendo.
–Yo no arruino nada, Max. Simplemente, digo las cosas como son.
–No, tú simplemente te empeñas en despreciar todo lo que yo hago, solo porque no puedes aceptar que haya superado tus expectativas en la pista.
–Oh, claro, ¿y qué hay de Victoria? ¿Crees que es adecuada para ti? Mírala – me señala – solo tiene veinte años, apenas es una niña.
–¡Es suficiente! – Max se levanta de su silla, notablemente cabreado –No tienes ni idea de lo que siento por Victoria. Estoy harto de esto. Todos nos quedamos en silencio, mirando a Max con sorpresa. Ni siquiera Jan parece saber qué decir.
Mis manos se aprietan en mi regazo, sintiendo la incomodidad del ambiente pesar sobre mis hombros. Cada palabra cortante intercambiada entre los dos hombres se clava en mi pecho como una daga, haciéndome sentir atrapada en medio de su enfrentamiento.
El tono agresivo y las miradas llenas de resentimiento me hacen sentir como si estuviera en un campo de batalla emocional. Cierro los ojos por un momento, tratando de bloquear el ruido de la pelea, pero es inútil. La tensión en el aire es palpable, y puedo sentir mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho mientras luchó por mantener la compostura.
Cada vez que Max defiende mi honor, siento un nudo en la garganta, agradecida pero también angustiada por ser el centro de la confrontación. Quiero intervenir, quiero calmar las aguas, pero las palabras se atascan en mi garganta, ahogadas por el miedo a empeorar las cosas.
Max se dirige escaleras arriba, y me disculpo con Cata y Eveline, quienes me intentan dar una sonrisa, para seguirlo.
Al llegar al piso de arriba, encuentro a Max parado en el pasillo, con los puños apretados y la mandíbula tensa. Su mirada está perdida en el vacío, como si estuviera luchando contra una tormenta interna de emociones.
–Max – susurro suavemente, acercándome a él con cautela – ¿Estás bien?
Él se gira hacia mí, su expresión suavizándose ligeramente al verme.
– Lo siento, Victoria – murmura, su voz cargada de pesar.
Pero antes de que pueda responder, me abraza con fuerza, como si estuviera aferrándose a mí como a un ancla en medio de la tormenta. Me aferró a él con la misma intensidad, sintiendo el latido de su corazón contra el mío.
–No importa – le digo con voz suave, tratando de transmitirle todo mi apoyo y amor en ese simple gesto –. Estoy aquí contigo, pase lo que pase.
Después de un momento, Max se aparta ligeramente, sus ojos buscando los míos con intensidad.
–Gracias, Victoria – murmura, con un pequeño destello de gratitud en su mirada –. No sé qué haría sin ti.
Sonrío suavemente, sintiendo un cálido hormigueo de amor y complicidad entre nosotros.
–Siempre estaré aquí para ti, Max. Siempre.
Para nuestra mala suerte, la tormenta había aumentado y Cata había insistido en que nos quedáramos a dormir, porque podía ser peligroso. Aunque mañana tuviéramos que volar a primera hora, aceptamos.
Me permití observar la habitación de Max.
Es un lugar pequeño, pero acogedor, con una cama en el medio y un montón de estanterías llenas de cosas. Las paredes están cubiertas de fotos de Max cuando era un niño, montando en karts y ganando carreras con una sonrisa de oreja a oreja.
Las estanterías están a tope de trofeos brillantes que Max ha ganado a lo largo de los años, desde sus días en el karting hasta sus éxitos en la Fórmula 1. Hay una bandera a cuadros colgada en una esquina, firmada por Dios sabe quién.
Después de cambiarme, mis ojos vagan por la habitación de Max y se detienen en un rincón donde veo una colección de pósteres de pilotos retirados de la Fórmula 1. Entre todos esos rostros conocidos, uno en particular me llama la atención: el de mi padre.
Al ver su imagen, una sonrisa se forma en mi rostro. Es extraño verlo así, en un póster, cuando lo tengo tan presente en mi vida. Recuerdo los días en que me llevaba al circuito, su entusiasmo contagioso mientras compartía sus historias y conocimientos sobre el mundo de las carreras. Era como si cada carrera fuera una lección de vida.
Sentirme rodeada por su presencia, aunque fuera a través de un pedazo de papel, me llena de calidez y gratitud. Me recuerda lo afortunada que soy de tenerlo en mi vida, no solo como mi padre, sino como mi mentor y mi amigo.
Una oleada de orgullo me embarga al recordar sus logros en la pista, su valentía y su habilidad al volante. Es un recordatorio de todo lo que ha hecho y de todo lo que significa para mí.
Max regresa a la habitación y se acurruca a mi lado, apoyando su cabeza en mi pecho, mientras yo acaricio su cabello un tanto desordenado.
Max deja suaves besos en mi pecho, por encima de la tela de mi pijama que hace que apenas los note, pero me resulta un gesto de lo más adorable. Sube un poco, encontrándose con la piel sin tapar de mi cuello, el cual besa sin pensárselo.
Se mueve un poco, quedando encima de mí, y después de mirarme con un brillo que iluminaria toda la habitación, me besa.
Me besa con ganas, tratando de quitar toda la furia que lleva acumulada. Max pasa una de sus manos por mi cuerpo, recorriéndolo y acariciándolo con sus dedos.
Llega a la goma de mi pantalón y cuela su mano por ahí, pero lo detengo.
–Max... – murmuro, rompiendo el beso.
Se separa ligeramente y me mira, esperando a que continúe.
–No me siento muy cómoda con el póster de mi padre a mi lado.
Él se gira, mirando hacia la pared en el que se encuentra colgado, y deja salir una risa antes de tumbarse a mi lado y volver a acurrucarse.
––– VICTORIA'S INSTAGRAM –––
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