II

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Una de las cosas que Illyria más detestaba en la existencia, era limpiar el sótano. Era una actividad periódica, se hacía casi como un ritual, a finales de cada mes; la madre de Link decía que idealmente debía hacerse incluso más veces al mes, para evitar la acumulación de plagas y el crecimiento de hongos en la comida que guardaban. Pero ya fuera por consideración a la pobre joven, o que se le olvidara, la tarea quedaba relegada siempre.

Pasó saliva mientras bajaba las chirreantes escaleras de madera vieja, cubeta en mano y escoba en brazo, mirando con terror las telarañas que se habían formado en el techo.

—Vamos, vamos, Illy, las arañas no se quitan solas si solo las miras —le decía la madre de Link, recogiendo su melena rubia en un moño y moviendo con su fuerza los barriles y sacos de trigo en los rincones, lista para barrerlos.

Illyria solo asintió y asió su escoba con fuerza, acercándose hacia una de las telarañas más pequeñas del techo, solo para descolorarse al encontrar una araña que juraría era del tamaño de su puño cerrado. Café, patona, con motitas rojas. Se tragó un chillido bien agudo, especialmente cuando sintió que la araña se movía hacia a ella, seguramente habiéndola detectado. Podría soportar saltamontes, sapos, libélulas, mariposas y otros insectos que hasta impresión le causaban. Pero las arañas no. Arañas. No.

Tomó fuerza, cerró los ojos, le rezó a la diosa Hylia, a la diosa Farore que le dieran fuerza, o mejor, que algo, alguien, lo que fuera, pero que la sacaran de ahí mismo.

Justo cuando acercaba la escoba, tiritante y trémula, lista para atizar al pobre insecto, posándola justo por encima, con el cuerpo bien reclinado hacia atrás y las dos manos en el mango, fue que escuchó su salvación:

—¡Mamá! ¡Illyria! ¡Volví!

Abrió los ojos, alzó las orejas, estampó la escoba contra la araña sin pensarlo. La dejó caer, sin importarle que la araña no había quedado ni medio muerta y que había salido corriendo, medio coja, por al lado de sus pies descalzos. La mujer levantó la vista por igual, en dirección a la puerta del sótano.

—¡Es Link! —jadeó ella, echándose a correr en dirección a las escaleras, casi tropezándose con ellas.

Salió del sótano, el repentino cambio de iluminación quiso cegarla, pero ni siquiera así pudo impedir que distinguiera la silueta de Link, posado justo en la entrada de la casa, con su alargada valija de madera colgando de la mano. Illyria se contagió de su sonrisa con solo verlo, al momento en que salió corriendo en dirección suya.

—¡Link! —le saludó, con una risa de emoción, echándose a sus brazos sin cuidado, haciéndole soltar su maleta y girar sobre su eje para evitar caer. La apretó con la misma fuerza y exhaló una risa igual de contenta en su oreja.

—Illy...

—¡Has vuelto! ¡Te tardaste dos días de más! —dijo ella, despegando se apenas de él, para reclamarle—. Pensé que ya no vendrías... Me dejaste sola en los días más pesados de la limpieza.

—Lo siento, lo siento —se rascó la nuca, viendo con gracia como ella le miraba en manera de reproche. En el fondo, vio a su madre salir del sótano, por igual, viéndole sonriente, con las manos en jarras.

Illyria se apartó, aún con una sonrisa, para permitirle a su amigo ir hacia ella. Se saludaron con afectuosidad.

—¿No ha vuelto tu padre contigo? —preguntó la rubia mujer, mirando a los alrededores. En la carta que les había enviado, había avisado su regreso de la guardia real junto a su hijo.

—No, se ha quedado unos días más en la ciudadela por... un asunto... —informó Link, mirando fugazmente a Illyria, que había levantado las cejas con sorpresa.

Pertenecientes || BotW LinkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora