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—¡No, Link, huye, te lo ruego! ¡Salva tu vida!

Aún tambaleando, con la cabeza zumbándole y el cuerpo tan pesado, él pasó saliva y buscó poner en balance su cuerpo. Afianzó su espada y exhaló apenas un bufido cuando uno de los tantos guardianes mecánicos que tenían frente a ellos lo detectó y le atrapó con la mirada. Respiró con dificultad. Las heridas le ardían, el todo le sangraba. Pero ni siquiera aunque la princesa volvió a rogarle que se fuera, él pensó en desistir.

«No.», respondió en su mente con fiereza. Nunca se iría, jamás la abandonaría. El guardián, enorme y cíclope, enfocó su vista en él y de pronto su único ojo se tornó rojo, evidenciando que estaba a punto de atacarlo. Link alzó su mano derecha, que sostenía a la Espada Maestra, listo para desvíar cualquier ataque y proteger a la princesa. Al menos a ella… aunque fuera solo a ella.

Y sin embargo, no tuvo muy claro cómo fue que un resplandor cegó sus ojos, desactivando de inmediato a todos los guardianes de la zona; o cuándo fue que él dejó desfallecer. Aún desde su ángulo, con sus ojos cansados y su cuerpo doliente; incluso entre los filamentos del pastizal de la pradera de Hyrule, pudo verlo. El castillo de Hyrule; ennegreciéndose a cada segundo, envuelto en esa estela roja. Ese era Ganon. Ya lo había tomado.

Casi pudo sentir que vió una cara dibujarse entre esa humareda carmín y negra. Una sonrisa, burlándose de él; de ellos. De todos.

Ella estaba en el castillo. Debía levantarse… debía llegar…

Pero su cuerpo ya no respondía.

La princesa le asió entre sus brazos, de pronto su rostro tan angelical apareció en su visión borrosa. Sus sentidos tan desconectados que ya ni siquiera pudo discernir el tacto de Zelda de entre las oleadas de escozor y picor de sus magulladuras. Lo único que vió nítidamente, fueron sus ojos verdes. Lacrimosos. Le recordaban a los de alguien. Él mismo tuvo ganas de llorar, al no poder decir nada. No poder hacer nada. 

«¿Es así como moriré?» pensó, apenas pudiendo mantener los ojos abiertos, aferrándose a sus fuerzas. 

—Link, por favor, por favor resiste… —la escuchó hablarle, pero su voz sonaba lejana, difusa.

No podía terminar así. Con la princesa siendo víctima de su mediocridad; de su incapacidad para cumplir su rol. Recordaba sus lamentos frescos como si recién hubiera ella acabado de llorar en su pecho, en la arboleda. La princesa se juzgaba y se culpaba por la forma en que Ganon los había humillado. Pero el verdadero y el único culpable era él.

Quiso consolar sus lágrimas cuando volvió a sentir mojado su pecho. Pero ni siquiera para eso pudo alzar la mano. Odiaba verla sufrir así, con lo mucho que ella se había esforzado. Y pensó en los campeones; en sus horribles destinos. En sus padres…  Y en ella. No abandonaba su mente ni en ese momento, pero ahora pensarla era triste, más que reconfortante.

Pensó en cómo no volvería a verla. Y lo que le tocaría enfrentar, defendiendo la ciudadela. Tan solo deseaba… que sobreviviera… 

Zelda volvió a encarnar su visión cuando volvió sus ojos entreabiertos hacia ella. Vió su cabello rubio, desmelenado, su cuerpo arañado y sucio de tanto correr y tanto luchar. Le había fallado.

Cerró los ojos, rindiéndose en contra de su voluntad. El ruido de los guardianes a lo lejos, aún acechando, aún perturbando hasta sus últimos  segundos de consciencia. Así como el llanto angustiado de la princesa y el peso de su abrazo sobre su cuerpo.

—¡No, Link! ¡No me dejes, por favor! 

«No te vayas…»

«Eres nuestra última esperanza…»

Pertenecientes || BotW LinkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora