Luego de un año entero de preparación, tomando su tiempo, fortaleciéndose y con la intención de poner su destino sobre sus hombros, Link está listo para recoger la llave fundamental que le guiará en pos de sus metas: la Espada Maestra. Aquella que r...
Memorias rotas e inconcisas reproduciéndose en su mente aún bajo el sol llameante del desierto de Gerudo. Como una obra de teatro que se llevaba a cabo en el fondo, en segundo plano. A cada paso, el calor escaldaba la piel con más vehemencia, ardía, y los pies se le comenzaban a cansar de tan pesado que era trotar por la arena. Pero las memorias no paraban. De alguna forma se sentían inherentes a su persona, pero pertenecían a ese vacío en su mente; esa laguna incolora que representaba los huecos de su entendimiento.
Hacía tiempo que creía haber dejado atrás esa sensación, luego de haber recuperado aquellos recuerdos sobre su vida como campeón, con la princesa o en la guardia. Pero como todo, siempre parecía haber algo nuevo de su persona para descubrir. Nunca se dejaba de desconcertar a sí mismo.
Aprovechando —o tal vez incluso desaprovechando— su largo viaje, repasaba también las palabras de Impa. Los cambios eran difíciles de aceptar, difíciles de creer. Pero según esa versión, siempre hubo un rol que hizo falta, durante el cataclismo.
«... pues del héroe y la..., la vidente y el héroe, su unión es eterna. Como los lazos que los unen, los pertenecientes de Farore, de corazones compartidos, así como el cometido... ».
Siempre estuvo destinado a trabajar con alguien más, además de la princesa. ¿Significaba eso, que nunca debió luchar solo contra el cataclismo? frunció el entrecejo entre pensamientos. El clima desértico no ayudaba en su humor, pero hacía lo que podía para tranquilizarse y no desbordarse. Ya tendría tiempo para preguntar lo que hiciera falta. Aunque no podía evitar preguntarse cómo habrían sido las cosas en caso de haberlo sabido, de haber tenido un apoyo directo. Si las cosas hubieran sido diferentes... si hubieran podido vencer a Ganon...
Y esa chica... danzaba por su mente con la misma lucidez que el fulgor de una luciérnaga; intermitente, difícil de esclarecer, inconstante. Recordaba su rostro, mientras más lo pensaba, más lo sentía. La había conocido en el pasado, antes del cataclismo, antes incluso de vivir en la ciudadela, de ser soldado. Su presencia databa mucho antes de lo que podía siquiera explicarse. ¿Pero cómo...? ¿Cómo había sobrevivido? ¿Realmente se trataba de la misma persona que iba y venía en sus recuerdos?
Había tantas dudas y tan pocas respuestas en la situación. Lo único que tenía claro, era que debía seguir su camino hasta llegar a la guarida. Había tenido un poco de tiempo para planear sus pasos y conseguir los materiales necesarios para efectuar ese... secuestro. Casi amilanó el paso al pensarlo de esa manera, pero no era momento de detenerse a pensar en cuestiones morales. El deber era el deber.
Lo único que continuaba dándole vueltas por la cabeza era ese rostro inmaculado y ese cabello rojo como el granate. Lo recordaba, como si estuviera frente suyo, como si lo hubiera visto el día anterior, como si pudiera tocarlo. Como si fuera importante para él.
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Ella mordió su labio, luego lo relamió, inquieta. Sintió las ansias, la emoción, subirle por las extremidades. O tal vez era esa extraña sensación que le recorría cuando sostenía esa espada.