Finalmente, después de tantas cansadas e insoportables horas, y justo cuando el gallo ya estaba a punto de cacarear, se dio por concluida la extravagante ceremonia, saliendo del palacete para despedir a la gran cantidad de invitados desde la cima de las escaleras que llevaban a la entrada principal, teniendo una vista privilegiada de los enormes, coloridos y cuidados jardines que rodeaban la mansión.
El bailarín, con un fuerte dolor en sus pies provocado por la cantidad de tiempo que había pasado de pie esa noche, se mantenía al lado de su dueño, recto y con un gesto serio en su rostro, notando la fina brisa mañanera acariciarle la cara y los cabellos mientras que el anfitrión saludaba y agradecía a todo aquel que se marchaba, dándole un cordial apretón de manos y escuchando con gran orgullo los halagos recibidos.
— Espera aquí un momento -le llamó- debo ir a despedir a alguien más -avisó, arreglándose el traje que ya se había arrugado ligeramente.
— Por supuesto, aquí estaré, mi señor.
Accedió, siendo consciente de que no tenía otra opción, mirando sin mucho interés cómo el noble bajaba los peldaños y se dirigía hacia un lujoso coche de caballos con dos personas en su interior.
Su cuerpo se destensó un poco, pudiendo suspirar ahora que nadie le prestaba atención, y sintiéndose libre de abandonar esa faceta indiferente y profesional, echando un vistazo a los alrededores y envidiando, en varios instantes, la ostentosa y cómoda vida que tenían los presentes.
Como si de un imán se tratara, sus ojos fueron, casi inmediatamente, hacia alguien en particular, una mujer de cabellos claros, piel pálida y un voluminoso vestido que resaltaba su fina figura. La observó fijamente durante un rato, estaba quieta, no muy lejos de él, el picor de sus manos por tocar esa formada cintura cada vez se hacía más y más molesto, pero no podía, no debía, su dueño le había dejado claro que no se moviera, y desobedecer sus órdenes podría traerle graves y desagradables consecuencias que no quería sufrir, sin embargo, y a pesar de que su mente intentaba controlarlo y hacerle entrar en razón, sus piernas empezaron a moverse solas en aquella dirección, bajando los escalones uno a uno y llegando a ella en cuestión de segundos, posicionándose a sus espaldas y aclarando suavemente la garganta para que se percatara de su presencia sin sobresaltarse demasiado.
— Buenas noches, señorita -la mencionada se giró, tapándose, al igual que cuando se vieron por primera vez, la mitad de la cara con su blanco abanico- ¿necesita que la ayude a buscar su carruaje?
— Oh -cerró el objeto, sujetándolo con ambas manos y apoyando estas, al mismo tiempo, sobre la acampanada falda- es usted el bailarín, ¿cierto? -su tono de voz al hablar era fino y elegante, resultando algo muy agradable para cualquiera que tuviera el placer de oírla.
— El mismo -puso una sonrisa ladina, mostrándole con felicidad los hoyuelos que decoraban sus mejillas.
— ¿Entonces debería...? -hizo un amago de reverencia.
— No, no, por favor, de hecho soy yo el que tendría que arrodillarme, siento mi falta de respeto -comenzó a agacharse, siguiendo sus palabras, sin quitar el intenso contacto visual.
— Levántese -posó varios dedos sobre su brazo, tratando de ponerlo de nuevo en pie- no se moleste, le puedo asegurar que soy de una clase inferior a la suya, no merezco su consideración.
— Una dama como usted debería obtener el respeto de todo aquel que la rodee.
— Por favor -dejó salir una tímida carcajada por sus oscuros y carnosos labios- al final va a hacer que me lo crea.
— ¿Y podría preguntar el por qué de su presencia en este lugar siendo de una clase distinta al resto?
— Se podría decir que... al igual que usted, me han contratado... -volvió a abrir el abanico, dándose un poco de aire y girando parte de su cuerpo para provocar algo de misterio- la única diferencia es que... yo no bailo tan bien como usted -le guiñó un ojo, aleteando sus largas pestañas.
— Ya veo que es usted una dama muy enigmática -puso un gesto pícaro, siguiendo su juego con aún más interés que antes.
— Y usted un caballero muy adulador.
— ¡Arline! -una tercera persona, de voz femenina y rasposa, irrumpió su conversación desde la distancia- ¡ven aquí ahora mismo, nos vamos ya! -exclamó, generando un cambio brusco en el ánimo de la mencionada.
— Me temo que debo marcharme... -le miró con ojos decepcionados- ha sido un placer.
— ¿Nos volveremos a ver? -la detuvo, sujetando delicadamente su mano.
— Tal vez, todo depende de las preferencias del destino -finalizó, soltándose, sin imponer fuerza, del agarre contrario, dándose la vuelta no sin antes lanzarle un último guiño con picardía.
El bailarín observó, contento de haber logrado su objetivo, cómo la bella dama se alejaba a paso lento, no pudiendo acelerar más por los tacones, contoneando su cadera en una danza hipnótica hasta llegar a una mujer aparentemente mucho más mayor que ella, la cual se había mantenido oculta entre las sombras que le ofrecían los árboles del jardín y bajo un velo oscuro que cubría su rostro al completo.
La joven, al llegar a su altura, hizo un gesto de entregarle algo para, acto seguido, marcharse detrás de la anciana, desapareciendo poco a poco hasta que quedó completamente fuera del campo de visión del hombre.
Sin nada más que hacer en ese lugar, decidió regresar a su posición anterior, a la posición en la que su dueño le había ordenado mantenerse, a la posición donde el anfitrión le esperaba con un gesto molesto en el rostro y ambos brazos cruzados.
— Mi señor... -trató de disculparse, intentando evitar que el miedo se notara en el temblor de su voz.
— ¿Dónde te habías ido?, creí haberte dejado bastante claro que no te movieras -regañó con severidad.
— Discúlpeme, de verdad, yo solo... -miró a su alrededor en busca de alguna excusa que pudiera sacarlo lo más impune posible de esa situación- yo solo estuve socorriendo a una doncella a la que se le había enganchado el vestido.
— ¿Seguro? -se acercó, mirándole fijamente a los ojos en busca de algún signo de mentira.
— Sí, mi señor -se puso firme, regresando a su faceta seria de siempre.
—... De acuerdo... esta vez confiaré en ti... -cedió, no muy convencido de sus palabras- pero que no se vuelva a repetir, si yo te ordeno algo lo haces, porque eres mío, ¿de acuerdo?
— Sí, mi señor.
— Y si no me obedeces ya sabes lo que te toca.
— Sí, mi señor.
— ¿Te ha quedado claro?
— Sí, mi señor.
— Perfecto, pues ya puedes retirarte, has hecho un gran trabajo bailando -le dio un pequeño pero sonoro golpe en la espalda.
— Muchas gracias, mi señor, ha sido un honor -hizo otra reverencia, rezando porque ya fuera la última de esa noche- si necesita algo ya sabe dónde estaré, espero que descanse sin problemas -se despidió, metiéndose en el interior del palacio, tras recibir un asentimiento del mayor, para ir directamente hacia la zona de los dormitorios del servicio, deseando poder dormir profundamente durante las pocas horas que se le permitiera.
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Entre tu lugar y el mío
RomanceUn inocente bailarín de palacio conoce a una joven invitada en una de sus fiestas. ¿Qué hay más allá de las paredes del castillo?, ¿cómo de fácil es enamorarse siendo un esclavo?