Disculpas de insomnio y felicidad

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Al fin, después de varias horas en las que sentía un desagradable nudo en la garganta y una preocupación que apenas le dejaba cerrar los ojos, la vieja y desgastada puerta del dormitorio donde dormía se abrió, dejando ver la reconocible figura de su compañero y amigo, pero descubriendo, en cuanto la luz de la pequeña lamparita que había encendido le iluminó, el mal estado en el que se encontraba.

Todo su oscuro cabello estaba suelto y enredado, haciendo que algunos mechones ocultaran las magulladuras, heridas, arañazos y moretones que tenía en gran parte de su piel, tanto en la que era visible para los otros como para en la que estaba dentro de la sucia y rota ropa, formando en conjunto un aspecto muy deplorable e inaceptable en alguien perteneciente a palacio incluso si de un esclavo se trata.

— ¿¡Qué te ha pasado!? -saltó de su camastro, pisando el suelo y yendo con rapidez hacia él- ¡Dios mío!, ¿¡te han atracado!?, ¿¡quién te ha hecho todo esto!? -palpaba sus cuerpo, comprobando que aquellos daños parecían estar medianamente curados y estabilizados a pesar de aparentar ser recientes, mientras que el bailarín se quedaba completamente quieto, manteniendo una boba sonrisa que parecía estar instalada de forma permanente en sus labios y que sorprendió aún más al caballero.

— Es increíble, Elvin, es maravillosa... -murmuró con la mirada perdida después de unos segundos, andando hacia su colchón para sentarse y notar cómo el mayor hacia lo mismo, observando cada movimiento con notable confusión.

— ¿Fuiste a verla?

— Sí... bueno, en realidad no -pestañeó varias veces, reaccionando, como si volviera al mundo real, para girarse hacia su acompañante y contarle todo lo sucedido con emoción- yo solo fui al pueblo para tomar el aire y dar un paseo, pero unos hombres me asaltaron y empezaron a pegarme, de hecho, casi me matan, pero entonces ella apareció por casualidad y me salvó, Elvin, ella me salvó.

— ¿Cómo que te pegaron? -mascullaba, escuchando su historia anonadado y con numerosas dudas cruzando su mente, pero siendo incapaz de interrumpirle al ver la excitación con la que narraba su aventura.

— Y luego ella hizo un plan para que pudiéramos hablar libremente, y empezó a pegarse, ¡por un momento pensé que se había vuelto loca!, pero resulta que lo tenía todo bajo control, y funcionó, y su dueña, que se llama Victoria y por lo visto es una de las mafiosas más importantes del pueblo, nos dejó estar juntos un rato, fue como un sueño, Elvin, me sentí en las nubes, su cuerpo estaba tan calentito y tenía un aspecto tan delicado... -finalizó, tirándose con alegría a la cama, quedando prácticamente tumbado, mientras recordaba una vez más la ráfaga de sentimientos que había sentido esa noche al estar junto a la muchacha.

— Ehhh... no sé si sentirme feliz por ti o asustarme, pero... por lo menos estás a salvo... así que supongo que me equivoqué con ella... -suspiró, acordándose de cosas mucho más amargas que el moreno, como la intensa discusión que había originado todo aquello- ... Diego... siento haberme peleado así contigo, tienes razón, mi perspectiva es muy diferente a la tuya, yo puedo salir, casarme, tener hijos... tú, sin embargo, estás obligado a una vida de esclavitud... pero es por eso mismo por lo que me asusté, porque, aunque no sea un verdugo de esos, sé los castigos que recibís y... solo de imaginarte lleno de latigazos de nuevo, con toda la espalda chorreando sangre como la última vez... en alguna de esas frías salas de tortura... se me pone un mal cuerpo que... -cerró los ojos, expulsando todo aquello que había estado reflexionando y preparando durante la ausencia del bailarín- ... lo siento... no quiero perder tu amistad, eres un gran hombre, así que ten cuidado, ¿de acuerdo? -se giró hacia él, mirándole por primera vez en toda la charla y dándose cuenta de que este, desde hacía rato, se encontraba profundamente dormido- ... -observó aliviado como descansaba con calma, sintiéndose bastante mejor por haber conseguido soltar todo aquello que le atormentaba y por tenerlo de nuevo a su lado, completamente a salvo, pero apenado por no haber sido escuchado- buenas noches... caballero de la clase baja... -apodó, sin poder evitar poner una sonrisa de ternura al presenciar tal escena.

Sin esperar nada más de parte de su compañero, regresó a su cama, subiéndose ágilmente, como si escalara un árbol, y acomodándose, poniéndose las sábanas por encima para estar lo más a gusto que esa cama tan dura y antigua le permitiera, cerrando ambos párpados para dormir y descansar durante las pocas horas que restaban antes de volver a su puesto de trabajo.

De forma inconsciente, su mente comenzó a dispersarse, desvariando por la ensoñación, que velozmente se había apoderado de su cuerpo, y recordando, a causa de la historia contada por Diego, la época de su juventud donde conoció a su actual esposa.

Recordó con vivacidad el momento en el que se conocieron en la iglesia, con unas cuantas miradas furtivas y pequeñas carcajadas coquetas que enfurecieron al sacerdote y a todos los presentes, recordó cómo se siguieron viendo a pesar de las prohibiciones de sus padres, dos humildes campesinos que, por alguna razón que nunca llegó a descubrir, estaban totalmente en contra de su relación, una relación que rápidamente se fue afianzando y agrandando hasta que una noche de pasión fuera de sus casas, tras escaparse por la ventana, un leve hinchazón en el estómago de la chica algunos meses después y una aterradora amenaza por parte de su suegro, les llevó a prometer su vida, fidelidad y amor frente al altar donde, esos jóvenes indecisos, inexpertos y asustados, vestidos más formales que nunca, se convirtieron en marido y mujer ante las palabras del cura y fueron obligados a estar juntos hasta que la muerte les separara, sin importar las agresivas disputas entre ellos, sin importar las veces que se replanteó huir y dejarles atrás, abandonándoles sin dejar rastro, sin importar el tiempo que llevaba sin verles por su ocupado trabajo que consumía todo su tiempo y energía, preguntándose con ansias cómo estarían, si estarían lidiando con algún problema, cuántas veces habrán enfermado ella y su hijo, que ya debía haber salido de la etapa de la niñez, y si estaban aprovechando correctamente el dinero que, con tanto esfuerzo, les enviaba cada semana, esperanzado de que este cubriera todas sus necesidades y de que, de esa forma, no le odiaran tanto como se odiaba a sí mismo por apenas echarles de menos, por no pensar en ellos salvo en ocasiones puntuales, y por tener el irrespetuoso deseo de no regresar nunca más junto a ellos, con esa familia que no sentía suya y a ese hogar en el que solo generaba problemas y disputas, creyendo, finalmente, que la suya había sido la mejor decisión que podría haber tomado para los tres, al fin y al cabo, era imposible que un antiguo alcohólico fuera un buen padre.

Entre tu lugar y el míoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora