Un papel y un desgastado lápiz de carboncillo fueron los únicos materiales que agarraban para sus diarias escapadas nocturnas. Juntándose siempre en un mismo lugar, el callejón donde empezó todo, para, más tarde, ir dando un agradable paseo hasta llegar a un banco algo alejado del pueblo, oculto entre varios árboles y arbustos que les otorgaban la intimidad que necesitaban para sentirse seguros al lado del contrario, usando como excusa las clases que el bailarín le daba a la dama para que aprendiera a leer y escribir, pero siendo conscientes de que sus ansias por verse iban mucho más allá de unas simples letras.
De forma calmada y paciente, le enseñaba cómo coger el lápiz de una forma cómoda y correcta, siendo el segundo paso el enseñarle a pintar todas y cada una de las letras del abecedario y, acto seguido, leerlas, comenzando a escribir palabras sueltas en cuestión de días y sorprendiendo a su maestro que, a pesar de las llamativas faltas de ortografía que la mujer cometía, se percató de lo rápido que aprendía y de su gran capacidad memorística, pues no cometía un mismo fallo más de una vez.
Sin embargo, no todo en sus encuentros eran conocimientos, sino que también aprovechaban ese cálido ambiente que se generaba entre ellos para desahogarse y contarse cómo había ido su día, sintiendo como poco a poco sus lazos afectivos se estrechaban más y más hasta el punto de juntar sus manos de forma inconsciente durante alguna conversación o, simplemente, quedarse embobado en la hipnótica mirada contraria, dejando que el silencio reinara en la zona hasta que alguno de los dos reaccionaba y continuaban con lo que hacían o decían como si nada hubiera pasado.
Hablaban de sus dueños, de sus compañeros, del sitio donde vivían, de los sueños que tenían pero que desgraciadamente nunca cumplirían, las cosas que odiaban y las que temían, sus buenas y malas experiencias y lo agradecidos que estaban el uno con el otro por darle, con su mera presencia, un descanso a su ajetreada e infernal vida.
Con el pasar del tiempo, llegaron a tal nivel de confianza en el que se atrevieron a contarse mutuamente cómo llegaron ahí, cómo llegaron a estar atrapados, sin siquiera poderlo elegir, en una "clase social" que les hacía ser, a ojos del resto, la peor y las más asquerosas de las escorias, pues ni siquiera eran considerados como personas en muchos casos.
Empezaron con la historia de una bebé, nacida en un entorno de oscuridad y prostitución, con una madre esclava que no tenía tiempo para ocuparse de ella y con un padre, ya casado con otra mujer, cuya única aportación fueron las 70 monedas dadas por el servicio prestado. Esta criatura fue creciendo hasta convertirse en una bella niña, observando ya a su temprana edad la locura de su madre y lo desesperada que estaba por salir de aquel lugar hasta que, un día, desapareció, se le perdió el rastro y nadie volvió a saber de ella hasta que encontraron un cadáver, con sus mismos rasgos en las afueras del pueblo, dejando vía libre para que Victoria, que se autoproclamó dueña de la infante desde que nació, le exigiera y amenazara, con apenas 12 años, para que siguiera con el legado de su madre y empezara a hacer servicios "aprovechando al máximo su juventud". Cuando ella se negaba o alguna enfermedad pasajera le impedía ejercer, la encerraba durante días en el húmedo sótano del burdel, sola y rodeada de hambrientas ratas, atada contra un mástil y privada de comida, recibiendo numerosos azotes en su débil cuerpo para finalizar con su castigo.
Más tarde, fue el turno del hombre, un niño que creció en una familia pobre pero rica al mismo tiempo, pues esta gozaba de una plena felicidad y amor hasta que ambos padres cayeron enfermos por una desconocida enfermedad que les dejó en cama, viéndose obligados a enviar a su pequeño a vivir con su abuela materna la cual, en un principio, parecía solo querer enseñarle a ganarse la vida pero que, años después, cuando apenas había cumplido los 7 años, dio a conocer sus verdaderas intenciones vendiéndole al conde de determinado pueblo por una gran cantidad de dinero que a ella le serviría para subsistir durante el resto de su vida. Allí, lejos de tener una infancia y adolescencia feliz, se vio condenado a viajar al lado de su violento dueño y a mostrar su talento en diferentes e interminables fiestas mientras los nobles de su alrededor le miraban como si fuera un exótico animal de feria, aguantando numerosos y dolorosos latigazos en la espalda cuando desobedecía, trataba de escapar, o simplemente caía rendido por el cansancio en mitad de una actuación, generándole gruesas cicatrices en su morena piel que perdurarían de por vida.
A pesar de todo, a pesar del cariño, la confianza y la comodidad que sentían cuando estaban juntos, no podían evitar que preguntas intrusivas, hechas por personas cercanas a ellos, acecharan en sus mentes y rompieran, momentáneamente, las animadas charlas que tenían.
"¿Será verdad que este hombre solo quiere aprovecharse de mi?", "¿y si solo es amable para mantener su profesionalidad hasta conseguir que le pague?", "¿si le dejo plantado algún día o empiezo a ignorarle le contaría todo a Victoria?", "¿será capaz de cobrarle las deudas por sus servicios a mis dueño?", miles y miles de pensamientos destructivos desvanecían la ilusión que siempre tenían al encontrarse, no pudiendo tener otra cosa en la cabeza durante el día, temiendo cómo sería el final de su curiosa y peligrosa historia, pero deseando una y otra vez que llegara el atardecer para poder verse de nuevo a pesar de todo.
Sin siquiera darse cuenta, sin notarlo, los días o, más bien, las noches, pasaron a una velocidad vertiginosa, perdiendo la cuenta de cuántas veces habían charlado hasta que el solo comenzó a salir por el horizonte, sin importarles la hora, de cuántas veces se habían acariciando tímida y disimuladamente, sintiendo una potente necesidad, un picor en sus dedos, por tocar la piel contraria, y siendo conscientes de que la excusa de las clases de lectura y escritura ya se les quedaba corta, empezando con unas nuevas lecciones sobre baile, que se le dificultaba notablemente por las dimensiones de su falda, y sobre maquillaje, que acababa con ambos jóvenes al lado de la fuente, en la plaza central del pueblo, borrando como podían todo el desastre creado en el rostro del chico mientras sus carcajadas recorrían alegres todas las calles.
Sin duda, aquel tiempo había sido lo mejor que les había pasado, aprendiendo a ignorar los constantes y negativos comentarios de sus compañeros y centrándose solo en su propia felicidad, en la del otro, y en el cúmulo de sentimientos que despertaban en sus pechos cuando se fundían, al final de la noche, en un fuerte abrazo que mostraba todo aquello que las palabras no eran capaces de expresar, todo aquello que, sin quererlo, les había hecho enamorarse del contrario.
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Entre tu lugar y el mío
RomansaUn inocente bailarín de palacio conoce a una joven invitada en una de sus fiestas. ¿Qué hay más allá de las paredes del castillo?, ¿cómo de fácil es enamorarse siendo un esclavo?