La leyenda del ciervo

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— ¿Entonces se escribía con "b"?

— Exacto, y recuerda que tiene dos significados diferentes -andaban por las tranquilas y solitarias calles pedregosas del pueblo, tomando esa noche, un camino diferente al que solían tomar habitualmente por petición de la chica, que agarraba con fuerza el papel, prácticamente lleno de diferentes palabras y frases, y el carboncillo, de un tamaño notablemente pequeño, que su acompañante le había regalado tiempo atrás- intenta deletrearla y luego la escribes.

— Es un poco confuso...

— Tranquila, seguro que lo consigues, confío en ti.

— ... -suspiró con nerviosismo- ... b... a... n... ¿q?, no, no -se autocorrigió, haciendo un gran esfuerzo por decirla correctamente, esfuerzo que era percibido por el bailarín que, al verla tan tensa, tomó cuidadosamente su mano para ofrecerle esa seguridad que necesitaba- c... o... b, a, n, c, o, banco.

— ¡Muy bien!, si eres una mujer realmente inteligente, ¿cómo no ibas a poder hacerlo?

— Tampoco es para tanto... -giró su cabeza avergonzada, con un rojizo sonrojo que destacaba en su pálida piel, pero negándose a apartar el agarre de sus manos, continuando con su camino durante varios minutos en completo silencio, solo disfrutando de los tenues ruidos que hacían los animales nocturnos y de la calidez que les proporcionaba la piel del otro.

— Por cierto, ¿a dónde me llevas?, nunca hemos ido por aquí... -miraba con curiosidad a su alrededor, tratando de encontrar algo llamativo que le indicara el destino de la chica.

— Es un sitio que está algo alejado del resto de cosas, pero te aseguro que merece la pena verlo.

Salieron del pueblo y se adentraron en un bosquecillo que, al dejar las luces de las calles atrás, solo era iluminado por la luz que la luna llena les otorgaba y que asomaba atravesando las hojas de los frondosos árboles.

Sin tener que esperar mucho más, un verde claro se abrió ante sus ojos, con el suelo cubierto de hierba fresca y brillante, sin apenas hierbajos, y con una línea que marcaba el fin del camino con un diminuto acantilado que bajaba hasta un oscuro pero enorme largo.

— ... -separándose de la chica sin previo aviso, el joven avanzó hasta el final del lugar, poniendo sus pies justo al borde y disfrutando de las hermosas y privilegiadas vistas que aquello tenía, pudiendo observar la luna en primer plano rodeada de un relajante silencio que sólo se veía opacado por el agradable sonido que provocaban las pequeñas olas generadas en el agua- es... hermoso... -se atrevió a balbucear al fin cuando notó a su compañera acercarse y posicionarse a su lado, no pudiendo expresar correctamente la belleza que tenía ante sus ojos, y queriendo quedarse allí, respirando calma, por el resto de sus días.

— Sí... no mucha gente viene aquí, pero es realmente increíble... -giró su rostro para ver el perfil contrario, percatándose de la sonrisa que se había formado en los labios de este y de los bellos hoyuelos que la adornaban, dándose cuenta de que aquel muchacho era el complemento ideal que, durante tanto tiempo, le había faltado a ese paisaje- es muy bello... -comentaba sin apartar los iris del chico y sin saber exactamente si hablaba del cielo, la naturaleza, del agua o si su mente solo podía centrarse en esa persona que tan cerca tenía y que, incluso en las más oscuras de las penumbras, parecía brillar, creándose una pícara idea que no dudó en poner en marcha- ¿sabes?, hay una leyenda en este lugar -llamó su atención- dicen que, hace mucho años, cuando todavía no había humanos en este bosque, existía un ciervo, un ciervo muy infeliz al que su manada repudiaba por sus ansias de conseguir ser algo más que un simple animal- contaba la historia, dando varios pasos hacia atrás mientras era observada y atendida con el mayor de los intereses- entonces, una noche de luna llena, así como esta, se acercó al claro, justo en el borde, como estás tú, y, mirando a la gran bola blanca del cielo, cerró sus ojos y recitó una oración, una especie de rezo que fue amablemente aceptado por la luna y que le dio la oportunidad de vivir una vida mejor, convirtiéndolo, en apenas unos segundos, en una hermosa mujer que no volvería a sufrir ningún tipo de problema y que más tarde se convertiría en la madre protectora de todo aquel que lo merezca, desde entonces, todos los del pueblo, creyendo que les traerá felicidad y que cumplirá sus deseos, recitan esa misma oración todas las noches de luna llena, todos lo hemos hecho, así que... ¿quieres probar?

— Ehhh... claro, claro, por qué no, ¿cómo hay que hacerlo?

— Lo primero es ponerte justo en el borde, un poco más hacia delante, con la mitad de tus pies sobresaliendo -esperó pacientemente a que se colocara, descubriendo en él un gesto de absoluta confusión que le divertía enormemente- luego debes alzar tu cabeza hacia la luna y cerrar los ojos -seguía los pasos uno a uno, no creyendo en ningún tipo de leyenda, pero queriendo obedecerla por la ilusión que su fina voz mostraba- y ahora tienes que repetir lo que yo diga.

— De acuerdo...

— Uno, dos, tres...

— Uno, dos, tres...

— Aquí estoy...

— ... Aquí estoy...

— Y allá que voy.

— Y allá qu... -unas manos impactando con fuerza contra su espalda interrumpieron su oración, obligándole a abrir los ojos de inmediato y percatándose del empujón que le había dado la mujer y que le había hecho caer irremediablemente al vacío, no pudiendo hacer nada más que descender sin control hasta que su cuerpo impactó contra el agua.

Sin bajar demasiado, rápidamente tocó el fondo del lago, saliendo al exterior en cuestión de segundos, sin tener problemas para hacer pie, y así coger el aire que no había podido obtener por la inesperada acción. Apartándose los revoltosos y empapados mechones negros de la cara, echó su vista hacia arriba para encontrándose directamente con la mirada traviesa de la doncella que asomaba cuidadosamente por el acantilado mientras reía.

—¿¡Estás bien!? -gritó, asegurándose de ser escuchada a pesar de la distancia.

— ... Sí, creo... no es muy profundo así que...

— ¡Pues entonces apártate, que me toca! -dando unos cuantos pasos hacia atrás, comenzó a despojarse impaciente de los ropajes que la apresaban, el corsé, la falda, los dolorosos zapatos e, incluso, su elegante ropa interior, no haciendo esperar más al bailarín, que aún se encontraba anonadado por su extraño comportamiento, cuando, de un gran salto ayudado por la carrerilla que había cogido previamente, se lanzó al agua de forma descuidada, mostrando su desnudez sin pudor alguno y salpicando al contrario en cuanto cayó a su lado- hoy está bastante fresca -subió a la superficie, pudiendo hacer pie también, aunque de puntillas, y echándose el pelo hacia atrás para quitarse el molesto flequillo que caía por su frente.

— ¿Toda esa historia era mentira?

— Por supuesto que sí, este pueblo no es nada supersticioso, "todo lo que te pase depende de si eres un completo desastre o no".

— ¿Me has tomado el pelo? -carcajeó, sin poder ocultar durante más tiempo la divertida sonrisa que aquella curiosa situación le provocaba, contagiándole su mismo humor a la chica que rio orgullosa de que su plan funcionara y de haber conseguido a alguien que le hiciera compañía en ese lugar que tanta tranquilidad le trasmitía.

— Tal vez, pero solo un poco...

Entre tu lugar y el míoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora