La intrusa del tarot

3 0 0
                                    

Un día más amaneció en aquel reluciente y lujoso palacio rodeado de naturaleza, en aquel sitio tan grande y con tanta gente, de diferentes clases, conviviendo en su interior, en aquel lugar al que ahora debía llamar hogar.

Agradecida estaba de que, esa mañana, había sido mucho más calmada y relajada que el día anterior, limitándose a obedecer y realizar sus tareas más las que sus compañeras, aprovechándose de su situación vulnerable, le daban, quitándose ellas el trabajo de encima, sin rechistar ni hacer ningún tipo de comentario enfrente suya, evitando así las desagradables escenas que podrían crearse a su alrededor sin demasiada dificultad.

Y ahora estaba ahí, portando su característico uniforme de sirvienta, cargada con numerosos utensilios de limpieza y caminando por un largo y ostentoso pasillo por el que apenas había pasado nunca, donde se encontraba la habitación que debía limpiar, esperanzada de no tener que hacer mucho más que barrer y quitar el polvo, pues realmente ella jamás había hecho una labor similar en el burdel, y el nombre y utilidad de aquellos productos que usaba a todas horas, aparentemente tóxicos, escapaban de su comprensión.

Observaba cada puerta que se cruzaba con atención, asegurándose de no saltarse la indicada, que encontró unos minutos después, cerrada y con dos guardias con una mueca seria en su rostro custodiándola, sin embargo, a sabiendas de lo que tenía que hacer, a ser posible en poco rato para así poder terminar cuanto antes su día laboral, pasó entre medias de los dos hombres con armadura y posó su fina mano sobre el brillante pomo de la cerradura, siendo inmediatamente detenida cuando apenas había comenzado a girarlo.

— No puede pasar -dijo el de la izquierda con un tono grave y autoritario, girándose ligeramente hacia ella para mirarla y ver como se echaba tímidamente hacia atrás, mostrándole todos los pesados objetos que llevaba arrastrando desde el cuarto de limpieza en un afán por hacerle entender sus intenciones.

— Me han dicho que debo limpiar este cuarto.

— Entonces espérese, el conde está dentro en una de sus sesiones de predicción y no se le puede molestar.

— ¿"Sesiones de predicción"? -dijo con curiosidad, dejando durante unos instantes todos sus instrumentos en el suelo para poder descansar sus brazos de esas grandes cargas.

— Videntes, tarot, espíritus del más allá, ya sabe... -poco a poco, el caballero fue relajando su postura al comprobar que realmente aquella mujer no resultaba ningún peligro, sino que parecía alguien con quien se podía tener una charla medianamente cómoda y civilizada a pesar de los horribles rumores que habían llegado de ella hasta sus oídos.

— Vaya... no sabía que el señor hacía ese tipo de cosas...

— Antes no, pero desde que no logran que la condesa engendre un heredero varón ha estado probando diferentes métodos.

— Qué curioso...

— Además, se dice que...

— Si queréis cotillear  terminad primero con vuestro trabajo y aléjense de aquí, no quiero seguir escuchándoles -el segundo caballero, algo más robusto y mayor que el otro, interrumpió la conversación con una notable molestia que acalló a los dos jóvenes en cuestión de segundos, regresando al ambiente de antes donde el silencio y la arbitrariedad reinaban entre las cuatro paredes.

Un leve sonido llamó la atención de los tres presentes, siendo el aviso de que el conde ya estaba saliendo de la estancia y comenzando a marcharse del lugar mientras era cuidadosamente seguido por ambos hombres.

— Usted -se giró un breve instante para hablar con la sirvienta, que se había quedado enfrente de la habitación sin saber muy bien cómo debía actuar a continuación- acompañe a la señora Marinez a la salida -dijo, alejándose paulatinamente hasta que se le perdió de vista al cruzar una esquina lejana.

Sin querer esperar más tiempo, y teniendo ya el permiso del conde, ingresó al cuarto, algo oscuro y con una tenue neblina y olor a incienso, donde se encontró rápidamente con la mencionada vidente, cubierta de arriba a abajo con una capa púrpura y una enorme capucha que cubría su rostro, la cual aún se hallaba recogiendo, sin demasiada prisa, sus cartas y objetos que había usado en la sesión.

— Cuando esté lista avíseme para acompañarla al exterior -habló en un susurro, pues, aunque ya no estuviera haciendo su trabajo, la misteriosa mujer aún parecía estar concentrada mientras terminaba de guardar sus pertenencias.

— Te queda muy bien ese traje, Arline, sin duda tienes una buena figura, pero prefería los vestidos de gala, te hacían más cintura -comentó, paralizando a la nombrada que, con tan solo escuchar el timbre de su voz, tan viejo y rasposo, creía haberla reconocido.

— ... -con algo de miedo, se acercó unos cuantos pasos, percatándose de detalles esenciales que la penumbra del lugar le impedían visualizar en la distancia, esas notorias arrugas en las manos, esas uñas tan afiladas y agrietadas, y esos finos mechones grisáceos que caían y se salían despeinados de la capucha, eran inconfundibles. Sin poderlo evitar, su cuerpo empezó a temblar, no sabía si para bien o para mal, pues esa mujer realmente le daba pánico, pero, tras tanto tiempo a su lado, la sentía como a una especie de figura materna, manipuladora y maltratadora, pero una madre que, por interés propio, no la había abandonado nunca- mi... mi señora... ¿qué hace aquí...?

— Quería echar un vistazo a tu nueva casa, y ya veo que no está nada mal... además, necesitaba decidirme cómo y cuándo pondríamos en marcha mi plan.

— ¿... De verdad es necesario hacerlo?

— Un anillo, en su dedo índice, de oro puro y con pequeñas gemas de esmeralda, por lo visto es un regalo de su padre, no se lo quita nunca, ese es tu objetivo.

— ¿Pero cómo voy a hacerlo?, si no se lo quita nunca me será imposible... -cuestionaba, nerviosa y decepcionada consigo misma por pensar, en un instante, que aquella maléfica estrategia para conseguir aún más dinero durante su estancia en palacio se le habría olvidado.

— Búscate las formas -sin importarle en absoluto las dudas de su esclava, la anciana terminó de recoger todo en una vieja bolsa y pasó por su lado con una sonrisa maliciosa, comparable a la de un demonio- y más te vale ser rápida, en el burdel los clientes te echan de menos, así que aprovecha la única oportunidad, temporal, que vas a tener en tu miserable vida para descansar, porque si no... -pasó uno de sus huesudos dedos por su torso, acariciando por encima del uniforme todas aquellas cicatrices que ella misma le había creado para hacerla escarmentar- ya sabes lo que te pasará... -finalizó, saliendo por la puerta sin esperar ninguna clase de respuesta por parte de su sierva, que se quedó completamente quieta, con la vista perdida en el suelo y pensando seriamente sobre qué decisión debía tomar, si sería capaz de soportar las consecuencias de no obedecer a su ama, las cuales, por desgracia, conocía a la perfección y temía más que a nada en el mundo, o si serían aún peores los castigos que recibiría si la atraparan, por parte del orgulloso conde y sus fieles guardias, y, por supuesto, por parte de aquel caballeroso bailarín que, sin duda alguna, la odiaría por el resto de sus vidas, al igual que ella, que jamás se perdonaría que esa relación tan bonita que tanto esfuerzo y riesgo les había costado formar, se acabara por culpa de una vieja mujer egocéntrica, pesetera, egoísta y malvada, por culpa de Victoria.


Entre tu lugar y el míoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora