A un paso de la frontera

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Sus piernas temblaban, sus pechos ardían y sus respiraciones, extremadamente agitadas y entrecortadas por el gélido ambiente, cada vez se volvían más dolorosas, notando cómo el aire helado de la noche se metía directamente en sus fosas nasales y avanzaba hasta llegar a sus pulmones, como si fueran cubos de hielo que desgarraban su piel y arrasaban con el poco calor que quedaba en el interior de sus cuerpos. Sin embargo, ambos jóvenes, pálidos y con las extremidades entumecidas, continuaban avanzando sin soltarse las manos, percibiendo este agarre como su única fuente de calor, sabiendo que apenas les quedaría unos cuantos metros para llegar a su destino, solo un último empujón para la libertad.

Las voces de los caballeros enviados por el duque para darles caza se hacían cada vez más presentes, y los farolillos que portaban algunos de ellos colgando de sus brazos iluminaban las zonas por las que prácticamente acababan de pasar, haciéndoles ser conscientes de que iban a un ritmo mucho mayor que el suyo y de que, si se detenían o incluso bajaban el doloroso ritmo que llevaban desde hace unas largas y tortuosas horas, les pillarían rápidamente. Y ese era el último pensamiento que les quedaba en su fatigada mente para poder motivarse, para generar la adrenalina necesaria en sus venas que les permitiera aguantar un poco más, avanzar un poco más, hasta que sus piernas ya no pudieran sostener el peso del cuerpo, hasta que la ropa que portaban se congelara y quedara prácticamente inamovible, hasta que echaran su último aliento y quedaran como estatuas de hielo en mitad del bosque.

La mujer castaña, unos pasos más hacia atrás, estaba en un estado mucho peor que su acompañante, pues durante el breve conflicto contra Elvin ella no había estado vistiendo nada de cintura para abajo, y eso le había pasado factura incluso ahora que portaba los pantalones del soldado, mucho más anchos y largos que su cintura y piernas, los cuales le habían permitido, a pesar de todo, correr con menor dificultad que la pomposa falda. Si alzaba la vista, sus ojos marrones, algo rojizos por la humedad del lugar, observaban el rostro decidido del chico al que tanto amaba, sintiendo cómo su cabeza quedaba hipnotizada ante sus morenos rasgos y olvidando, momentáneamente, todos los males por los que pasaba, evadiéndose del mundo real y centrándose en su historia, en cómo dos desconocidos que no se habían visto jamás habían acabado huyendo en busca de una feliz vida juntos tras conocerse por casualidad en una fiesta de aquella clase social que tanto daño les había causado.

Tal era su ensimismamiento que no se percató cuándo el hombre que ocupaba todos sus pensamientos frenó de golpe, quedándose estático en su sitio y haciéndola reaccionar al fin con un asustado y decepcionado murmuro que salió de sus amoratados labios y se disipó en el cielo nocturno en forma de vaho.

— No puede ser... -susurró tembloroso, mirando aterrado hacia el frente y dirigiendo la vista de la muchacha hacia el mismo lado para que ella también descubriera un alto muro de piedra que cortaba bruscamente el bosque y se extendía por encima de sus cabezas a apenas unos metros.

— ¿Un... muro...?

— No... se supone que aquí no había muros... ¿cuándo?, ¿cuándo construyeron esto?

— ¿Qué vamos a hacer ahora?

— ¿Por qué han puesto un muro?, se suponía que pasaríamos sin problema, ¿en qué estarían pensando...? -sin atender a sus preguntas, el bailarín entró en pánico mientras observaba aquella pared rocosa con terror, tratando de buscarle una explicación y una solución para atravesarla. No obstante, la presión que ejercían los guardas, cada vez más cercana y ruidosa, le impedía pensar con claridad y sensatez, provocándole una desesperación que aumentaba con cada segundo que pasaba.

Habían llegado hasta ahí tras horas de insoportable e interminable lucha, perdiendo la vida de una mujer, peleando con su mejor y único amigo y arriesgando su propia seguridad para nada, ¿para nada?, ¿realmente se acabaría ahí su fuga?

Entre tu lugar y el míoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora