Teoría nocturna

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Su cansado cuerpo volvió a rotar, quedando esta vez cara a la pared, en busca de aquella postura que le permitiera conciliar al fin el sueño después de varias horas sin poder pegar ojo, sin poder echar a la joven muchacha de su mente, sin poder evitar preguntarse constantemente si la volvería a ver o si podría, aunque fuera por unos breves segundos, rozar su suave mano de nuevo.

El pomo de la vieja puerta comenzó a girarse desde el exterior hasta que fue abierto, alumbrando el pequeño cuarto con la tenue luz proveniente de los farolillos del pasillo y dejando al descubierto el escaso contenido de la estancia, dos sucios y antiguos camastros, colocados uno sobre el otro, y un escritorio sin nada más que un par de papeles en blanco.

Muy a su pesar, se vio obligado a girarse una vez más, pero esta vez en dirección a la persona que acababa de ingresar al dormitorio, para observar cómo este empezaba a desvestirse con tranquilidad.

— Pensé que ya estarías dormido -habló el hombre al notar la oscura mirada sobre él.

— Yo pensé que tardarías más en llegar -estiró sus músculos, desperezándose y sentándose sobre el colchón para conversar de una forma más cómoda, dando por imposible la tarea de dormirse.

— Bueno -se despojó de todas las piezas que componían su pesada y brillante armadura, dejándolas ordenadas en un rincón- al que le tenía que ceder el turno ha aparecido mucho antes, así que...

— Me alegro de que puedas descansar más entonces.

— Sí, pero cada vez estoy más seguro de que ese lo único que quiere hacer es ganarse el favor del señor -se sentó al lado suyo, apoyando la cabeza sobre la pared que estaba al otro lado del colchón y respirando hondo con los ojos cerrados, mucho más relajado- ¿y tú qué tal?, ¿cómo te ha ido la noche? -abrió uno de sus párpados para mirar a su compañero.

— Normal...

— Ya me he enterado de que hoy has sido un poco... desobediente -interrumpió, incorporándose ligeramente mientras le sonreía con complicidad.

— ¿Qué?, yo no... no he sido desobediente...

— Llámalo desobediencia o llámalo despistes, pero lo que está claro es que no tenías nada contento al señor, y menos mal que eres su esclavo favorito, porque si no ya estarías con varios latigazos en la espalda como castigo, cuando me lo contaron, me temí lo peor -bromeó, dándole una palmada en el sitio mencionado.

— Tampoco ha sido para tanto... -desvió sus iris con vergüenza.

— No te pongas así, que no pasa nada, todos tenemos un mal día, tal vez ayer no dormiste lo suficiente -se arrimó al borde de la cama para poder pasar su brazo sobre los hombros contrarios.

— No es nada de eso... es que... -tragó saliva, sintiendo que su boca se secaba por momentos- conocí a una mujer...

— ¿¡A una mujer!? -exclamó emocionado.

— Sí, en la ceremonia vi que...

— Oh -le interrumpió de nuevo, cambiando su gesto alegre por uno mucho más apenado- era una invitada...

— Más o menos, sí.

— No es por quitarte la ilusión, Diego, pero... nosotros, sobre todo tú, estamos a un nivel inferior al suyo, una noble nunca se juntaría con simples "plebeyos"...

— Lo sé, pero resulta que ella no es de clase alta, de hecho, creo que es del pueblo.

— ¿Del pueblo?, ¿acaso aquella chica era una sirvienta?

— No, llevaba una ropa muy parecida a las de su alrededor, pasaba completamente desapercibida.

— ¿¡Entonces puede que fuera una intrusa!?

— Parecía bastante calmada y hablaba con el resto sin problemas, no tenía intención de ocultarse ni nada... -explicaba, notando una agradable calidez en su pecho con tan solo recordarla.

— Ahhh... pues, si es así, creo que ya sé qué hacía allí... -su rostro se descompuso aún más ante la mirada inocente del contrario.

— Luego la vi irse con una mujer que parecía bastante mayor y...

— ¿Y te diste cuenta de si se apegó mucho a alguien más?

— ¿A qué te refieres?

— Que si hubo algún momento en el que ella... desapareciera en mitad de la ceremonia o algo parecido.

— Sí, ahora que lo mencionas, la vi siguiendo a un hombre, pero pensé que sería su marido...

— Diego... -puso tono serio, mirándole fijamente con intención de devolverle a la realidad- esa mujer, de pueblo, tan joven y arregladita, era una... una muchacha de esas que... -realizaba diferentes gestos, esperanzado de que el otro captara el mensaje antes de que tuviera que verbalizarlo- una... ya sabes, de esas que... -el bailarín lo escuchaba confundido- una prostituta, Diego, esa mujer es prostituta.

— ¿¡Cómo!?, ¡no, no, imposible! -abrió sus ojos como platos, negándose a creerse sus palabras- ¿por qué habría una señorita de esas en una fiesta de alto nivel como esta?, ¿eh? -el temblor de su voz mostraba el nerviosismo que ahora recorría todo su cuerpo.

— Por lo visto es algo que ahora lo hacen mucho las personas con gran influencia, convocan ceremonias donde contratan... servicios para satisfacer a los invitados.

— No, no, ella no puede ser una prostituta, además, nuestro señor tampoco contrataría nada así...

— De acuerdo, sí estás tan seguro de ello... -se incorporó lentamente, haciendo el amago de subir hacia su camastro hasta que fue detenido por su compañero que, cabizbajo, le agarró del antebrazo.

— En el hipotético caso de que... tuviera alguna duda... ¿cómo podría saber si eso que dices es cierto o no?

— ¿No me has dicho que crees que es del pueblo? -asintió expectante- pues baja y búscala.

— ¿Pero cómo puedo hacer eso?, los esclavos no podemos salir de palacio así como así.

— Pídele permiso al señor, aprovecha que le caes bien para inventarte algo.

— Inventarme algo... -dirigió su vista hacia la pared más lejana, sumergiéndose y perdiéndose en sus pensamientos para idear alguna excusa que pudiera resultarle válida y así descubrir la ansiada verdad sobre esa mujer.

— Bueno, me voy a dormir, que ha sido una noche muy ajetreada -bostezó, subiéndose de un ágil salto a su colchón- y tú deberías hacer lo mismo, que si no te saldrán ojeras.

— Inventarme algo... -repetía en susurros para sí mismo, imaginando las posibilidades que había para salir de allí y dándose cuenta del fuerte desconocimiento que tenía sobre la vida en el pueblo, su gente y las actividades que allí realizaban, resultándole muy difícil el hallar una buena coartada que le permitiera disipar cualquier duda que cruzara su cabeza.

Entre tu lugar y el míoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora