Doble imprevisto

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Recorría las calles que desde hace tantos años conocía, avanzaba por los callejones en los que siempre se había ocultado y respiraba aquel aire puro que, de alguna forma, había echado de menos. Su cuerpo estaba tenso y sus pasos eran lentos, cuidadosos de no hacer el menor ruido ni de cruzarse con nadie, rezando todo lo que sabía por no ser vista mientras repetía en su mente una y otra vez aquella última conversación con el bailarín.

"— ¿Entonces vas a ir?

— Sí, no quiero llevarme nada más que eso, y es Victoria quien la tiene...

— ¿Quieres que vaya contigo?, ¿quieres que te acompañe por si necesitas apoyo o ayuda?

— No hace falta, tú quédate aquí preparando el resto.

— ¿Segura?

— Sí, además, siendo dos es más probable que nos pillen, no te preocupes, volveré pronto.

— De acuerdo, mantente a salvo, por favor.

— Lo haré, te lo prometo..."

Cuando lo pensó, cuando se lo contó e, incluso, cuando emprendió su viaje, estaba completamente decidida a hacerlo, sin dudas, sin miedos, sin embargo, ahora que se encontraba en las puertas del burdel, toda su valentía se había esfumado, sintiéndose como aquella niña a la que obligaron a pasar el resto de su vida entre esas cuatro paredes sin ser consciente de lo que le esperaba en el futuro. Temía entrar, notando sus piernas temblar y flaquear y al aire apenas llegar a sus pulmones, estaba a punto de volver sobre sus pasos y olvidarse de aquel arriesgado objetivo, pero logró ignorar sus emociones, sabiendo que si no lo hacía se arrepentiría por el resto de sus días, y se metió en el lugar a través de una ventana abierta que daba a un pasillo apenas transitado por sus compañeras, y mucho menos a esas altas horas de la noche donde todas las luces estaban apagadas y no se escuchaba nada más que algún pájaro o grillo cercano.

Conociendo el establecimiento de memoria, mejor que su propio nombre, sin necesitar ningún tipo de luz que le ayudara, avanzó por el abandonado corredor hasta que una estancia cuadrada, reconocida rápidamente como la recepción, se abrió ante sus ojos, siguiendo la ruta que tenía en mente y girando segura hacia otro pasillo, a la derecha, con solo dos puertas, una que daba al baño, relativamente grande y lujoso, y otra por la que se accedía al despacho de su dueña, cerrado sin llave y vacío, invitándole a entrar libremente y a caminar por la sala en total soledad y silencio.

Fue directamente, sin parar a leer la gran cantidad de complicados papeles que la anciana tenía sobre su astillado escritorio, hacia uno de los muebles que había en el fondo, repleto de cajones cerrados con llave que ocultaban las cosas más valiosas de las chicas que tenía bajo su poder, que ocultaban el objeto por el que había ido allí. No obstante, aquella cerradura le resultaba un verdadero obstáculo que la empujó a revisar con desesperación el resto de cajones, sin seguridad, que había en la habitación en busca de alguna llave que pudiera encajar, sintiéndose cada vez más agobiada y deseando con todas sus fuerzas salir de allí de una vez por todas y regresar con el moreno, a aquellos brazos que siempre conseguían tranquilizarla y acogerla con calidez.

— ¿Buscas esto? -una voz femenina, procedente del marco de la puerta, la sacó de su trance, poniendo su piel aún más pálida al percatarse de que, a pesar de todos sus intentos por mantenerse en sigilo, había sido atrapada con las manos en la masa, sin tener nada con lo que excusarse ante esa mujer pelirroja que la observaba con un gesto inquisitivo y un llavero colgando entre sus pecosos dedos.

— Lora...

— ¿Qué haces aquí?, me pareció escuchar que estabas en palacio.

—  Sí, ehhh... yo... solo venía a ver cómo iba todo y...

Entre tu lugar y el míoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora