Fugitivos bajo la luna

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— ¿¡En serio!? -preguntó, impresionada por aquello que escuchaban sus oídos.

— Sí -respondió firme, concentrado en recordar la escena con el máximo lujo de detalles posibles.

— ¿Y qué pasó luego?

— Le tiró una copa de vino encima a su esposa y empezaron a pelearse, rompieron casi todo lo que había allí, tuvieron que venir dos guardas para separarles.

Contaba con divertidos gestos, siendo una de las miles experiencias de esa noche, donde ambos se habían vuelto a encontrar en el callejón cercano al burdel al que pertenecía la chica en la hora pactada y donde habían andado sin descanso durante horas hasta que, tras un leve tropiezo provocado por los incómodos e inestables tacones de la mujer, decidieron sentarse en un banco de piedra, oculto entre la maleza del bosque que rodeaba el pueblo para así evitar ser descubiertos por personas no deseadas.

— Para que luego digan que los esclavos somos los salvajes... -comentaba, prestándole toda su atención a su acompañante que se había sentado a pocos centímetros de su cuerpo.

— Es raro que pasen cosas así en realidad, pero a veces... -se encogió de hombros, percatándose, una vez había terminado de relatar su anécdota, de la intensa mirada contraria que rápidamente le generó un pequeño e inocente nerviosismo.

— Bueno, por lo menos tú tienes cosas divertidas que contar, yo en cambio...

— ¡Venga ya!, estoy seguro de que a ti también te han pasado cosas interesantes -chocó su hombro con el contrario, dándole un dulce y juguetón empujón al notar un matiz triste en su voz.

— Para nada, solo me relaciono con nobles, y como están casados ni siquiera te dicen su verdadero nombre... -puso una tímida sonrisa ladina como respuesta a su alegre gesto, sintiendo una agradable calidez instalarse en su abultado pecho- aunque... -tensó su postura, esforzándose por recordar aquello que le había venido espontáneamente a la cabeza- hubo una vez que sí pasó algo gracioso, era pequeña, pero aún así creo que me acuerdo bastante bien...  -echó un veloz vistazo para comprobar que estaba siendo escuchada y, tras descubrir que el otro no apartaba su oscura mirada de ella, se sintió con ánimos de contarlo- fue la última vez que Victo... -carraspeó, autocorrigiéndose rápidamente sin que el chico dijera nada- mi señora conoció a un caballero con el que empezó una relación algo... extraña, pero no duró demasiado de todas formas porque él una vez vino para pedirnos un servicio sin saber que la dueña del sitio es ella.

— ¡No me lo puedo creer! -posicionó su morena mano a la altura de su boca, reteniendo una gran carcajada para dejarle terminar.

— ¡Sí!, y no te imaginas lo enfadada que estaba, ¡pensé que le mataría! -rieron al unísono, llenando el ambiente de una felicidad de la que solo ellos dos podían gozar en ese momento tan íntimo que habían creado sin apenas esfuerzo- luego estuvo muy molesta los siguientes días, pero valió la pena...

— Sí, eso es lo peor, algo malo les pasa y siempre lo terminan pagando con nosotros aunque no tengamos nada que ver...

— Así es la vida de los esclavos supongo...

— ¿Sabes?, si yo fuera un noble, sin duda intentaría crear un reino en el que nadie fuera inferior ni superior a los otros.

— Eso sería demasiado bonito y confuso como para ser verdad -soltó una baja risilla ante su heroica ocurrencia.

— ¿Y tú qué harías?

— ¿Si fuera noble?

— Sí.

— Pues... tal vez... -pensó, dándose cuenta de que, acostumbrada a su bajo estatus y a los maltratos propios de este desde que nació, nunca se le había pasado esa cuestión por la mente- ... creo que lo primero que haría sería aprender a leer...

Entre tu lugar y el míoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora