"¡Recoge eso de ahí!", "¡Limpia eso!", "¡Ordénalo!", "¡Llévalo allí!", "¡Allí!", "¡Rápido!", "¡Venga!", "¡Corre!", "¡Más deprisa!", "¿¡Te pesa el culo o qué!?", "¡Vamos!", "¡Espabila!", "¡Lenta!", "¡Inútil!", "¡Fresca!", "¡Fulana repugnante!"
Su mente recordaba en bucle todos los desagradables comentarios y órdenes que no había parado de recibir y escuchar desde su llegada a palacio, llevando solo un día en aquel lugar pero sintiendo un cansancio propio de un arduo año de trabajo.
Desde lo sucedido en la zona de aseo, o, más bien, desde que el resto de sirvientas se enteraron del pasado de su nueva compañera, no pararon de torturarla, tanto física, con pequeñas bofetadas, empujones o disimulados tirones de pelo, como psicológicamente, con gritos, insultos, burlas y miradas de desagrado.
Y ya no podía más, su mente, que nunca fue especialmente fuerte y estable y que se auto-destruía a sí misma, estaba siendo atacada de una forma muy agresiva, acabando con la poca autoestima que había logrado mantener con el pasar de los años, y pisoteando la inocente esperanza que había llevado a ese lugar pensando que sería feliz o que, al menos, tendría una vida más digna y tranquila.
Atravesaba las estancias, ignorando como podía el dolor latente en todo su cuerpo e intentando mantenerse recta y profesional, siguiendo las desagradables indicaciones que le dio una de las mujeres sobre a dónde debía llevar el montón de ropa, cuidadosamente lavada, planchada y doblada, que portaba entre sus brazos, necesitando usar ambos para asegurarse de que no se cayera nada, y apenas teniendo visión de lo que había enfrente suya, pues las prendas, al ser tan voluminosas, lograban una altura mucho más grande que ella.
El ruido de los pequeños tacones que llevaba retumbaba en el lugar cada vez que pisaba el suelo, siendo acompañado por el leve sonido de la fricción que hacía su nuevo y oscuro uniforme, una falda negra, no demasiado ancha pero sí bastante larga, una camisa de manga larga del mismo color, y un delantal que cubría todo el frontal del conjunto de un tono mucho más claro, a juego con una ancha diadema igualmente blanca que nunca antes había usado y que tapaba casi todo su cabello. Continuó caminando, tratando de poner completa atención a cualquier ruido externo que pudiera indicarle que había alguien o algo por la zona que pudiera interponerse en su camino, sin embargo, sus sentidos no le fueron lo suficientemente ágiles cuando, al girar una esquina, un hombre de pelo azabache se cruzó con ella repentinamente sin previo aviso y a una alta velocidad, haciendo que ambos chocaran irremediablemente, antes de que ninguno pudiera reaccionar y evitarlo, y cayeran al suelo de espaldas, desparramando todos los ropajes que, según le habían ordenado de forma estricta, debía llevarlos con sumo cuidado.
— Lo siento, lo siento mucho, señorita -habló el joven, levantándose mientras sobaba las zonas adoloridas por el golpe y dirigía su mirada hacia la muchacha que también había recibido el impacto, topándose con aquella piel de porcelana y aquellos ojos marrones que nunca confundiría- ¡Arline! -se acercó a ella rápidamente, preocupado y arrepentido de haber ido corriendo por el pasillo sin cautela, ignorando las ropas que se arrugaban poco a poco y yendo directamente hacia la chica que trataba de levantarse como podía, como sus cansadas y temblorosas piernas le permitían, hasta que volvía a caer al suelo con debilidad- espera, te ayudo -agarró su antebrazo con mucha suavidad y delicadeza, tirando de él para que, al menos, pudiera sentarse y así comprobar que no había salido herida más allá del golpe, descubriendo en su rostro un gesto de tristeza y agotamiento y unos párpados rojos y algo hinchados que nunca antes había visto- ... Arline... ¿estás bien...? -acarició su mejilla con absoluta preocupación al no verla en buen estado.
— ¿Eh...? -levantó la cabeza al fin, haciendo contacto con el bailarín que, con tan solo un par de frases, había logrado calmar su corazón y hacer que volviera a respirar con calma al sentirse protegida, viendo en sus iris un brillo de confusión y angustia, pero también se esperanza e ilusión que, por nada del mundo, se atrevería a borrar- sí... sí, estoy bien... algo cansada, pero...
— ¿Segura?, te noto un poco... apagada...
— Oh, es... solo es porque ha sido un cambio un poco repentino y brusco y aún estoy... un poco aturdida... -soltó una fingida carcajada, poniendo la mejor y la única sonrisa que sus labios eran capaces de mostrar en aquel momento, pero siendo suficiente para el chico que, con una mueca de felicidad mucho más real, se acercó a ella para abrazarla cálidamente.
— ¿Y qué te parece?, estás mucho mejor aquí que con Victoria, ¿verdad?
— ... -sentía un nudo en la garganta, quería desahogarse, llorar y aferrarse a él por el resto del día, pero no podía, no podía hablarle de los malos tratos que sufría por parte de sus compañeras, cómo abusaban de ella, dándole todas las tareas para así no hacer nada, la manera en la que la vejaban de todas las formas posibles y le gastaban bromas que solo les hacía gracia a aquellas que las habían preparado, no podía, no quería contárselo, necesitaba seguir viendo esa inocente sonrisa que tanta ternura y cariño le profesaba, ella no era quién para arrebatársela- ... sí, mucho mejor... no hay duda...
— Y además ahora podremos vernos mucho más seguido.
— Claro... siempre y cuando no esté trabajando...
— Por supuesto, por supuesto, de hecho, debo irme, mi dueño me ha llamado y ya estoy tardando demasiado... lo siento... -tomó su mano, de nuevo con un extremo cuidado, como si fuera a romperse, para ayudar a que se incorporase del todo, dejando un fugaz beso en el dorso de esta y volviendo a mirar sus ojos una última vez, como si esperase a que ella le diera el permiso para poder marcharse tranquilo.
— Adelante, ve, yo también tengo que... recoger todo esto...
— ¿Estarás bien?
— Sí, no te preocupes.
— De acuerdo, nos vemos, te quiero -confesó, provocándole una última sonrisa a la sirvienta que fue oculta por los labios del hombre, los cuales, se juntaron con los propios justo antes de salir corriendo una vez más en un contacto tímido y veloz, pero que fue capaz de trasmitirle fuerza, energía, y un amor que nunca antes había sentido, que nunca antes le habían dado desinteresadamente, que nunca antes había sido tan correspondido como lo era en ese momento, donde las ganas de estar uno junto al otro nunca se acababan y la pena por separarse siempre se hacía presente.
— Yo también... -susurró, siendo consciente de que el hombre ya no podría oírla por la gran distancia que les separaba, para, acto seguido, comenzar a doblar uno a uno todos los ropajes que se esparcían sin cuidado por el suelo, teniendo que seguir, tras esa agradable y reconfortante pausa, con aquellas tareas e insufribles compañeras que, ahora, estaba dispuesta a confrontar, por ella, por su felicidad, por Diego, y por mantener viva su sonrisa favorita.
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Entre tu lugar y el mío
RomanceUn inocente bailarín de palacio conoce a una joven invitada en una de sus fiestas. ¿Qué hay más allá de las paredes del castillo?, ¿cómo de fácil es enamorarse siendo un esclavo?